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Abdellatif Laâbi, Marruecos

Por: Abdellatif Laâbi
Traductor: Rafael Patiño

PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 80. Diciembre de 2007.

GENTES DE MADRID, ¡PERDÓN!

¡Ay qué día tan triste en Madrid!
Que quede dicho
La tierra no tembló aquel día
Ningún asteroide vagabundo
Se estrelló contra la Bolsa
Nada de nueva marea negra
Y la precedente se fue pronto
A ser tratada en las urnas
La televisión ladró, maulló, cacareó
Chirrió, croó, tintineó, hizo bla blá
Los futbolistas se habían metido entre el verde
Los toros pacían
Los escritores se pegaban a las sábanas
El bigotudo pulía su sermón de adiós
El asesino en serie
Se había dado un tiempo de reflexión
Y Dios padre o madre
Estaba como de costumbre
Entre los acreditados ausentes

Que quede dicho
El tiempo se paralizó bruscamente
Luego hubo este campanilleo anodino
Perdido entre la cacofonía de los campanilleos
Malditos sean los celulares
Sobre la tierra como en el cielo!
Algunos segundos
Y el dique de la razón cedió
La cadena de la especie humana se rompió
¡Ay qué día tan triste en Madrid!

Los herederos obligados que somos
De todas las Andalucías
De todas las luces
De todos los genocidios
De todas las tinieblas
Embrutecidos
Ridículos
Como ratas
Cogidas en la trampa de la impotencia
Por milésima vez
Buscando comprender
Entonces lo que se creyó haber comprendido
La última vez

Los sabios acaban de revelar
Que el universo ya no estará en expansión
A la inversa
Los cándidos, que somos nosotros,
Fingen descubrir
Que el sadismo del hombre es ilimitado
Reventando los ojos
El abismo insondable del mal
Entonces clavémonos allí
Aunque no sea más que para probar
Una ínfima parcela del calvario
De los recién llegados
Al baile enmascarado del horror
Allí donde la carne y el alma están encubiertas
Entre el crematorio de un círculo del infierno
Que ningún texto inimitable
Nos ha señalado

Señores asesinos
Se pueden regocijar
Especuladores eméritos, han adquirido a vil precio el campo inconmensurable de las miserias, de las injusticias, de la humillación, del desespero, y lo han hecho fructificar ampliamente.
La tecnología de los satanes aborrecidos ya no tiene secretos para ustedes.
Para ustedes no cuentan ni la religión, ni el color, ni el sexo. Todas las marionetas son válidas. Basta con no estar acostado en una tumba para ser el primer atendido.
Ustedes son consumados maestros en el arte de tirar los hilos del odio para señalar, designar, acosar, arrinconar y ajustar su cuenta al primer individuo consciente o inconsciente del riesgo de simplemente existir.
Que él coma, que esté de pie o acostado, que haga su plegaria, que agite ideas en su cabeza o se dirija a su trabajo con la cabeza vacía, que acaricie la mejilla de su niño o coja una flor, que escuche una música que le recuerda la tierra de sus orígenes o el reencuentro que cambió el curso de su vida, que escriba un poema o llene su hoja de impuestos, que hable al teléfono con el plomero o a su madre postrada en un hospital, que lea un libro de Gabriel García Márquez o un prospecto de pizzería, que se sacuda bajo la ducha o se aburra en los retretes, el pantalón remangado entre las rodillas, que abra su corazón a su vecino en el bus o bese los ojos delante de la mirada insistente de su vecino de enfrente, que empuñe su valija antes de montar en un tren o corra entre los pasillos kafkianos de un hotel de lujo o de mierda, que acabe de saber que su hepatitis C no le deja sino algunos meses de vida o palpe su cartera para asegurarse que su portafolios sí está allí, que se dirija a una entrevista de empleo o pinte una banderola para la manifestación del día siguiente, que se rasque las pelotas o pegue con el puño sobre la mesa, que ame la compañía de los perros o la de los gatos, que sea hombre, mujer, o incluso en esta edad bendita en que el ángel no tiene verdaderamente sexo y sobretodo nada de alas Todas las marionetas son válidas. Basta con no estar acostado entre una tumba para ser el primer atendido.
Oh dulce infante
¿Es por eso por lo que tú gritabas
Hasta desgarrarte los pulmones
En el momento de nacer?

Señores asesinos
Se dice que ustedes hacen funcionar bien sus meninges. Entonces, puedo formularles una pregunta simple:
¿Es qué, para ustedes, un ser humano?
¿Por qué este silencio? ! Respóndanme!
Ah yo adivino su rictus despreciativo e imagino la burbuja que ustedes dejan escapar por inadvertencia de sus labios lívidos. Veo allí un pequeño insecto sobre el cual se abate un puño velludo, y a guisa de comentario esta exclamación: ¡Esto le enseñará!
Es cierto, y sigo sondeando sus pensamientos, este insecto dañino ha sido criado por el ser que los pone a sudar frío y que los desvela hasta envilecer aplicando a la letra el principio de precaución: he nombrado a la mujer, perdónenme la expresión. Yo adivino su miedo y su repugnancia, el horror que les inspira el advenimiento de la vida cuando, después de los jadeos y los gritos de la parturienta, la cabeza viscosa del infante se libera del conducto inmundo que han sido bien obligados a trabajar y, colmo de la mala suerte, a sembrar. Ustedes nunca perdonarán haber pasado por allí. Es por ello que la muerte es su única pasión. Por ella ustedes enrojecen, palidecen. Su corazón palpita. Desfallecen. Y cuando la han celebrado, se ven golpeando a la puerta de yo no se cual Edén donde delicias perversas, reconózcanlo, les han sido prometidas.

¡Ay qué día tan triste en Madrid!
Que se diga
Es en Rabat, Argel, El Cairo, Bagdad
Donde más se debiera lamentar
El no saber sino pensar
El no saber sino decir
El no saber sino hacer
Los herederos obligados que somos
De una edad de oro entregada a las lloronas
De tantos sueños abortados
De tantas vejaciones
De tantas tiranías
Embrutecidos
Ridículos
Corroídos interiormente
Por la bestia inmunda
Que nos hemos habituado
A reenviar de una patada
A la cara del Otro
¿Responsables? ¿Culpables?
Víctimas todos también
De los verdugos que excretamos
Como el hígado secreta la bilis
Cíclicamente aplastados, abatidos

Por los potentados que execramos y adoramos
Luchando a veces
Con la fuerza de la esperanza y de la desesperación
Para que nuestros descendientes
Puedan creer quizás un día
Que antes de la muerte
Hay esto que un viejo rumor llama
Vida:
Un manantial materno
Donde es radioso bañarse
De día
De noche
En todas las estaciones bellas
Y prometedoras
Único milagro
Sin truco

Gentes de Madrid
Que vuestros muertos reposen en paz
El grano secreto de la vida
Depositado en ellos
Ninguno lo ha demeritado
Como un todo cada uno, ellos han abrigado el aliento que anima el Universo y la Creación. Cada átomo de sus cuerpos ha vibrado y girado alrededor del sol interior que ha iluminado su camino. Su viaje fue el nuestro, y nuestro viaje será de ahora en adelante el suyo. Continuaremos soñando en sus sueños, desollándonos el alma en sus desolladuras, interrogándonos en sus interrogaciones, amando en sus amores, acariciando la luz en sus caricias, maravillándonos con su maravillarse. Continuaremos incluso debilitándonos con sus debilidades, encerrándonos entre sus encierros. No descuidaremos ni las anteojeras ni las pequeñas bajezas. Asumiremos en nuestra cuenta su parte de intolerancia, de estupidez y de indiferencia porque nosotros no somos sino sus hermanos y hermanas humanos, nada más que humanos. Pero trataremos de resistir todavía mejor en su resistencia, alimentaremos el fuego vacilante de nuestra memoria con el carbón punzante de su memoria.

Gentes de Madrid
Ya que nadie ha pensado
En pedirles perdón
Soy yo quien lo hará
¡Yo! ¿Quién soy yo? Mi nombre no les dirá nada
¿Por qué lo hago yo? Poco importa
El grito precede a la palabra
Que a veces precede el pensamiento
Y entonces el corazón tiene razones
Que el espíritu a veces ignora

Entonces perdón, gentes de Madrid
Perdón por estas noches futuras
Blancas o grises
Donde el ser querido
Regresará en fantasma amenazante
A reprocharles el haberlo sobrevivido
Perdón por la mano
Que no ha sido hallada de nuevo
Por el anillo de matrimonio calcinado
El estuche de maquillaje abierto
Utilizado en el último instante
Perdón por los zapatos intactos
Y el sostén oliendo exquisitamente todavía
A vainilla o a rosa
Perdón por los amantes en el corazón del andrógino
Partido en dos
Por la risa electrocutada de los niños
Perdón por las madres de la futura plaza
Del 11 - Marzo
Perdón por el silencio de mis hermanos
Por no decirles su indiferencia
Perdón por lo que algunos de ellos
Piensan en voz baja
Perdón por no haber hecho más y mejor
Contra el lobo que diezma
Mi propia majada
Perdón por no haber aprendido suficientemente
Su lengua
Para dirigirme a ustedes en el mejor castellano
Perdón a Lorca, Machado, Hernández
Por no habérselos hecho leer a mis hijos
Perdón por las lagunas y las encantaciones
Por los ojos secos de la compasión
Perdón por lo poco que las palabras pueden
Dicen a medias
Y a menudo no saben
Pero por favor
Perdón


Abdellatif Laâbi nació en Fès, Marruecos, en 1942. Poeta, novelista, dramaturgo, ensayista, antologista y traductor del árabe al francés. En 1966 fundó la revista Souffles, y las Ediciones Atlantes, en compañía de otros poetas marroquíes. Con Abraham Serfaty, fundó la Asociación de Investigación Cultural, es miembro de la Academia Mallarmé. Sus escritos en contra del régimen de Hassan II le llevaron a la cárcel varias veces entre 1972 y 1980. Obra poética: El reino de la barbarie, 1980; Historia de los siete crucificados de la esperanza, 1980; Bajo la mordaza el poema, 1981; Discurso sobre la colina árabe, 1985; Todos los desgarramientos, 1990; El sol se muere, 1992; El abrazo del mundo, 1993; El Spleen de Casablanca, 1996.

Última actualización: 31/01/2023