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Nahid Kabiri, Irán

Clausura del 17º Festival Internacional de Poesía de Medellín

Por: Nahid Kabiri
Traductor: Ricardo Gómez

ÉSTA

Gota a gota
la rosa,
gota a gota,
la lluvia,
grupo a grupo
los amados, los amigos
en su sangre,
¡bajo el fuego!
Las negras nubes
suspendidas, densas
la ciudad muda, fría y tensa
las ramas quebradas,
el cielo sombrío,
¡Oh, qué tan indefenso!
¡Oh, qué tan insensible!
¡Nubes, viento, lluvia,
deseos abatidos,
agonía, dolor!
Llantos silenciosos
tumbas sin marcar
en una multitud 
como las hojas de otoño
¡Oh, nuestros amados!
¡Oh, nuestros queridos amigos!

 

 

VELAS ALZADAS

Rasgo la alborada,
es muy estrecha para mí
y el día es una falda corta
¡que ni siquiera me llega a las rodillas!
La avergonzada policía cívica
sopla su silbato
para advertirme
y recordarme el reglamento:
¡la desnudez en público,
está estrictamente prohibida!

Quiero buscar un refugio 
venir a ti
pero al interior de la brecha temporal amorfa
que separa el día de la noche
¡soy incapaz de encontrar tu dirección!

Un viento recio,
se arremolina rabioso
y gira y gira
en nuestra morada tribal.

¡La velas están alzadas!
¡Tum! ¡Tum! ¡Los tambores de otoño!
Como si una poderosa fuerza en la oscuridad
agitara y torciera los árboles.

Me arrodillo
para recitar un poema en voz alta
como si fueran las solemnes palabras de una plegaria
¡Amén! ¡Amén!
¡Y despierto siendo una estrella durmiente
en el más alejado rincón del cielo!
¡Amén!

 

Petición autorizada 

¿Me permite usted, señor?
¿Puedo abrir las ventanas de mi corazón 
a las envolventes tentaciones de la luz?
¿Y aunque sea desde la distancia,
mirar las bellezas de la vida?
 
¿Me permite usted, señor?
¿Me permite ser yo misma – una mujer…
de entre todos los trescientos sesenta y cinco días del año,
por sólo uno, liberarme
de sus órdenes y prohibiciones?
 
¿Me permite usted, señor?
¿Me permite tomarme la libertad natural
de recostarme sobre la hierba verde
y siendo aún más generosa que el sol
dar al suelo expectante
la tibieza de mi cuerpo y alma?
¿O, en los cultivos a lo lejos,
posarme sobre un árbol solitario
para cantar en el campo
buscando la comunión con los pájaros
y la armonía con los ríos,
en los cuales nadan extáticos cardúmenes de peces
y, en recuerdo 
de todos mis susurros de amor a la lluvia,
rendirme a una libertad por mucho tiempo ansiada?
 
¿Me permite usted, señor?
¿Me permite tan sólo por un rato en su sociedad impuesta
ser eximida de las molestias de los
“¡Detente!”
“¡no hagas!”
“¡No!”
y “¡Nunca!”?
¿Me es permitido, si usted cortésmente me concede el derecho,
soñar con el amor?
¿Y, fascinada por los audaces versos del amotinamiento,
el encanto envolvente de un beso,
y el cautivador brillo de la libertad,
evadirme
de la severidad de los oficios domésticos,
impuestos exclusivamente a la mujer?
 
¿Me lo permite, señor?
¿Me permite por unos momentos de alivio, dejar
la aguja y el hilo,
la ropa y la plancha, 
la tetera y la estufa,
y bajo los cielos infinitos del romance,
fusionar mi ser
con esos adorables momentos de sentido común e inteligencia,
que su “CÓDIGO” me ha negado siempre?
 
¿Me lo permite, señor?
¿Me lo permite, señor?
¿Me permite saludar algún día a un vecino?
¿O tejer una bufanda para algún transeúnte
con los hilos de mis lágrimas no derramadas?
¿Y puedo emigrar sin un “permiso”
al altar de rosas
allá a lo lejos – en los fragantes campos de la primavera?
 
¿Me lo permite, señor?
¿Me lo permite?
¿Me permite luego burlarme de cualquier cosa de acá?
 
Sí, burlarme, ¡señor!
Y decírselo en su cara:
su “Yasa”[1] es una vergüenza
y la justicia en la que usted cree,
es, de hecho, una desgracia.


[1] N. del T. Antiguo código mongol del Gengis Kan que trataba no sólo el comportamiento sancionable y los correspondientes castigos, sino también las reglas de procedimiento, los límites jurisdiccionales y los derechos de propiedad del imperio.

 

 
En una banca en el jardín nacional 

 
¡No hay esperanzas para esta multitud sin estrellas!
Aferrado a ninguna parte
su cielo sin estrellas,
suspendido,
y tan indiferente como de costumbre,
es una inmensa sombrilla rasgada en jirones –
rasgada en parches blancos o de un gris oscuro
de nubes melancólicas,
por aquí o por allá un parche azul
pero sin rayos que lo atraviesen
y ninguna estrella –
¡ni siquiera una lejana!
 
Oh, Dios
soy una mártir del amor –
¡perdida y turbada!
¡me enterraste viva!
¡sí!
Me enterraste en una tumba profunda
¡mi alma vivaz!
¡¿Palabra profana?!
 
¡¿Blasfemia?!
¡Qué así sea si lo es!
¡Pero no lo es!
 
Soy el alma angustiada que recorre las sendas nocturnas
palabra tras palabra, palabra por palabra,
me consumo y envejezco
es la multitud que se me impone.
 
En el Jardín Nacional,
me siento en una banca en un rincón solitario
hombro a hombro con mi soledad,
y me fragmento en pequeños pedazos de pan,
los largos momentos de mis agonías y anhelos,
para el pájaro que se posa allí
en la ahora grisácea rama del crepúsculo.

 

 
Distancia 


A lo largo de la noche,
parpadea
en un rincón lejano del cielo
una estrella vigilante,
observando la laguna de la tierra
me ve maravillada y comprensiva
luchando contra las particularidades 
de mis mundos oscuros…
aunque inútilmente; aunque en vano
 
Y tú,
bajo un techo conmigo
y a una distancia incomparablemente más corta
que la que nos separa a mí y a mi estrella,
¡pareces estar muchísimo
más distante!


 
Basta con abrir la ventana para invitar el sol a entrar 


 
No le temo
a la oscuridad de la noche
soy una multitud de estrellas titilantes
¡toda luz!
Desde atrás de las palmeras
me despido con tierno afecto
de todos los pequeños placeres de la vida 
que flotan en la distancia,
en la frescura de la brisa. 
Escucho el día crecer,
lo escucho respirar.
No me aflijo,
¡El rumoroso golfo azul no está solo
mientras sigan vivos los recuerdos!
 
Cuando empieza a llover
te anhelo,
anhelo ser verde;
anhelo crecer
y me atribulo de nuevo.
 
Vierto toda mi amargura en mi taza de café
y la bebo toda
¡hasta la última gota!
Lavo mis anhelos
en la lluvia impetuosa
y luego
los cuelgo en las holgazanas cuerdas de la ociosidad
junto a mi vestido, algunas gotas de rocío 
y un esperado mensaje:
“lo pasado, pasado”
¡Basta con abrir la ventana
para invitar el sol a entrar!
 
Conocerte fue una cuestión
que franqueó
los estrechos carriles de la alborada
camino a casa para buscar cobijo
en tus gentiles manos que portaban
la tibieza del amor
y el seductor sabor a pescado y pan…
Conocerte fue una cuestión
corriendo a casa
por los estrechos carriles de la alborada.
 
Al volver del rudo mar,
una noche cuando la lluvia arrecie,
 
verás con gran alegría
otro nombre junto al mío –
un nuevo nombre en tu lugar –
¡cuya dulce sonrisa se parece
a la tuya!

 

 

 
Rosas 


Gota a gota
la rosa,
gota a gota,
la lluvia,
grupo a grupo
los amados, los amigos
en su sangre,
¡bajo el fuego!
Las negras nubes
suspendidas, densas
la ciudad muda, fría y tensa
las ramas quebradas,
el cielo sombrío,
¡Oh, qué tan indefenso!
¡Oh, que tan insensible!
¡Nubes, viento, lluvia,
deseos abatidos,
agonía, dolor!
Llantos silenciosos
tumbas sin marcar
en una multitud –
como las hojas de otoño
¡Oh, nuestros amados!
¡Oh, nuestros queridos amigos!


 
De la balaustrada a la sombra 

 
¡Tacha el encuentro que habíamos acordado
para la hora amarilla del día color azafrán!
¡No iré!
¡Esas oscuras, sucias, “extrañas sombras de vestidos”
que exhiben allí –
en esas calles de ambiente ignominioso y ofensivo
no merecen mi interés!
 
¡El resplandor del sol, sin embargo,
difuminando su velo dorado sobre la balaustrada,
trae consigo el momento en que te veo!
Te veo con tu maletín
pesado por las muchas palabras por decir,
opaco y marchito, caminando sin afán,
pasando por todos los actos de protesta.
Cerca de unas tiendas de ropa para mujeres
te detienes, te demoras
piensas en mí.
Tras las vitrinas de algunas librerías
te derrumbas:
¡librerías sin libros de poesía!
 
Y luego recuerdas
que mi pañuelo, mojado por mis lágrimas,
no se seca
¡ni siquiera bajo el sol!
 
Me dejo llevar en una bocanada de vida
y vuelvo pronto a la mesura 
antes de que el viento se lleve
las últimas llamas de luz y calidez,
y mi período de gracia termine
en un adelgazamiento paliducho y una tos enfermiza,
en el último momento antes de morir,
te veo…
 
Te veo pasar por el mercado de alfombras,
cada vez más distante,
hasta que te detienes a comprar
un poco de leche, unos melocotones y un par de gotas de rocío.
Luego, en la Avenida del Sol,
te llevas la mano de pronto al corazón…
y…
te derrites gota a gota
en un pequeño pozo oscuro –
para morir…
¡poco a poco!
 
¡Y no te veré más 
en el tic-tac continuo 
de mis momentos de honda evocación!


Nahid Kabiri nació el 24 de noviembre de 1948 en Irán. Graduada en Sociología en la Universidad de Teherán. Colaboradora permanente en publicaciones persas. Ha publicado seis libros de poesía (Yalda; Moments in the Wind; Sunsets; Autumnal Aspirations; y In Praise of the Sun), también tres libros de relatos breves, dos novelas, además de diversas traducciones y artículos.

Nacida en la tierra de grandes poetas como Rumi, Saadi, Hafiz y Ferdosi, su escritura tiende a adoptar el concepto moderno de la corriente poética principal en Irán, iniciada por Nima Toushij cincuenta años atrás. Sus poemas son expresivos, líricos y también calificados como socio-políticos. Su escritura, su fraseo, es sensitivo y brillante. Una manifestante natural por la justicia y la igualdad de derechos, ella extiende el brazo al lector en su poesía, su redacción honesta y sincera. El estudio y el amor por la literatura, el arte y la poesía han sido parte esencial de su vida.

Última actualización: 17/12/2021