LUIDMILA QUINCOSES CLAVELO
LUIDMILA QUINCOSES CLAVELO
Ánima sola
I
La clarividente ha corrido su cortina con parchos
y me ha invitado a entrar en su recinto.
Donde un aire pesado trae olores
a salvia, a cera derretida,
a perfumes en frascos diminutos,
como si hubieran sido hechos
sólo para que ella los tocara.
Dos sillas y una mesa y muchas cosas,
los ángeles de Dios están sentados
a nuestro alrededor.
Yo no los veo,
ella los invoca y leo en sus ojos
los nombres de mis padres
y los nombres
de los que alguna vez fueran sus padres.
Veo que enciende la vela
mientras habla con los muertos
y pide que se acerquen,
pide verlos.
Sobre la mesa el vaso,
sólo un poco de tierra lo rodea.
El círculo del vaso es como un pequeño lago,
como un espejo de agua
donde acuden las imágenes.
Sólo tienes que fijarte para ver
la historia que el agua le cuenta
a la clarividente.
Allí, en el vaso
otro habla desde la muerte,
a tu espalda.
Escúchalo,
no es por gusto que escribe sin manos,
que dibuja suavemente esas figuras
en el agua quieta.
Vísperas
Como una araña tejí mi casa,
tejí los mármoles y los espejos.
Los altos ventanales
donde siempre es de noche.
Pensé la vigilia debe acabar,
pero es insondable
y sin dudas eterna esta única noche.
Subo y bajo las profundas escaleras,
todo es blanco,
terriblemente blanco y bello.
Amo mi casa sin árboles,
sin el mar.
Pero extraño mis ojos,
esos otros ojos adonde se asombra
el sol,
la enorme claridad de las mañanas.
Era feliz, entonces
no poseía las llaves de lo eterno.
Mensaje a Esmirna
Esmirna, mi mensaje es horrible;
nada me produce más placer que anunciarte
alegría
y he aquí que solo he venido a mostrarte
tristezas.
Ciudad translúcida
de contornos vagos como sueños,
Esmirna, tus mendigos son príncipes
y tus príncipes visiones.
Extraños comerciantes plantan sus tiendas
al sol
o bajo los portales de alucinantes fresnos
y venden todo tipo de magia,
toda clase de encantos
para los que, como yo, se dejan poseer.
Ahora, escucha:
ojalá sólo tuvieras oídos para escuchar el tañer
del címbalo,
las voces de júbilo.
Un ángel de Dios vino a mi encuentro y dijo
que todas esas cosas,
Que todos esos hombres, en verdad,
nunca existieron.
Yo conozco tus obras y tu tribulación.
He venido a librarte del peso infinito
de la gloria,
perdóname
pero mis órdenes son estrictas,
nada ha de quedar,
ni piedra sobre piedra.
Tus almenas serán el encanto
de los arqueólogos
de otro tiempo;
los esqueletos de tus mujeres, joyas antiguas,
y la ceniza que ahora veo perderse,
solo un pobre recuerdo de este hombre infame
que Dios ha elegido para ser odiado
de generación en generación.
Esmirna, no eres tú la única que muere;
poco falta para que la oscuridad invada
por siempre mis ojos
y mi memoria,
La aciaga profecía está por cumplirse:
Moriré esta noche, quemado por descuido.
El corazón quedará intacto de tanto odio;
cubierta estará mi tumba por un polvo eterno.
a Concha Tormes
Liudmila Quincoses nació en Sancti Spiritus en 1975. En 1994 Un libro raro, obtuvo el Premio de la Ciudad, de Santa Clara y con Los territorios de la muerte en 2001 obtuvo el Premio Pinos Nuevos. En 2002 fue galardonada con el Premio Calendario por su libro Poemas del último sendero.