Angye Gaona (Colombia)
Por: Angye Gaona
PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 84-85. Julio de 2009.
Movimiento matriz
Amigos míos:
hay un lazo entre nosotros,
fino como un rayo,
una mecha nos une al polvorín que alistan las aguas de la tierra.
Hacemos, día a día, un trabajo inexplicable:
es nuestra la agitación incomprensible del agua,
nos ocupamos de ser testigos suyos bajo los párpados.
La móvil conexión verdadera ausente en las agendas de cada junta empresarial,
la cuerda rústica latente en el desconcierto fértil de los desprestigiados,
la mecha cierta que palpamos cuatro veces al día,
suena en nosotros,
el cable que pasa por todos,
presentido en cada edad,
puede amplificarse ahora en las estaciones.
Movimientos nuestros, mares, amigos,
ágiles palpitaciones del tiempo
nos erosionan
y por los orificios que nos deja el trato con el mar
hacemos un ruido cercano al del viento
como si todas las lenguas se desplomaran desde lo oscuro.
Es algo que se oía venir.
No es una mujer esta criatura
Para Sonia Africano
Un árbol en mitad del pueblo
florece en temporada de sombra
¿qué extraordinario ardor, qué vigencia de centro
lo sostiene en fortalezas y alturas?
Una sola de sus ramas alienta al pueblo oscurecido
Una rama furiosa y roja
atizada de semillas
Amanece, implacablemente
Un árbol rojo
florece en silencio
en mitad del pueblo
Cañón adentro
De Nacimiento voláti
Sigo el camino del esternón,
busco el origen de la sed,
voy al fondo de un cañón de paredes plateadas,
sólidas merced al tiempo,
movedizas cuando el aluvión,
cuando la infancia, era glacial.
Colecto las raicillas del pensamiento.
Las cargo a mi espalda erosionada
junto al agreste olvido que cae de mí.
Se asoman,
desde pequeñas cuevas,
los indicios del dolor;
veloces burlan las miradas
y vuelven a ocultarse en la piel del cañón.
Inscritas en las paredes,
las coordenadas indescifrables
del rayo prehistórico
que formó mi faz.
Tiempo de la hondura,
tiempo sin sílaba,
cuando soy sólo un sonido
en tránsito a la fatiga.
Busco un manantial
que bañe la pregunta adherida a mi historia.
Busco la vida recién nacida
y hallo la sed.
Sigo la senda del esternón.
Habla el volcán
Miles de preguntas arden
bajo tierra,
preparan la erupción.
Ya bullen, ya se sacuden;
de combate provocadas,
pronto hallan los cráteres,
están por venir afuera.
Manos son y en las montañas se alzan,
manos de magma toman las estancias.
No queda en pie trono
ni posesión ni usura algunos.
Suenan las preguntas,
chasquidos en los tímpanos oficiales.
Se recuerdan los nombres hostigados,
los desmembrados insepultos,
ocultos bajo lodo impune.
Se avivan los nombres en las voces;
pueden derruirse los muros de las prisiones,
pueden tomarse los tronos,
se diluyen las fronteras,
si se invocan esos nombres.
Ningún arma, ninguna injuria, nada,
habrá de replicar esos nombres calcinantes.
Lo que pido
Mi hambre no es sólo suya, madre.
Mi hambre es la de millones
y la Tierra no guarda las semillas
en almacenes bajo llave y alarmas;
la Tierra no tiene cámaras que vigilen el mar
ni gendarmes que apresen a los carniceros.
Usted no vende su abrazo, señora.
Es preciso liberar la leche que mana tras la alambrada;
abrir la despensa,
que corran el aire y los niños;
Salir a la calle, alzar los brazos,
que el Sol alimente estos huesos, madre;
los mismos que la Tierra humilde
al fin habrá de devorar.
Sierra Nevada
¿Has visto cómo miran los ancianos?
Qué tierra ya no buscan con ojos excavados.
¿Aún cómodo esperas al alba el rocío?
¿Aún sonríes ligero cuando la lluvia?
Aún no viste lo que saben los ancianos.
Ellos vieron desaparecer un río en un día,
el agua irse en barcos a otro continente.
En pocos meses las playas ennegrecieron.
El aire se tostó para hacer harina.
Ellos vieron flotar el agua muerta,
la deshonra de las fuentes subterráneas
y no quedó más que odio para beber.
El agua está maldita,
el anciano mayor no puede curarla más.
El aire nuestro
Los hombres,
los antiguos hombres Laurel,
son blanco de invasores;
parásitos legales les asedian
con obtusos engranajes,
en batas blancas.
Las mujeres,
las altivas mujeres Ceiba,
son pasto de plagas;
plaguicidas expertos, propagadores del hambre
les obligan a curvarse,
con ruido de sierras,
a servir.
Y sin embargo, su risa, pasa,
circula entre venenos en venta,
por áridas grietas diarias.
Los químicos, los profesionales del régimen,
se aterrorizan, no tardan
en anunciar recompensa por el componente
atribuido a Laurel, a Ceiba,
que mantiene la risa insurrecta; que aviva
la savia, la sangre. No sospechan
que el mineral que alimenta a sabios y árboles
es totalmente común,
corriente en el aire.
Entrada triunfal del fruto prohibido
Vas a mañana o a morir
Eunice Odio
No provoques al león
que reposa en su campo.
¿Qué podría implicarte
su gesto lento,
su verdad calma?
Si no puedes resistir esa,
tu inclinación de más,
y buscas un león que sirva
su propia cabeza en tu mesa
y sólo un par de garras,
las tuyas,
admites en tierra,
nada podrá guarecerte de esa,
tu intención de más,
y alguna trampa,
algún águila mecánica traerás
para cazar al león.
Reina el león
aunque lo enjaules
y lo lleves lejos de sí
a rugir a tus circos,
a esconder sus garras en tus fábricas
a desatar la ira de las bestias del Sol
que atesoras en las bóvedas.
Reina el león y reina la espada,
único arbusto que crece silvestre
en las tierras del león,
que no te será dado exterminar
aun si ordenases manar fuego
a tu garganta.
Entrada furtiva de la única amada
Atención, Señores: no hay más casa.
Sólo ésta: la que ven y pisan.
No hay más,
atiendan todos.
Acerquen oído y corazón a la Tierra,
consideren el peso de la edad, Señores
doscientos cincuenta mil años, y observen:
no hay más casa
¿Qué harán?,
es presumible:
sentarse sobre las coronas,
voltear los cálculos,
cocer el cáncer
en hornos ejecutivos.
El humo que asciende,
arrogante y rapaz,
suficiente para dar la noticia:
es la ruina en el aire.
Dirán ustedes: que la bolsa, que el colapso…
Ya oirán:
¡Viene el humus, llega
el musgo a fecundar
este óvulo que flota!
Ya verán, Señores,
la Tierra sin artificios,
sin forro ni revisión,
la Tierra a su manera repitiéndoles:
no hay más casa,
avanzando sobre excusas,
guadañas y presupuestos,
obligando a su orden verde y celeste
a tomar la casa
y poner cada cosa
en su lugar.
La fuga
Pierde la casa,
salte del cauce,
llena los bolsillos de huidas,
mira pasar por ventanillas
tu cuenta pendiente de paisajes intocados.
Encuentra, de madrugada,
el grito interior de lo distante;
o de tarde,
la bola de lodo en el costado:
acumulación malsana de familias ovilladas
que te dieron en uso sus nombres,
ahora gastados, errantes.
Márchate hasta el hastío, sangre mía.
No quieras pisar el pueblo fértil que te llama a su memoria
sólo hasta perderte más,
perderte mejor donde prefieras:
en el océano de gracias deslumbrantes y profundas,
en el desierto aletargado y equidistante de casa,
en la montaña fecunda donde se multiplican los caminos.
Pisa aquí y allí hasta agonizar.
Vuelve a partir cuando te tomen por loca
e intenten enviarte en barco a otro puerto
o te traten como mercancía que se pierde en los bazares
de quien nadie sabe de dónde su brillo o su avería.
Entre tanto, estará tu pueblo fértil
creciendo abundante y al barbecho,
esperando ver florecer tu vara
y tu hacer
El espejo de la sangre
Miro manar mi sangre
en la casa materna.
En vigilia,
un rayo de furia corta las palabras
antes de que alcancen el hogar.
En duermevela,
cristales heridos caen con estrépito,
gritando: “mírate en esta superficie;
es la misma de tu sangre”.
En el sueño,
la ruptura es alimento de quimeras
y sala de visitas
donde recibo a mis muertos,
los casi muertos,
forman su imagen junto a la mía y
me recuerdan, me permiten ver lo puntiagudo,
lo cortopunzante de mi sangre brava,
en estado inconforme constante.
Piedra que muta y se despeña;
lago que hierve trizando sus moléculas.
Miro mi sangre,
separándose de su cauce,
se riega por el lugar;
cae y se filtra en el suelo
de la casa materna.
Paso del jaguar sobre el blues
Lo que llevo es mar;
salado y azul es lo que llevo.
Lo golpeo y suena un abismo;
tambor insondable es lo que llevo.
Lo que llevo va conmigo,
de un lado a otro;
se queda aunque yo cambie.
Llanura sin pozo,
canción de arena y sed.
A flor, la traición.
Acampan trampas en lo que llevo
Sobre la piel del animal,
frente al fuego llego y
esta gota de sal,
esta lágrima azul,
salen de mí,
se derraman en la orilla luminosa.
A la verdad,
a la verdad del fuego,
lo que llevo.
Sur
La carretera sueña que lleva al mar
mientras asciende al volcán
o cruza el gran pantano.
La carretera de orilla oceánica
recuerda la nieve y la ceguera,
el secreto de la laguna,
la palabrería de la selva.
La memoria de la carretera es nómada:
transitan los recuerdos en cualquier sentido del tiempo,
llevan más acá, más allá.
La carretera recoge aromas idos,
deja enseres olvidados junto a miradas rotas,
contiene adioses que múltiples
se refractan en el retrovisor.
Retorna en ocasiones la carretera trayendo consigo
paisaje edad huella
Tejido blando
Calma y tino te digo, pecho blando.
No quieras contener toda el agua de los mares.
Toma unas onzas de olas bravas,
de espuma fiera.
Deja que se encrespe dentro de ti,
caballo afrentado,
pero no domes esta agua
que el tiempo la requiere viva
y punzante.
Respira y prepárate, pecho blando.
No quieras contener todo el aire de los abismos,
toma sólo el de tu pequeña inspiración,
acarícialo por instantes,
susúrrale como si al último aliento
y déjalo libre ir allí,
a donde tú también quisieras:
vasto, inmenso, indistinto.
Sopla fuerte lo que guardas.
No recojas más lágrimas, pecho blando.
Y si un niño preso llora, dirás,
y si un hombre es torturado, dirás.
Que no es tiempo de guardar la ira, te digo.
Es momento de fraguar y hacer lucir
el filo.
Angye Gaona nació en Bucaramanga en mayo de 1980. Perteneció al comité organizador del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Actualmente prepara la edición de su primer libro de poemas. En el año 2001, coordinó la Exposición Internacional de Poesía Experimental, realizada en el marco del XI Festival Internacional de Poesía de Medellín.
Publicó el libro de poemas Nacimiento Volátil. “Se nos hace apasionante reiterar que la poesía está antes del mercado y le sobrevivirá, afirma Angye Gaona. Si se dijo “socialismo o barbarie”, “comunismo o catástrofe”, que se diga hoy “poesía o extinción”. Noam Chomsky ha nombrado en sus teorías lingüísticas el “aspecto creador del lenguaje” como la capacidad, que tiene todo el que usa el lenguaje, para crear un número infinito de oraciones nunca escuchadas antes, nuevas. Quizá este mecanismo del pensamiento y del lenguaje humano haya sido el principal gestor de su habilidad para inventar mundos nuevos y de su capacidad de poetizar la vida, de llenarla de sentido.
Esas potencias de creación que han sido despertadas por siglos para la generación de ganancias particulares, pueden ponerse a funcionar, de un momento a otro, en beneficio de la humanidad entera. La vida no es lo mismo antes y después del sentido poético que le otorgamos: “Poéticamente, vive el hombre en la tierra”. Cada día, en todo el mundo, se experimentan transformaciones generadas por el acceso de las gentes al conocimiento poético y a la acción creadora de las disciplinas artísticas”.