Ahmad Al-Shahawi (Egipto)
Por:
Ahmad Al-Shahawi
Traductor:
Milagros Nuin
De Agua en los dedos (Antología)
Dichos del agua
Entrego mi cuerpo
a cualquier holganza
y olvido el agua del primer instante.
Escribo en el aire del sueño
una letra para el suicidio de dos ciudades.
Coloco la cabeza sobre la almohada de la tierra
e invoco los comienzos.
Veo pájaros en la habitación
y dos palmeras de fuego,
y el sonido de la llegada del agua a lejanas ciudades.
Extraigo el placer
del espíritu de la separación
y me encamino a los cielos.
Frente a mí hay un sueño de muerte
y, a mis espaldas, las víctimas de la pasión.
Recorro la distancia en la aguja del suero,
arrojo unas cosas en la cesta del espíritu,
rocío el agua con agua,
y marcho en dirección a mis prados,
despertando entonces mi primer felino.
¿Qué percibió esa mujer
cuando abrió la puerta de su infierno
y vio el libro de las expresiones?
¿Lloró acaso la historia de su placer?
¿Se convirtieron en fuego las escalas de su alma?
¿Se enemistó con el anhelo que dormía en el fondo de su corazón?
Se colocó la mujer en el agua del dolor
y se bañó en la sangre de los recuerdos.
En su sangre
duerme la otra mujer
y se explaya en las letras.
Mas
cuando apagué el río de mi continuidad,
en los desiertos
se despertó la aurora.
Sus alminares se irguieron,
y en el instante
en que durmieron los ojos de las lunas crecientes,
concluyó la oración.
Y permanece como recuerdo mi mezquita,
mientras dormita el Señor del gran placer.
¿Por qué me gusta el papel blanco?
¿Y la tinta negra?
¿Y el color negro?
¿Y el pelo negro?
¿Y la poesía negra?
¿Y el negro lecho?
Me alegra acariciar con los dedos
las hierbas negras que nadan en las aguas del corazón
y arraigan en la puerta de entrada.
Mi luna creciente
dormía en su boca
Despertó...
y escribió un nuevo Corán.
Selló el mensaje,
y asoció la boca a otras creencias
lo que se había revelado.
Siempre miente
y oculta muchas cosas.
Pero su lecho
la pone en evidencia.
No quiero que acuda el presentimiento,
pues todo está dispuesto:
Las lunas crecientes están listas,
los alminares despiertos,
mientras las aguas nadan en las aguas.
Este desierto,
que ha entrado con sus leones,
ha arrojado la civilización a la basura
y me ha dejado sus violetas
en las manos.
La puerta que huye
de la distancia
abre el corazón de sus leños
y le dice al rocío:
Así sea.
Abandonó ella los pañuelos de papel
de su alma
y ascendió los escalones
hasta los árboles de mi alma,
donde comió todos los frutos.
El agua de la seda es para mí,
y la plata del cuerpo,
y una nube cuya lluvia descendió
en las líneas del sopor.
Olvidó sus rosas,
y entonces trajo sus leones
para rociar su tristeza
en mi costado.
Es esta una mujer
que ha olvidado su historia en sus canciones
y me pregunta:
¿Cómo se reúne el blanco amarillento
con el negro azulado?
¿Cómo reviste al cielo el agua
con el volumen de mi capacidad
y mi muerte?
Salgo del polvo
y camino hacia un abismo.
Dejo a mis amantes en un balcón
gritándome,
sin preguntarme por el regreso.
Abandono la casa, las calles, el agua
para permanecer en un lecho.
Un olor para los dedos,
que avisa del tiempo en mi corazón,
el desorden del negro color amasado con oro,
agua para una música que duerme en las palmas de mi alma
anunciando la salida de las moradas,
papeles para una prisión,
mientras me voy.
¿Cómo podría
abandonar un país
y salir?
¿Quién me aseguraría el regreso
sino el agua de las aldeas
y su consideración?
¿Se secará el alma
si abandono sus desiertos
en mi interior?
Dije:
Anuncia a quienes amo que salí;
permite a una que me vea en sueños.
No hay viento.
Es ella lo que prendes ahora,
Ahmad,
aunque sea un espíritu que se ha ido.
¿En qué lugar
has depositado tu secreto?
¿Quién sino el agua
guarda el secreto?
Arrastro una herida
en mi mano derecha.
Pero mi izquierda no lleva los papeles del dolor.
¿Vendrán botellas en el hielo dormidas
cruzando tierras y cielos
a vaciar su carga en el cuerpo?
¿Conoce acaso la aguja que ahora se apila
mi soledad?
¿Y la fecha de la salida?
Di:
Estoy confuso,
la salida de mi alma de las moradas de mi amor
es otro cadáver sobre los árboles,
agua de nube
y despedida de un ave.
¿Me reconocerá la tierra extraña
cuando fluya la sangre
de mi cielo?
¿Vendrá acaso la joven a quien,
hace meses, abandoné,
con la puerta medio cerrada,
a abrazarme?
¿Podrán acaso los disparos de la nube
o los de la ausencia
perforar el corazón
desde atrás
antes de escribir el final?
¿Caerá al suelo
llevando mi nombre
el rocío que empaña el cristal?
¿Es aquí la muerte martirio?
¿Y es en casa una muerte cualquiera?
¿Podré ahora
salir al cielo
sin presentir
la muerte?
¿Acaso la manzana que dejé
en su lecho
revivirá
después del funeral?
¿Conoce el teléfono
que suena una vez
en el cielo de mi habitación
el momento de la partida?
¿Me montaré ahora en mi corazón
o dejaré el camino para mí?
E iniciaré
la confrontación
Dichos de la contemplación
No habrá
tristeza como la suya,
la tristeza de aquel joven
viajero.
Su comprensión era la muerte,
su compañero un árbol de lágrimas;
sus días habían pasado.
La tentación del cuerpo despertó.
Doy testimonio de que...
Gritó el joven:
Te veré.
Dichos de la espera
Cuánto,
oh tiempo,
permaneceré esperando?
La aguja del amor destruyó mi cuerpo.
Conoce el tiempo mi soledad,
y el destino me introduce en su mihrab.
Glorificado sea quien actúa con equidad.
Mi mundo no ha empezado,
y mi final se ha fundido para empezar a su lado.
Cubre mis pasos
y acompaña a mi primera muerte.
Tal vez la revelación sobre mí
descienda.
Dicho de los dichos
Olvida las traiciones todas
y toma una brasa.
Es ella algo de muerte,
algo de pasión.
No era el sol polvo en el cielo de la cabeza,
sino una mujer antigua,
cuya agua me había disuelto en el tuétano,
venciéndome.
Vestí su camisa por corazón,
y partí.
Allí y no allí
transportó el cielo mi cadáver.
Llevé yo mi fátina como conclusión
Y dije:
Quien ha visto lo oculto
es mi asesino.
Desde lejos vienen agujas a estas tierras
y escapan.
Mi cuerpo es un país insomne,
cuya desnudez no se cubre.
Mi cuerpo soy yo.
Mi cuerpo es ella.
Un cabello negro de su sangre
se ha disuelto.
Se ha disuelto en mi sangre
el universo/ un cabello.
Al alba tomo sus miembros,
y veo como se desvanecen los ángeles.
Por la noche entro en su corazón
y veo ciudades suspendidas
en lo alto
que me miran.
Amanezco con la muerte
y me acuesto con su rostro.
De la perplejidad vengo,
soy yo su familia.
¿Hay acaso algo
que no me hayas dicho?
Es este un país que huye de mis manos,
como el agua tuya, que pasó una noche en mis concavidades.
Ven al río, la espiga y la copa,
y a una mesa de hambre.
Entra en mi alef
y duerme.
En unos segundos
seré
todos los años pasados,
agua en los dedos.
Soles en el cerebro,
tierras en la imaginación, que brincan de una eternidad
a un tiempo,
cuyas nubes veo.
Haz girar la rueda de tu tiempo
en dirección a mis deseos.
En breves segundos
empezará el funeral.
Sobre su cuerpo camino,
mientras avanza mi profecía:
Papeles perdidos por los años
y lo que siguió al muro de la despedida.
Cayeron sus fragmentos,
dejando árboles
e historia.
Y un tintero,
y dolores de hembra extraviada en los mares
que acompañaba a una nube
y leía mis pasos.
Decía:
Mañana.
Caminaré en el cortejo fúnebre de tu querer,
desvelaré la historia de un amante,
despediré al nácar y a los papeles,
talaré árboles imaginarios.
Lloraré por las claves de las palabras
y por tu ausencia.
Olvidó el mar
que soy su ola.
Me arrojó a la arena,
quedóse dormido.
Su poder
es un corazón
y un tintero
y unos ojos dueños
y una tierra de boca que apunta
al cielo.
Ojalá sea
lo que entre tú y yo hay
plenitud,
y lo que entre los mundos y yo,
devastación.
Di tú, que has visto,
¿cómo sabrás
qué es una lechuza?
Todavía duerme una lágrima para la muerte
en el lecho de su revelación.
Huyen dos pájaros del alto cielo
y se vuelcan en mi boca.
Una copa del paraíso,
aguas para la separación
humedecen la lejanía,
elévase una rosa
en mi último funeral.
Amargo es el café de la muerte,
como el adiós de una estrella
en tu cielo.
Todos los pájaros que se han colocado sobre mi cabeza
han puesto huevos en mi sangre de recuerdo.
Las casas donde he morado
airearán los secretos de mi sueño,
salmodiarán a las gentes mi Corán
y los textos de la pasión legal.
Abandono ahora su casa
dejando un gato,
un diccionario de arena,
papeles para una plañidera
y un mundo con dedos de paraíso.
Un silencio abatido era la saliva de nuestro amor,
palabras sobre el divorcio de dos ciudades.
Abandono ahora mi alma,
mientras el conocedor que hay en mí inicia el viaje.
Marchó el fuego hacia la puerta,
y dejó en el lecho de la ola
rosas de ceniza,
trenzas de los mares de mi cólera,
aguas de un lago del paraíso del alma,
que beben mi soledad.
En la noche,
solo,
sales de un beso,
cabalgas una sombra,
dejas en la tierra
una lengua
y un aroma.
Y una mujer que llora en el muro del viento,
y una mujer que bebe la arena de sus pechos en su dormitorio,
y una tercera en una luna de cristal,
que olvida su pelo impregnado de rechazo
y con los dedos tatúa su cara.
Sale ahora de un cuerpo
que dormita bajo los párpados de sus labios,
y el agua permanece, corona de la primera rosa.
Me cerró la muerte
sus puertas
para otra ocasión.
Y aquella que amo cerró
su puerta.
Por la noche cuando reinaba la calma,
despertó el tiempo de su sueño
y una historia me contó.
Me mareó,
y se puso a dormir.
En El Cairo,
en una cama negra
de negras sábanas,
se despierta una muerte blanca,
escribe una historia sobre el agua
y olvida su cita.
ALEF, LAM, RA
Estabas velada,
no eras puerta para mí.
El reloj esparcía sus destellos,
ciega era la escritura de la vida en la mano.
Ojalá fluya una feminidad
que me pierda
y conecte los puntos con sus letras.
La puerta está a oscuras,
expuesta,
inevitable es a alguien como yo ver.
Este cielo es mi deseo
desde que saboreé tu sal.
Desvelé tu bosque a mi alma
y crucé el mar que me separaba; sus peces decían mi nombre.
Escribió nuestra historia el mar,
le confié una letra que se unificaba en su destino.
Encendiónos,
y su agua quemó una lengua que decía
y no decía.
Del vacío que crearon tus manos
llena sus países con agua.
Entraré
conservando mi lengua y una historia de jacinto
escrita sobre tus labios,
registrada por la mano de Dios.
Apoyándome en mis demonios
y en un cántaro de recuerdos,
entraré
y olvidaré, a propósito, el agua que conforma el nuevo universo.
Tus labios me escriben
no el poema.
Con tus dedos me inmortalizo,
no con la tinta que fluye,
y cesaron sus pasos.
Despojado,
excepto de la lengua,
construyo casas en tu desierto
y camino hacia Dios.
A su lado,
o sin él,
fundé mi reino,
y anuncié los mandamientos
desde un punto,
un alminar.
Confundisteis a mi corazón.
¡Oh pájaros!, me perdieron,
se extraviaron en mis células
y me hicieron olvidar mi infierno.
Yo no me agrupo,
ni me abandono en una lengua,
ni perduro como un dios,
más que por un pueblo de agua.
A mi lado
soportarás un tiempo del que eres creadora,
rozarás del sol un extremo,
del que soy extensión y cuna.
Olvida en mis manos las palabras,
olvídame,
que yo delimito mi mundo con agua
o con un pájaro parlante.
Soy diáfano,
protégeme de la tiranía,
pues a mí me gusta que los alminares del mundo descansen en mis manos,
que duerman en el mundo de mi boca.
A mí me crearon dos alminares,
antes de que empezara la creación.
Mi agua es del color de mi vasija.
Soy tu imagen,
cambia la forma,
pero tú permaneces.
No has nacido,
por siempre vivirás errante
en tu cielo.
Entre tú y yo
una flauta
se abre.
La fiesta empieza con el silencio,
el mar llora de soledad.
Descienden las cortinas de una Caaba,
aproxima el agua las lejanas orillas.
Desnuda el mar sus aguas,
cae el velo,
y pruebo
un naufragio y un olvido.
Un griterío
es el alfabeto de ensalmos y magia que entonábamos.
Son las aguas que vertimos,
es lo que describimos o revelamos,
es aquello que alcanzamos,
es aquello de lo que nos alejamos al entrar,
y que el tiempo nos acercó.
Un griterío
que crea nuestro silencio,
nuestro silencio es el mundo,
mientras suena en la flauta la melodía de nuestras tristezas.
Déjame tocarlo,
pues es el dios que adoraron antiguos dioses.
Estás más lejos que mis manos
y más cerca que los pájaros que me previnieron de tu boca.
Eres la huida de mis dedos
y la unión de los recuerdos.
La traición de la rosa eres para mí cuando me vio mirar lo que porto.
Eres el libro con el que empiezo
y que sigue siendo el inicio de mis estados.
De esta tierra extraña
eres tú señora.
Yo soy el extranjero,
dame una mano
para que duerma la abubilla para siempre,
que yo me he cansado de las palabras,
me he cansado de la destrucción.
Observa la tierra
mientras camina,
pues en ella está mi historia
y mis palabras sobre la ternura de la tierra para conmigo.
En ella están mis soles
y el agua que bebo de la yema de mis dedos.
Observa el tiempo conmigo,
pues me gusta que la historia
se arrodille
para que descansen los mapas entre tus manos,
y se dibuje la geografía
según nuestras aguas
y el volcán de las lenguas ascendientes.
En cualquier momento despertará,
pues para el sueño no hay tiempo.
El agua despierta
cuando un pájaro llama a su puerta.
Inmerso en el agua estaba,
mi cuerpo era el poema de un extraviado
y mis manos el refugio de un sabio
que deseaba ausentarse
difundiendo mi secreto,
transportando en las manos su libro.
ALEF, LAM, MIM, RA
Quiero que ella cocine el sol,
que mate el tiempo con el tiempo.
Quiero que ella despose a su soledad en las manos,
y olvide un antiguo suceso.
Quiero que ella se asome a la noche desde detrás de su cielo
y me llame para construir casas de palabras.
Quiero que ella peregrine a una Caaba en mis manos,
pues hay un estremecimiento
en los rincones del cielo.
Quiero que ella coloree sus aguas cada noche con mi voz
y entre en el campo de los sueños sola.
Quiero que ella me enseñe cómo ama una señora
y escribe narrando su estado.
Quiero que ratifique mis letrasy mezcle la música
con un jacinto convertido en ciudad de los muertos.
Quiero que no mida la distancia entre los pechos
y olvide sus olvidos en la lengua,
pues el monoteísta estaba ausente en la antigüedad.
El monoteísta está presente en la presencia,
el monoteísta permanece en un punto,
el monoteísta anhela un golpe de silencio,
el monoteísta en el fuego duerme como un dios,
el monoteísta ha ascendido deprisa,
para ver.
Quiero que ella me imagine en el incendio
y me borre con un recuerdo.
Quiero que ella entierre el tiempo
para crearlo.
Quiero que ella tome sus carismas de mis manos,
pues sus cúpulas
son la fuente de las elegías.
Quiero que ella cargue el mármol con sus manos,
que conozca el alfabeto de su color
y borre su tiempo de una aguja de placer.
Ella es la voz del cambio de guardia de un ángel a otro.
Quiero que ella sepa que la escritura es un recipiente
y que la letra es espejo para mi corazón.
Quiero que ella denomine a lo antiguo lugar del comienzo,
principio de la pasión
que desconcierta a unos dioses.
Sabed que soy un jeque y mis amantes duermen en las moras de los árboles,
pues el gusano de seda es nuestro señor.
Su seda otorga a las mujeres las señales del Día del Juicio.
Puesto que resucitamos, entra en mí
y ocupa el trono.
Un cielo entre nosotros
ya nos pertenece.
Estaba escribiendo cuando llegaste a mí.
El agua se derramó,
y las letras huyeron de mi blancura.
Era un miércoles arrasador, son mis dedos contados.
El día de la pasión es más duradero para tu Señor que el devenir de los mundos.
Quiero que ella sepa que olvidé los dedos en la escritura,
y que el sueño inventa la lengua
y que lo soñado la trae a mí, sagrada.
Quiero que me tome hacia sí
para saber
y para que me olvide en su agua
como gota de esperma.
Quiero que ella coloque su marcha en mi sangre,
que robe un sol
y deje el pasado para su vida,
pues lo pasado aniquila su muerte
y tus manos son mis dos reinos.
Yo en sus aguas
he visto nuestros primeros nombres.
He depositado mis secretos
en el corazón de un pájaro rozado por mi sudario.
Me abandonó
y voló por esos mundos
difundiendo mi lengua.
Quiero que ella me dé a conocer,
pues me ignoro a mí mismo.
Ella posee en sus manos la certeza
que exalta en la vaguada
mis primeros nombres.
Dichos del exilio
La tierra es una cárcel,
y los cielos guardan las estrellas fugaces.
Huye,
entra en el trono del amor,
pues la muerte es una criatura,
y tu lugar es el destierro.
Tu secreto se ha difundido,
y la duración de tu tiempo surge de una rosa.
Visitarás un istmo
y serás aniquilado,
mas tu alma permanecerá indescifrable.
Ahmad al-Shahawi nació en Damietta, Egipto, el 12 de noviembre de 1960. Realizó estudios de Periodismo, licenciándose en 1982. En su época de estudiante participó en la fundación del periódico Sawt Sohag y en él dirigió la sección cultural. En 1985, empezó a trabajar en el periódico al-Ahram. Participó en la fundación de la revista cultural perteneciente al mismo periódico, Nisf al-dunia, e intervino en numerosas actividades desarrolladas en los Estados Unidos, vinculadas con su profesión. En 1995 obtuvo el premio UNESCO de Letras y en 1998 el premio Kavafis de poesía. Es miembro de la Comisión de Poesía del Consejo Superior de Cultura de Egipto desde el año 2001. Ha publicado más de 20 libros de poemas, entre ellos: Dos Rakaas para el amor; Los dichos; El libro del amor; Asuntos del enamorado; El libro de la muerte; Agua en los dedos. En 1995 obtuvo el premio UNESCO de las Letras y en 1998 el Premio Kavafis de Poesía. Es miembro de la Comisión de Poesía del Consejo Superior de Cultura de Egipto desde el año 2001. Su obra poética, traducida a numerosos idiomas, ha sido objeto de estudio en varias universidades egipcias y árabes. Ha participado en varios festivales internacionales de poesía del mundo.
Su obra poética denota un profundo conocimiento del patrimonio sufí musulmán, del Maghreb árabe hasta el persa, pasando por Egipto. Sus poemas encantan tanto por su innovación como por su modernidad. Inspirándose en la tradición poética sufí, Al-Shahawi retoma los temas de sus predecesores: la pasión, la trascendencia de las emociones humanas, la omnipresencia hechizante del Ser Femenino. Él se inspira como siempre en su experiencia actual de poeta comprometido, en un mundo consagrado a la inhibición y a la denigración del placer debido al Otro, el ser elegido, sujeto y objeto único y perfecto del estado amoroso. Se entretiene en desterrar de la mujer las sensaciones sacrificadas, debido a este pudor casi congénito que limita el flujo legítimo del placer debido al cuerpo. Cava la lengua para extirpar lo «oculto». El mensaje espiritual subyacente en cada una de las obras de Al Shahawi, coloca sus palabras a este nivel refinado cuyos trazos milenarios del sentimiento amoroso hechizan al lector de los tiempos modernos.