Tatiana Oroño (Uruguay)
Por: Tatiana Oroño
VELO POR MÍ
Me concedo
cuidados. Acontece que hago
por mi vida. Segrego mi capullo como un ajuar
trenzo mi última edad me envuelvo
en mis edades. No he
de entrarme
en años
sin tomar providencias. He de hilar
la crisálida. Perlada
de roturas. Suturada de nudos.
Ensaliva su seda la devana
el abdomen
con tacto secretor con oficio
envolvente. La boca
desdentada no deja de lamer recubrirse. En esta larva ungida
de babas cuidadosas
cicatrizan suntuosas cabelleras o medran algas
de doble densidad
y canutillo
acuáticos caireles y pinzas de cangrejo. El desgaste
emparenta lo dispar muele la cáscara tritura los relámpagos
en cada caso. El capullo es un nido
que se autodestina. El capullo
de añarse de añejarse. Lo he cosido
con agujas y dientes con las muelas más fuertes
con pechos y caderas. Es labor de mis días. Muselina
envuelta
en derredor. Membrana
que me enjoya.
NOSTALGIA E IMPACIENCIA
eso, impaciencia
más ancha que los cálculos y los marcos
teóricos. La esteparia impaciencia
la nostalgia simún nieves eternas
taigá, pampa sin mapa.
No hemos tocado
cosas sino latencias. Pulsos.
Altas palpitaciones.
Nuestra vida agitada tela blanca.
Ojalá
el que lea estas líneas
reconozca su patria, esta manera
de ser joven aún
de haberlo sido en el 68. De serlo. Hoy.
Mecha, la vida no es
una es el total
de las vidas perdidas la tarde
de este día donde escribo
tus ocho años de cárcel
y el destierro en las aguas de un destino
que bracea
y devuelve
hijos criaturas que vivan
a la orilla.
Era la historia nuestra este caudal de vientos
y la ola quebrándose en la cima
nuestra vida. Aire en seco.
Llover
sobre mojado.
EL DESEO
Todo tuvo la forma
que no tuvo. Pero tiene
el deseo
persistencia una forma
fluida un amarre
de aguas. Más
del 50% de los cuerpos
es agua
tornasol del abrazo
molecular de hache
en torno a O.
En la suerte corrida en lo vivido
en su fe de bitácora
cuenta
ese suelo lacustre esa morada móvil esa frontera líquida
su espermático
don
de dividirse
en flujos en
regatos en subsuelos
barrosos. Mi mano palma y dorso
también es agua orilla
burilada por el deseo
que siempre borra el trazo.
Tanta agua humedece la historia.
Hace duda su suerte. Húmeda.
De Morada móvil
PALAFITOS
Las palabras se sostienen en lo que no está dicho todavía, en lo que está dicho a medias y en lo que no se puede decir.
Respeto el silencio a que está obligado el significado. Esa templanza que debe conquistar junto con una vida más larga, siempre, que la circunstancia en que nació. Es la capacidad de esperar pero sobre todo la de ver morir la circunstancia en la que adquirió él mismo forma y vida, y negarse a morir con ella; la de animarse a romper los lazos de la fraternidad con su origen sólo para demostrar en el único terreno posible - que es el de la contemporaneidad con la muerte y el de la convivencia con el desgaste- cuánto valía algo propio. Algo que él, por añadidura, tenía.
Me identifico con ese destino de lo que quiere vivir en tierra firme aunque le haya tocado una existencia lacustre. Ese destino exige aprender a morir las veces que sea para ahorrar fuerzas y volver a gastarlas pagando el derecho a la vida cuantas veces haya que hacerlo. En esa lucha por la vida el más frágil de los significados se vuelve fuerte. A fuerza de lucha. Productivo, a fuerza de economía. Combustible, a fuerza de sobrevivir en los pantanos.
TAREA EN ENTREDICHO
Dar cuenta involucrar
los hechos probarles
la existencia
de palabra
por fuerza
casi
nada:
veinte años atrás
todo tuvo la forma
que no tuvo
salpicada
mordida
de una orilla.
CONSTRUIR
en el polvo
cimentar en la lava
excavar en el aire
apuntalar en punto imaginario
sostener la mirada
contener el aliento
levantar el andamio.
LO QUE HAY ES LO QUE HACE FALTA
No puedo contar porque lo que tengo que contar no está, no se produjo. Es lo que se produce cuando escribo.
Mejor dicho: hay una historia. La de las sombras de la mano, la del calor que desprendió la mano al moverse buscando. Es una historia fuera de los hechos contados que -como la sombra- está fuera de los cuerpos.
Mi empeño es encontrarla. La historia es ésa.
DIOS ESCRIBE DERECHO
por caminos torcidos. El poeta
no concede entrevistas/la sala da
cobijo. La lectura nos guarda con su fanal oscuro.
Una voz de zapatos arrastrados
en los sótanos de la garganta. Esta es la noche
quien no pudo
sentirla
así
no la conoce. El poeta cocea. Lee.
Lee.
Arrastra por la noche su garganta. Arrastra con las letras airadas
la dolor. La entera
cabellera
de andrómeda o de
madre que
peinaba con mano
que escribiera
ahora pasa las páginas
de la vida
que fuimos. Qué. Piragua agua estelada
barca. Qué. Asaltantes
del cielo. Hijos de las metáforas.
Lirios del campo. Briznas. El pasto de las fieras.
Cuerpos vivos. Vivíparos. Hijos
de la palabra. Rezumos de la voz. De todo lo que fuimos
queda lienzo.
Una tela del alma
sin usar.
A ciegas
se la escucha rozar
en el regazo
mientras la voz humana
mana y la beben
los ojos y la
acechan
las trompas del oído
y el
escuchar vuela se va
tras
las bandada oscura
de las páginas
abiertas de Juan
Gelman.
MI MADRE
acreería creerá me cree.
Voy hacia ese acrecer ese creer.
Caer en ese cántaro. Decaer en el pie de esa fe.
De ese mirar.
Mi madre mira. Abre camino.
Camino hasta el mirar. Voy hacia él. Le creo
lo que brilla
en el ojo.
Tras él. Tras él le creo.
Lo que no se le ve.
Tatiana Oroño nació en San José, Uruguay, el 22 de julio de 1947. Poeta, profesora de Lengua y Literatura Españolas, con Maestría en Literatura Latinoamericana. Obra poética publicada: El alfabeto verde, 1979; Poemas, 1982; Tajos, 1990; Bajamar, 1996; Tout fut ce qui ne fut pas, Ed. bilingüe, 2004; Morada móvil (Artefato, 2004); La piedra nada sabe (2008); Ce qu’il faut dire a des fissures, ed. bilingüe, París (2012); Estuario (2014); Libro de horas (2017).
De ella nos comenta que el poeta y ensayista Luis Bravo: “Tatiana Oroño es una voz referencial en la poesía uruguaya actual. De contención formal, de sensitividad precisa y de intimidad pensante se nutre el cuerpo de su escritura. La conciencia del lenguaje como cuerpo propio hace que su poesía se presente como (en)carnadura del sí mismo: “escribir para ser una, echar cuerpo”, dice. Su poética aproxima lo emocional desde una cierta distancia enunciativa. Así los infinitivos y los usos reflexivos adquieren protagonismo: “Dar cuenta empecinarse / en dar/ ciertas razones/ de ser”. No por esto es “impersonal” sino que su materia verbal trasvasa lo entrañable sin la imposición enunciativa del “yo”: “poesía es/ cuando no le hago sombra/ cuando filtra/ porosa/ persuadida/ no yo, este comportamiento/ esta manera dada sostenida /adentro / afuera”. Su observancia reflexiva surge “alrededor de” la circunstancia de ser y de estar como mujer entre las cosas y los hechos cotidianos. Pero esa “circundancia” no es mero registro de lo circundante/ circunstancial sino su forma de “escanciar hacia /un centro/ sin corona ni premio// (....)/hacia un centro infalible de latidos”. El resultado es el de un “parco aviso” que mantiene a rienda corta la denotación mientras la reticencia filtra lo no dicho entre lo dicho. Así lo explicita en “Palafitos”: “Las palabras se sostienen en lo que no está dicho todavía, en lo que está dicho a medias y en lo que no se puede decir”. Con un afinado sentido de la composición plástica sus versos se diseminan en el blanco de la página, ofreciendo ese espacio como reverberación de la voz escrita para quien la lee entre líneas. De su poesía ha dicho Gérard Blua: “una suerte de confidencia a la escucha del otro, para que mañana no sea una vasta diferencia”. Sólo que “confidencia” en Oroño no es confesionalismo sino un lúcido dar cuenta de lo que queda por descubrir entre las palabras: “una tela del alma/ sin usar”.