Luz Helena Cordero (Colombia)
Por: Luz Helena Cordero
JARDÍN DE MANOS
Una mano reemplaza una palabra,
dibuja una pregunta en el vacío,
suprime el pensamiento,
simula un vuelo en la oscuridad,
va y viene sin dios ni amo,
no sabe lo que quiere
pero siempre lo encuentra.
Las manos tienen los ojos anchos
y los labios dispuestos
para contar su desparpajo.
Suelen deambular en las noches
como gatos hambrientos,
ninfas desnudas en la acera del cuerpo.
Una mano se posa en otra mano
y se funda una medusa de silencio.
Suele morir de frío si está sola,
es su mayor miseria.
Las manos se resisten a matar los cuerpos.
Cuando van a la guerra se persignan,
caen a tierra como flores marchitas.
Alguien prepara un jardín de manos
para adornar la tumba de Dios.
COTIDIANA
Pasa una ambulancia en busca de un herido,
da vueltas el sonido rojo
ávido de golpes, de caídas,
buitre que ruega al cielo su alimento.
Todos nos revisamos el cuerpo
no sea que exista un agujero
y por ahí se nos escapen las ganas de movernos,
de empujar los zapatos.
Alguien ha visto pasar nuestro nombre
en el desfile de los rezos.
Es posible que ya estemos muertos
y sigamos erguidos como troncos
que engañan a los pájaros.
ESO DICEN
Dicen que hablar no cuesta nada.
Parece infalible la sentencia.
Se cae la boca con el grito,
pesan las palabras como trenes frenéticos
que atropellan las noches,
el compás del corazón,
la forma de peinarse.
Alguien pronuncia dos palabras
y se desploma el paisaje en la ventana,
deja de salir el agua por el grifo
o sale con desgano, sin sed que la recoja.
Dices adiós y algo se quiebra,
puede ser el espejo o su imagen,
alguna cosa que guardabas,
la secreta esperanza de un algo impronunciable,
su cobarde mudez.
Podríamos andar ligeros de voz y de preguntas,
dos o tres dudas como globos que estallan
sin ruido, sin misterio.
Pero las palabras se cargan de sal y de sonidos
llegan a pesar tanto que un día nos matan
de memoria, de silencio,
qué le vamos a hacer,
si estamos más hechos de palabras que de huesos
y hablar nos cuesta todo.
Luz Helena Cordero nació en Bucaramanga, Colombia, en 1961. Libros de poesía: Óyeme con los ojos, 1996 y Cielo ausente, 2001; libros de relatos Canción para matar el miedo, 1997 y El puente está quebrado, 1998. Incluida, entre otras, en las antologías: Tambor en la sombra, Poesía colombiana del siglo XX, 1996; Quién es quién en la poesía colombiana, 1997 y Trilogía poética de las mujeres en Hispanoamérica (pícaras, místicas y rebeldes), 2004. “La reflexión sobre mi poesía me lleva a una pregunta que suele hacerse de manera desprevenida: ¿Para qué sirve la poesía? Pero ¿a quién se le ocurriría preguntar para qué sirve la pintura o la música? La poesía ha heredado la misma función instrumental del lenguaje y las respuestas suelen ubicarla en una doble condición: o bien es la mirada del demiurgo, la palabra de la musa, el toque de divinidad en el lenguaje, o es la voz marginal de seres raros que viven en las grietas de la sociedad. En el primer caso se cree que la poesía sirve para iluminar a la humanidad, a los poetas se les impone un aura, ellos mismos orgullosamente se la atribuyen, y con ello aceptan el encargo pragmático. En el otro caso, cuando el poeta se ve como el ser marginal que dice cosas contrarias a la expresión del colectivo, se está considerando que la poesía sirve para oponerse al orden social, para combatir el establecimiento. Aquí el poeta aparece como el bicho raro pero útil, pues por su boca hablan los segregados o los inconformes. En este caso se le endosa la misión de contradictor. Entiendo que la poesía sólo puede ser libre en la medida en que no tenga ninguna función asignada socialmente, siempre que no le hagamos encargos inútiles. Si la poesía tiene una misión es dar nuevos e inagotables significados al lenguaje, abrir puertas por donde las palabras se liberen de los grillos que les ha puesto la sintaxis y la gramática (tal como lo hizo Mallarmé), crear a partir de esa “paleta de palabras” de Valéry, liberar los sonidos y sus metáforas y, sobre todo, hacer que surjan nuevas formas de expresar, de sentir, de pensar el mundo. Mi poesía quiere habitar este espacio, adquirir esta alma ambigua, quizá contradictoria”.