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Jotamario Arbeláez, Colombia

24º Festival Internacional de Poesía de Medellín
Fotografía de Sara Marín

Por: Jotamario Arbeláez

PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 84-85. Julio de 2009.

 

LOS POEMAS PERIODICOS

Una señora muy aseñorada, llena de remiendos y sin ninguna puntada,
me preguntó en el lanzamiento de un libro de poesías que por qué había dejado de escribir esos mi tan buenos poemas de cuando era joven y nadie respondía por mí 
–y aquí se le quebró la voz–,
para dedicarme semanalmente a expresar por medio de la prensa escrita éstas, cuando no lánguidas, tórridas prosas acerca de la prosopopeya del acontecer.

Ay, señora, le lloré sobre la rodilla
–pues el hombro estaba ocupado por una mantilla adquirida en Sevilla–,
porque por lo que usted llama mis buenos poemas nadie da un céntimo,
y en cambio con todo lo que expreso en prosa cambia la cosa.
Sin necesidad de agredir a las que ahora llaman divas prepago,
en las revistas del corazón, del sexo y demás vísceras me consienten con razonables tarifas
por todo lo que expreso acerca de mis relaciones peligrosas con semovientes empolvadas
–y de allí me dan pie para tratar cualquier tema con mi reconfortante ironía–
con tal de que el elemento expresivo no sea el poema.

Así, en los últimos años, no aparece una poesía con mi firma –ni con la de nadie–
en ningún periódico o revista –que ya no publican poemas–,
y en cambio sí me dan todo el despliegue con notas que parecieran no requerir la majestad y el cuidado de la manifestación lírica.
Pero mamola, como decía Gaitán antes de que lo inmolaran.
Todo lo que escribe un poeta son poemas, así sea manifiestos de aduana o últimas cartas al señor juez.

Amén de quienes me tratan más mal mientras mejor me expreso,
de quienes no toleran que me apoye en metros tan dispares que saltan a los territorios prosaicos, sin contar con que vienen armonizados con mi sana respiración de no fumador,
algunos lectores superlativos me lo han manifestado y me voy a poner en esas. Debo seguir expresando mi poesía sin temer a la vecindad de la prosa.
Que no será la pobre prosa que está condenada a ser mañana la del periódico de ayer.

Mire usted, mi señora, este texto precisamente, hace poco publicado en la prensa,
fíjese cómo lo pongo sobre la mesa de disección, al lado de la máquina de coser de mi padre y el paraguas de Lautreamont,
atienda cómo le voy rebanando unas cuantas lajas superfluas, que reemplazo con alusiones carnudas a la guerra que nos desangra y a la poesía coagulante,
mire cómo lo voy partiendo en retazos de partitura y ya está el poema, recuperado,
empacado al vacio y directo al grano.

Los poetas deben dejar de croar poesías para dedicarse a escribir lo que les corresponde, dado su manejo del concepto azaroso.
Poner al poema a exigir la paz, es no dejar en paz el poema, para que él mismo se encargue de exasperar al viento que exaspere al violento.
Los antagonistas dicen hacer la guerra para obligar al otro a que haga la paz. Y por eso piden que sea el otro quien abaje las armas.
No se le pidió al poeta que tomara partido. Pero vaya si Homero y Afrodita no estuvieron de parte de los troyanos. Y si los más serios cronistas de la segunda guerra mundial no se manifestaron en contra del holocausto.
Nos están matando a todos así el muerto no seamos tú y yo. Y para señalar todas estas muertes tenemos que alzar la mano llena de versos punzantes y dejarla caer sobre el victimario.

Entiendo que mucha gente no comparta que este tipo de temas se envuelvan en poesía. Pido perdón a quienes aún respetan los formatos tradicionales.
Pero a ellos les prometo que con este lenguaje –en el que lo importante es el tono más la chispa de virulencia–,
es posible ganar, en algún momento, un importante premio de poesía. ¡La madre que si!

 

ANTEPASADOS

Mis antepasados entraron a sangre y fuego en América conquistando y arrasando
Mis antepasados se defendieron con los dientes de esta invasión de bárbaros

Mis antepasados buscaban el oro para cuadrar las arcas de sus monarcas y saciar sus
            propias sedes
Mis antepasados ocultaron el oro de sus ritos al sol bajo tierra y bajo las aguas

Mis antepasados nos robaron la tierra
Mis antepasados no pudieron recuperarla

Cómo siento en el alma no haber estado en el cuerpo de mis antepasados

¿De parte de cuál de mis antepasados me pondré contra cuáles?

 

POEMA DE INVIERNO

Llovió toda mi infancia.
Las mujeres altas de la familia
aleteaban entre los alambres
descolgando la ropa. Y achicando
hacia el patio
el agua que oleaba a los cuartos.
Aparábamos las goteras del techo
colocando platones y bacinillas
que vaciábamos al sifón cuando desbordaban.
Andábamos descalzos remangados los pantalones,
los zapatos de todos amparados en la repisa.
Madre volaba con un plástico hacia la sala
para cubrir la enciclopedia.
Atravesaba los tejados la luz de los rayos.
A la sombra del palo de agua
colocaba mi abuela un cabo de vela
y sus rezos no dejaban que se apagara.
Se iba la luz toda la noche.
Tuve la dicha de un impermeable de hule
que me cosió mi padre
para poder ir a la escuela
sin mojar los cuadernos.
Acababa zapatos con sólo ponérmelos.
Un día salió el sol.
Ya mi padre había muerto.

 

LA CORTE DEL CORTADOR

Abuela peinaba una trenza blanca que le daba hasta el lejano nacimiento de la nalga,
no tenía un solo diente en todo su cuerpo
y gustaba comernos a sus nietos las mejillas durazno con sus encías.
Trajes de medioluto llenaban el armario de medialuna
traído a lomo de mula desde su casa del Río Negro
hasta la casa de este barrio de Cali donde parquearon sus pesares.
Su esposo por la carne había descendido
dejándole el retrato con un bigote sepia apuntando al techo
y dos mujeres y dos hombres que pariera en la pieza de los trebejos.

Uno de ellos mi padre muy pronto alzó sus velas y se fue a ver el mundo al pueblo vecino.
En ese tiempo el mundo era más pequeño, era más largo el tiempo y enorme el corazón
            como la sonrisa.

Novias tuvo mi padre que a la crónica se le escapan,
seguramente bellas tras el marco de sus ventanas
donde salían hasta el ombligo a escuchar a la luna a la luz de sus serenatas.

Madre entretanto en un país vecino lleno de frutos, demoraba en nacer.

Padre tenía entonces una edad que le permitiría ser mi hijo
a caballo por las montañas. Me contaba en la cama donde nací
muchos años después que no hay agua más dulce que la bebida del sombrero
ni sueño más despierto que debajo de un árbol en la tormenta.
Comió carne de monte, se amamantó de cocos y vagó por las vegas sin rumbo fijo.

Una luz a varios kilómetros es volver a la vida y a la esperanza.
Se aceleran corazón y caballo. Se entra gritando. La posada sobre la piedra.
Hacerse a la confianza del posadero con las tres brasas en la cara, los dos ojos y el infierno
            del cigarrillo.
Aguardiente para alisar la piel de gallina, fríjoles con arroz para el hambre de largos
            caninos.
Dios es grande en la Biblia y atravesando los profundos cañones de las montañas.
Al fin una almohada para tender el sueño, una manta espesando sobre su cuerpo, olorosa
            a jazmín machacado con la rodilla.
Y a roncar bajo el cielo insomne que comienza a resfriarse con la neblina.

Bogar el chocolate mañanero ante la primicia del sol y roer el queso
en presencia de la misma vaca que lo produce y aventura un mugido como saludo.

Sabe padre por el olfato que en esa fonda caminera canta una axila
de la estirpe de las flores salvajes de los barrancos
y demora la cuenta y la despedida.
Debe ser una Adelfa, una Hortensia, una Margarita, una Dalia, una Rosa, una Flor de Loto.
Lo verá en la quebrada cuando pase otro día a nado la tierra.

Lleva siempre entre su bolsillo un libro de versos
de don Ramón de Campoamor y con ese libro
enamora a diestra y siniestra.
No hay campesina resistente al empalagoso español ni al bigote incipiente que lo recita.
Con el fondo musical del murmurio de la quebrada
la mujer con nombre de flor poco a poco se despetala.

Retira de sus labios la dulzaina y la golpea tres veces contra la palma de la mano,
enrolla su metro, guarda el paño de agujas en su cartera
y de Abriaquí parte a caballo el errante sastrecillo para otro pueblo.
Ha oído que lo esperan en Sopetrán.

 

LA FLECHA ENCENDIDA

He perdido, de golpe, la cuenta de mis infortunios.
Pegado todavía a las faldas de mi madre, en esos días interminables en que ni una sombra
            de sol pasaba por casa
oí de los sufrimientos del hombre que ama. Yo del amor sólo tenía
vagos recuerdos de lactancia. Mi padre,
quemado en el trabajo, donde se fue llenando de arrugas mientras planchaba pantalones,
era el ejemplo de que por más sonrisas que pinten en los bazares
este mundo no rueda hacia la felicidad.
Pantalones pelados de terciopelo los días.
Hábitos llegados de lejos, de torpes abuelos aferrados a la montaña,
manopla tardía para salir al asfalto,
todo llegaba a la hora en punto del regreso.
Dolor en los ojos hasta las lágrimas por vidas de ficción en hojas de papel cebolla,
la tragedia del delfín en los abismos del trono, gemidos de mujer en hoteles de mala
            estrella,         
un balazo en el pecho perforando el pañuelo de cuatro puntas.
El señor Jesucristo fue premio de montaña a mis ojos afiebrados por un mundo más apto,
corté con mis espadas por la causa del hombre,
frecuenté baptisterios de ingenuos catecúmenos quienes me propinaron a golpes de
            garrote un nombre mesiánico,
y tabernas inglesas donde falsos apóstoles jugando dado con utópicos terroristas
me decretaron el hazmerreír vitalicio de los decentes ciudadanos
cuya vida entretanto sopesarían en balanzas de un solo plato
en los ardientes tribunales de la conspiración encarnada.
¡Críticas contra la tiranía, adónde me habéis llevado!
Pude haber sido monje para partir uvas al viento,
destazador de cerdos vi por mi juventud en paseos a pueblos de quebradas azules.
Apto para morir, voy en bajel delgado sin una luz en la tormenta,
un tríptico en mi cuello con mi madre y mis dos abuelas,
la llave de la vida sellada en un bolsillo tan secreto que ni fondo tiene.
Pero hablábamos del poema. El poema rezuma de mis heridas.
Parvos eran mis años cuando recibí entre las cejas esta flecha encendida.
Iba solo en mi bicicleta. Ujieres se aprestaron a rematarme.
Saqué valor de algún antepasado que surca mis venas.
Y conservé la vida como la sangre fría en barriles de vino.

Así pasó la infancia como el Graff Zeppelin en su vuelo hacia la ceniza.
Y pelos en el pecho colocaron mi torso entre bailarinas.

 

 

 

POMPAS FÚNEBRES

 

Enterró a su abuela como pudo, con amor, con modestia, con pobres recursos.
En ese tiempo ganaba poco dinero; no había querido terminar sus estudios.
Enterró a su padre con toda la pompa, estrenando vestido, con misa cantada.
Lo habían ascendido en su empleo; le hicieron un préstamo.
Enterró a su madre con un funeral tan solemne
que el cortejo colmó varias cuadras
y las flores no cupieron en el cementerio.
Los tiempos habían cambiado; ahora manejaba el negocio.
Enterró a su amigo del alma en su suelo nativo; fletó dos aviones
que llevaron  al sitio cadáver y deudos.
Se había vuelto persona importante: tenía crédito en todos los bancos.
Enterró a la mujer de su vida en un gran mausoleo
custodiada a los cuatro horizontes por un mármol de arcángeles.
La Fortuna le había sonreído; marchaban las cosas.
Murió pobre, de golpe. Liquidada la empresa lo habían despedido.
Los ahorros de toda su vida había dilapidado en entierros.
Hoy reposa en la tumba contigua
a la tumba que ocupa su abuela.

 

ABUELA DE PÁJARO

 

No escribas más poemas no escribas más poemas
Me gritaba mi abuela desde la cocina
Vas a inundarlo todo ya no puedo moverme
No encuentro mis bombachas en los baúles
Se me ha ido la mano de pique con los tamales
No soporto más burlas por las tapias del vecindario
No escribas más poemas sal a la calle
A conseguirte una muchacha
A conseguirte un fusil aunque sea
Lástima no pareces mi nieto
Yo siempre he sido revolucionaria

 

Los inadaptados no te olvidamos Marilyn

Ahora que los gusanos han echado sobre tu cuerpo la primera palada de olvido
ahora que vives debajo de Los Ángeles sin necesidad de psiquiatras
ahora que el hueso altivo de tu cadera es puro polvo en una caja
y puro polvo son tus nalgas diseminadas por el suelo de raso de tu tumba
ahora que la totalidad de tu cuerpo cabe en la más pequeña de tus polveras
ahora que las uñas de tus pies yacen a tus pies disgregadas como planetas muertos
            y los tacones de platino de  tus zapatillas de gala se doblan entre canastas de
            champaña bajo el peso terrible de la ausencia de tu talón de Aquiles
ahora que en tu ropero los polillas han hecho lo propio con tus trajes olorosos a
            fiesta en Beverly Hills a Chanel número 5 a los cinco dedos de una mano
ahora que el millonario excéntrico que alquiló la mansión que habitabas en
            Brentwood ha dejado de buscar tus axilas en los rincones de la sala y
            organiza con sus invitados un safari de rinocerontes en Perú
ahora que el psiquiatra que te atendía se ha declarado en quiebra y para pagar sus
            impuestos está escribiendo tus ‘memorias’ y  además porque a sus tres
            esposas les hacen mucha falta los doce mil dólares mensuales que le
            entregabas de honorarios
ahora que las pastillas soporíferas que tomaste se agotan rápidamente en las
            farmacias como canciones de cuna definitivas
ahora que hasta en las cintas viejas de celuloide se están cerrando tus ojos
            cansados de soportar tanta pestaña tanta vigilia tanta viga
ahora que ya nadie sabe quién era norma jean baker porque las Baker norma jean
            abundan en los directorios telefónicos
ahora que los 188 mil millones de psicópatas ya no te ven en sueños en inglés con
            leyendas en castellano como una bruja de salem volando sobre un bate de
            béisbol
ahora que la obra dramática de tu ex marido sobre tu vida ha quedado en tablas
            ante los críticos de Broadway
y ha dejado para siempre de alumbrarte el sol de los fotógrafos
oh gata llena de misterio sobre el mercedes benz del olvido
en este pequeño país latinoamericano que se llama Colombia
vivimos varios poetas inadaptados que no queremos olvidarte
(tú Marilyn fuiste más importante para nosotros que la doctrina Monroe)
y que nos acordamos de ti cuando sale la luna sobre los “jaguares”
cuando bajamos deslizándonos por la pasarela del jet
cuando leemos en la prensa que Dalí ha hecho de tus senos una escultura de
            gavetas
y nuestras mujeres gritan en los más alto de los ascensores
A veces como ahora te elevamos una oración por qué no te elevamos en una
            oración
en un réquiem en un anti-réquiem en un responso qué sabemos nosotros de esos
            nombres
sólo que cada hombre ora a lo que más ama
sobre todo si lo que más ama está muerto
y es entonces cuando queremos acostarnos boca abajo en el cementerio de
            Westwood
para sentir en nuestros poros púbicos las lanzas de hierba que crecen desde tus
            ingles norteamericanas
ahora que estás muerta y reposas enquistada sin muchas esperanzas en la
            resurrección de los cuerpos
en ese pequeño lugar que es como el ombliguito de América
luego de haber vivido entre reflectores y niebla
           entre almacenistas y magnates
           entre dramaturgos y policías
           entre los espejos y el espejismo
           del amor

 

Corona de púas

            1

Tolero que me ames a condición de que desaparezcas.
Nunca es tan indeseable la presencia del amador
como cuando el amado va por su amor a otro tablado
y el amador se le interpone.
Y el amado piensa que es amador a su vez
indeseable de su amor.
Sobre la felicidad danzan los amantes,
¿pero sobre la felicidad de quién?
Cuántos damnificados del amor nunca descubren
la danza orgiástica de sus objetos
sobre sus lechos y derechos.
A nadie le deseo ni a mi peor enemigo
ser amado como yo amo.

            2

Siempre tuve casa en mi corazón para recibir el amor sin corona de
            penas
y sin corona de penas acostumbraba llegar a acariciar mis huesos hasta
 dejarlos blandos
y yo al amor acariciaba igualmente los huesos sin corona de penas
hasta dejarlos hechos polvo

            3

Una vez bien peinados nos lanzábamos a romper corazones
y de paso rompíamos virgos
Los corazones quedaban destrozados per secula seculorum

 

4

Tuve cuando mi columna vertebral era fresca relación con amores que me
            doblaban la espalda
y con amores que se permitían un secreto tan guardado que se les brotaban los
            ojos
amores que bailaban la danza de las tijeras
amores que cambiaban de nombre cuando se apagaban las luces

 

Amores que lastimaban por el hecho de despedirse lastimaban desde el saludo
que dejaban el par de cuerpos que tenemos para atenderlos crucificados en el aire
amortajados amoríos como carnes de frigorífico

Las mieles del amor son espesas como la sangre

            5

Se puede hacer el amor al amor cuando está dormido
para tener la seguridad de no hacerle daño
Todo cuerpo dormido flota en el aire del amor como pluma del mismo ganso
y tan solo el cuerpo despierto tiene velas en ese entierro
Con esas mismas velas alumbrará el camino que va al infierno

 

            6

Si me tocara hacer el recuento de los amores que me han herido
ya me hubieran amortajado
Las heridas no eran tan graves
pero tantas y tan seguidas
que la sangre que queda sigue corriendo

            7

Armas galantes del amor son la cortesía y la perfidia
En amor todo aquel que saluda saca las uñas
Sólo cuando el amor profana el templo que toca pone a sonar sus campanas
Objeto del amor es el inocente sujeto
sometido a sus vejaciones

            8

A mi lujuria dale un cielo de mártires
Cuando termine este poema habrán abolido el pecado

(1989-1992)


Fotografía: natalia rendón

Jotamario Arbeláez nació en Cali, Colombia, en 1940. Destacado representante y cofundador del movimiento nadaísta colombiano. Desde su primer libro, El profeta en su casa (1966), Jotamario demostró la ironía, el humor negro, la irreverencia y la mordacidad que había asimilado a través de sus lecturas de los creadores surrealistas. En 1980 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Oveja Negra y Golpe de Dados, con Mi reino por este mundo (1981). Otros libros publicados: El libro rojo de Rojas (1970), en colaboración con Elmo Valencia; la antología Doce poetas nadaístas de los últimos días (1986) y El espíritu erótico (1990), antología poética y pictórica realizada junto con Fernando Guinard. En 1985 mereció el Premio Nacional de Poesía Colcultura por su libro La casa de la memoria. Escribe: “Jotamario no recuerda un solo día en el que no haya leído tan siquiera una página de algo y tampoco le da terror la hoja en blanco, nació para las palabras y cree que ese es el camino para hacer un país diferente. En la calle si llevo dos cuadras y no he leído por lo menos una valla me caigo. En una dentistería esperando el turno y no hay nada que leer abandono la cita. Si estoy haciendo el amor le leo a la pareja los ojos, las líneas de la mano& la lectura es una pasión dominante. . . no es una utopía pensar que el arte desestimula las tendencias delincuenciales". Obtuvo el ´primer lugar en el Oremio Víctor Valera Mora 2013, el más destacado premio poético latinoamericano.

Ha llegado el tiempo de los asesinos, clamaba Rimbaud. En mi país ha llegado la guerra. Luego ha llegado el tiempo de los poetas. ¿Y qué puede hacer un poeta en la guerra aparte de no dejarse matar? ¿Aparte de tomar nota para la epopeya futura? ¿Deberá dirigirse a los bandos en trifulca y clamar por una paz boba? Lo único que le queda es no embanderarse, porque en el bando que se ponga la lleva perdida, ya que ningún bando tiene razón. Sobre todo si desconoce las razones del otro.

Última actualización: 27/05/2023