Alberto Rodríguez Tosca (Cuba)
Por: Alberto Rodríguez Tosca
Contra el cielo
Recobras la cabeza. La hundes en la piedra con el mismo estupor con que en las noches los microbios ejercitan su danza en el borde de una vieja medalla. Cuentas hasta diez, suspiras con los pulmones de otro y robas un pan que ardía sobre un campo de cieno. Te lo llevas a la boca como si nadie estuviera observando ese recorrido fantasma de tu gloria en pena. Burlas al burlador y sigues tu camino de astro desesperado entrando sin remedio y sin tacha al agujero de su perdición. Todo se reconcilia en tu contra y tratas de pronunciar una palabra que te salve de la suerte echada. Insistes en evitar que tus ojos tropiecen con los torsos desnudos de las estatuas de sal. Recobras la cabeza. La hundes en el agua y respiras. La hundes en el aire y te ahogas. No la hundes en el fuego porque una chispa de aire y agua amenaza con denunciar tu desespero ante el justo tribunal de los casos perdidos. Ya no sabes qué hacer. A dónde ir después de tantas madrugadas cayendo a la misma pueril escarpadura. Quizás seguir cayendo hasta que encuentres la roca que detenga tu rostro antes de estrellarse contra el cielo.
Fuga del día
Las vidas tranquilas del dolor. Vienen y van como cometas perdidos en una galaxia enemiga. Arden en la fragancia de los trinos y no se comprometen sino con sus propias estelas de agua. Son las vidas tranquilas del dolor. La calma chicha de la sangre agujereada con alfileres de seda. La fuente. El puente. Una estación para sembrar pequeños botones de bocas cerradas. El silencio no es humano. Lo alquilan en la tierra para falsificar la gloria de los dioses. Pero si callas hoy mañana te será dado un reino de noches sin culpas y devuelta la devoción por la música de los desiertos. No soy digno de decir lo que digo. Pero la madrugada será larga y nadie llamará para decir que no soy digno de decir lo que digo. Una cerveza, un ánfora, una foto, un beso, un verso, un huerto, un puerto, varias tumbas de más, una página en blanco, una conversación con las estrellas y un país. Así transcurren las vidas tranquilas del dolor. Entre un cuerpo que tiembla y una ventana por donde alguna vez se fugó el día.
Agua
Tantas noches pensando que iba a llegar el día. Tantos días rumiando en la oquedad las suaves canciones que antaño nos sirvieron de incienso para espantar el frío. Tantos fríos apenas espantados. Agua y más agua. Rigurosas corrientes arrojando montañas de cadáveres en las biliosas cuencas de un océano vacío. Nadie para partir. Nadie para llegar. Una garganta sangrando a borbotones y nadie para calmar la sed con agua. Agua. Agua y más agua. Bulliciosas corrientes acunando sierpes de doble cola y lengua de marfil. Horizontes con muros. Oceánidas salmodiando en la distancia adustas oraciones sobre las penas y las glorias del mar. Prisas del cielo por encubrir la tierra. Apremios de la tierra por renegar del cielo. Recias campanas doblando a lágrima y espuma. Una ola de fuego arrastrando el carro de Neptuno hacia la callada vigilia de una segunda eternidad. Tantas noches pensando que iba a llegar el día, y ahora que llega los caprichos del verbo lo convierten en una lúgubre celebración del agua. Agua. Agua y más agua: la tradicional fiesta de los náufragos apenas comenzó.