Armando Orozco (Colombia)
Por: Armando Orozco
PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 81-82. Julio de 2008.
EL ÁGUILA
Así mismo había en los cuatro cara de águila.
Ezequiel
Arrasaba con sus manos pobladas de cuervos
Su pensamiento era una escalera absurda
Como sueños en las gradas de las prisiones
Había encontrado la forma de vivir
En paraísos y vientres violados
Saliéndose de sí mismo
Azotando las puertas interiores
Y los códices asesinos
Sabía qué moría entre sombras
En una selva con delfines arrasadores
Galopó el mármol inhóspito
De los páramos
Golpeó los llanos con sus alas de buitre
Y cadenas de oro sobre su pecho
A ella la vio desnuda entre las sombras
Del muro de los fusilados
Con su vientre repleto de violines
De maullidos de gatos marinos
Recordó el castigo de sus manos
No supo del bronce ceniciento
Porque las moscas estaban en su rostro
Desde antes del vuelo
Pensó que nada tenía remedio
En medio del delirio y el rencor
De la fiebre de sus garras de águila
Encontró por fin el olvido en los pantanos
Siniestros de un viento simbólico e imaginado
Sabía cuándo iba a comenzar el horror
CAMINÓ HACIA ATRÁS OBLICUAMENTE
Amó otra vez el silencio de los truenos
Dentro de los lagos olvidados
Salían de su boca puentes
Cruzando el misterio de las sombras
Estaba allí tendido
Con sus bocas abiertas
Y sus gargantas últimas
Y sus salivas de pesadillas
Ya no aullaba ya no mentía
Era antiguo
Cascabel mordiendo
Los círculos del cobre
El tiempo el aire el mármol
El espacio sus horas sus espadas
Quebradas por el sueño
El mar sepultó sus navíos
De otros crepúsculos
Estaba allí definitivo desde antes
Del sonido en el bronce
De la luna
Había vuelto a nacer en sus perfiles
Era una estrella en el relámpago
Y en las alas de las mariposas
Nocturnas
(En la muerte de mi padre)
Inéditos
Lectura
Leí desde el vientre de mi madre
dónde cabían el viento y el verano,
el agua de tantos ríos de ternura.
Allí, observé peces fosforescentes
cayendo del cielo de sus ojos
grandes como la noche.
Por sus pupilas viajaban
veloces las estrellas
y las galaxias enormes del amor.
Yo aprendí a leer
en el vientre de mi madre
también el odio, las injusticias
y el hambre.
¡Ah, el hambre!
Luego los signos del dolor y las caídas
el olvido del recuerdo por su sangre
las caricias de la estación de la nieve
y el trigo.
Aprendí a leer en el rostro del aire.
En el vientre de mi madre estaba el universo,
con símbolos ritmos y metáforas
los imaginarios del mundo en su corazón.
El vientre de mi madre era un satélite del sol.
Ascenso a la laguna
(A Jorge E. Cruz)
Ascendió con los ojos sobre la tierra
aspirando un aire otoñal
casi perfecto.
Ascendió con la ilusión
de ver dioses desnudos
teñidos de oro
untados con resinas
de árboles sagrados
y mieles de abejas.
Ascendió preguntándose
quién era
y cuál el destino
de tantos días y noches.
Ascendió para encontrar
al azar
olvidados por otro Dios distraído
pedazos de sol
incrustados en la arena.
También para descubrir
los reflejos de las avellanedas
amarillas
rielando sobre el agua verdinegra.
Descendió de la montaña
viendo en el fondo
de la luna llena
una antigua gota de sangre.
(Laguna de Guatavita, 1 de enero 2000)
Cruxificción
Que no es de Nazaret este madero
donde me he dejado colgar
por mis reclamos.
¿Qué tengo yo que ver con todo esto?
Quizá el dolor y la befa
de un Dios indiferente
amigo de cambistas como les decían
en tiempos de milagros,
cuando Él también los azotó
y prendió fuego a sus tenderetes.
Ahora estoy clavado de pies y manos
en este sucio poste
como cualquier cordero de sacrificio.
Porque, ¿quién vive diez meses sin salario?
ARMANDO OROZCO TOVAR nació en Bogotá en 1943. Licenciado en periodismo por la Universidad de la Sabana, profesor universitario de humanidades, literatura y filosofía. Primer premio en la Bienal de Poesía Novel de la Provincia de La Habana, Cuba, en 1974. Primer premio en el concurso universitario nacional de poesía de la Universidad Central en 1981. Libros de poesía: Asumir el tiempo, 1980; Las cosas en su sitio, 1983; Eso es todo, 1985; En lo alto del instante, 1990; Para llamar a las sombras, antología, 1994. Luis Vidales dijo en el prólogo de su primer libro: «Hoy no se trata simplemente de hacer poesía nueva. Eso está bien. Pero el todo depende de la estrategia empleada para captar al lector o al contemplador. Y Orozco lo consigue con el sortilegio de una poesía llana, conversacional, de acentos familiares, de los que ha huido la resonancia grandilocuente de las viejas escuelas de la versificación». Y Ricardo Sánchez: «Este poeta no figura en antología alguna que yo sepa. Ni pertenece a grupo literario o capilla poética. Ha gastado talento en poesía de ocasión, de tipo festivo e intención política. Es un sobreviviente de la larga marcha de las izquierdas de los años sesenta. Armando Orozco se sabe tantas historias de esa vida miserable y heroica, real y fantasiosa, que hay que recuperar en sus dimensiones analíticas y humanas. Cuando cuenta el cuento es un delirante el que habla. Es un fabulador decimonónico. Un personaje-actor de esas circunstancias, lleno de una ironía corrosiva consigo mismo, con su época y gentes…” Y al decir de Federico Díaz Granados, “Armando Orozco ha logrado crear el hecho estético y encontrar el hecho poético, en la maravilla que salta del alma del hombre y que retrata al mismo hombre desolado, tocado como por un ángel, por el ala de la muerte y de la derrota, consciente que sólo a través de la libertad creadora y del misterio de la palabra se puede conocer la esencia de la vida y sus manifestaciones.