Rashidah Ismaili AbuBakr, Benín
Por:
Rashidah Ismaili AbuBakr
Traductor:
Ricardo Gómez
PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 84-85. Julio de 2009.
La poesía en la actualidad
La Poesía en el mundo actual es tan vital como en el pasado. No sólo es esencial para la estética sino que también lo es para la poética misma de la humanidad. Al mismo tiempo es peligrosa pues, como Ted Jones dijo al final de su vida “No hay nada que temer del poeta, sólo la verdad”. El clásico poema “He conocido ríos”, escrito por Langston Hughes cuando tenía diecisiete años, ha llegado a ser en nuestros días un llamado fuerte y claro, especialmente en el debate actual sobre el control, la contaminación y los conflictos por el agua alrededor del mundo. De ahí la relevancia de este inquietante estribillo: “Mi alma se ha hecho profunda, como los ríos”.
Si bien me gustan el verso libre y las formas narrativas, trato de experimentar con antiguas formas literarias africanas. El oriki, o canción de alabanza; el ajala, o la exaltación del cazador y del cazado y el antarist, un antiguo relato épico con forma dramática y contenido filosófico. Me gustan los versos cortos porque le dan un aspecto estructural al acoplamiento de la poesía; de todas maneras hay ocasiones en las que, debido al contenido, es necesario utilizar versos un poco más extensos.
Creo en la integridad de la poesía como forma mayor de arte, en la importancia de la palabra y en la responsabilidad del artista en relación con el contenido y el contexto, con la verdad y el valor de representación que las palabras contienen y expresan. Lo que uno nombra y llama a la existencia debe, en mi opinión, ser reconocido por el poeta y por quienes escuchan y leen su obra. La poesía es la poética de la vida.
Elementos
Montañas se alzan
en la niebla,
en manos que se ahuecan,
se ocultan
al interior de un laberinto.
Cerros,
el paisaje abierto
canta
con el viento y el espacio.
El amor
moldea y la luz
hace girar
el fin del día.
La canción del mosquito, solitaria
inoportuna,
un trino en cuerdas
operáticas
y la Diva llora.
El director
baja su batuta,
una sinfonía
silenciada, disuelta.
2
Dejándose caer suavemente
por túneles secretos
receptivo, dúctil,
viene un arácnido/ mensajero
en un cabello dorado,
regalo del sol y del tábano.
Estremeciéndose bajo la mano del alfarero,
cosecha fecunda, un manto
tejido por un ser misterioso.
El arácnido se va, deslizándose, trenzando
su delgado sendero de regreso al cielo.
Su secreto está a salvo, oculto
en el humus de un cerro distante.
Alzándose bajo las estrellas,
al cobijo de las sombras de los árboles,
bajo el lado suave del cielo,
perforando la montaña, viene un tejedor.
Es él sobre la tierra con sus pies moldeados,
cocidos al sol, bañados por la temporada de lluvias,
quien debe sentarse y sonreír entre las estrellas.
Sobre un piano,
afinado en una frecuencia alta,
la tierra se mueve alrededor de su eje.
En un punto dado,
espera.
La serpiente eterna
aferra su cola con fuerza,
para guardar en un círculo
la música para un planeta de silencio.
El pintor
ÉL
Amarillo bajo un cielo azul,
modulado por un corno ensordinado
que termina en el himnario de la verde
canción del viento de coloración uniforme,
es una melodía al vuelo.
ELLA
Enrojecida, con vetas de blanco que
bajan corriendo de su cabeza y pómulos,
sale deslizándose del cuerpo de una flauta
con dedos como trombones de oro.
Su hábitat es la luz imparcial
que matiza una gama de tonos azul tristeza.
ELLOS
La escalera con una baranda en
filigrana de hierro forjado, aislada
por cámaras de eco de mármol rosa.
Ellos son puntos que bailan en staccato
entre aleros de alabastro,
una fuga espaciada sobre
un pergamino vacío.
ÉL
Sus dedos han venido a capturar
los tonos rojizos del final del día
y a la tierra silenciada que gira
suavemente, una acrobacia de sonido.
ELLA
Lianas alrededor de una vieja casa
desocupada y enmohecida, sus brazos
danzan en verdes jardines donde el cabello
de la damisela gotea sobre bañeras de pájaros.
Ella es finales optativos y sorprendentes.
ELLOS
Mezclan con su ensamble tono
y timbre. Cortan la estructura armónica,
puntean en las gastadas cuerdas de un piano viejo
que soporta el clima en una sala de baile sin estrenar
donde los ecos mueren en el viento invernal.
EN CONJUNTO
Cada instrumento en un aire orquestado.
Archipiélago de silbidos y glissandos,
se rebelan los golpes de lengua de su sinfonía,
acicalamiento longitudinal de las plumas de los machos, se hincha
su vestido de crepé y ella recoge el tul a su alrededor.
Son bailarines sin tablado ni sonido.
Espalda con espalda estiran su hombros,
golpean con los pies en movimientos percutivos.
Chivos sobre un montículo bailan como derviches
acoplados a mensajes armónicos rojos.
Es la hora de los sonidos de viento,
de que la arpas punteen tripas de gato,
de que canten las liras y los timbales
en cacofonía contrapunteada
cada cual se desensambla y empaca
sillas musicales.
El hijo de cualquiera
Dos pies en unos zapatos
abiertos, sin cordones,
sucios, forros
gastados, niño perdido.
Pantalones grises y raídos,
las piernas se sacuden sobre
unos tobillos desnudos,
sin bañar, adoloridos.
Deambulando a solas,
una manzana podrida,
un pan rancio dentro
de sus bolsillos sin rotos
su dinero está a salvo.
Alrededor de su cuello
cuelga una cuerda.
Una medalla de plata con nombres
marcados, padres muertos.
Una dirección de una casa desalojada,
familiares silenciosos
que solían llamar
cuando las baterías eran nuevas
y el teléfono sonaba.
El hijo de cualquiera camina
por senderos anónimos.
Durmiendo donde sea:
bajo árboles,
en los túneles
de algún parque oscuro,
a las puertas de iglesias,
en corredores, camina.
Camina bajo la lluvia
dejando que el agua lave
sus ropas, que moje
su cabello, su espalda.
No hay baños calientes
que lo esperen,
ni caldo de pollo,
no hay té caliente con limón.
El frío se endurece
en su cabeza,
congestiona su nariz
que limpia su manga andrajosa.
Éste fue algún día
el hijo de alguien,
ha dejado de llamar en
noches colmadas de sueño
“¡Mamá! ¡Mamá!”.
El niño de nadie
Su nombre fue olvidado hace tiempo.
Sólo queda el sonido de sus pies:
hip – hop, hip – hop sobre
solitarias calles invernales.
Unas botas, sus pies nunca crecieron
hasta alcanzar otra talla.
Flip-flop, flip-flop.
Nadie recuerda
a su madre, a su padre.
Murieron hace mucho.
Enterrados con el secreto
de dónde y cuándo
nació y vivió.
No le pertenece a nadie ya.
La hija de alguien
Se siente y sorbe
su café gourmet.
Dedos delicados,
rojos labios plegados
que dejan su marca
sobre la nívea tela de la servilleta.
Ha sido educada
en el fino arte del ocio.
No hay afán
ni necesidad de beber a prisa,
el líquido caliente
que baja por su hermosa garganta.
Se sienta en ángulo recto
para ostentar miembros discretos
revestidos por la devoción de la seda,
Ah, alguien la ha
educado bien.
No se muestra impresionada
ni sorprendida por miradas
o las preguntas sin responder.
Espera con paciencia
a que alguien venga
y diga su nombre.
Escribió todas las cartas
en fino pergamino
sellado con vidrio industrial.
Se sienta, un aire
de misterio forma una aureola
sobre su cabeza
revestida por los requerimientos
de la caridad.
Alguien va sin duda
a descubrirla y a
acercársele – pronto.
El bebé de cualquiera
Sonrisas se posan en un rostro
rodeado por un cerco de rizos,
babea agua endulzada
ante cualquiera que se detenga
a saludar, a hablar.
Los brazos se agitan en una invitación.
La expectativa colapsa
hacia un chillido.
Alguien viene corriendo,
una cara resplandece
al reconocer el amor
en un biberón listo.
Este bebé podría ser
de cualquiera.
Los hijos de nadie
Pies que se agrupan y
corren por caminos,
por calles pavimentadas
con el afán de llegar a alguna parte.
La noche se acerca,
los gavilanes polleros se
descuelgan y se abaten sobre
pollos y huevos.
Son demasiado rápidos:
¡Ja, Ja! ¡ No pueden
atraparme!
A la carrera, ante sus ojos
grandes casas, casas magníficas se van
desvaneciendo hasta que ya no hay casas.
Ya en su alguna parte
se congregan alrededor de un auto sucio,
clavado verticalmente, sucio.
Estornudando un saludo,
tosiendo un “buenas noches”
estas dieciséis manos
desenvuelven cenas empacadas.
Nadie que conozcan las preparó.
Nadie que pudieran nombrar
los conocía. Se sentaron
mirando el techo del carro.
Se zamparon la comida.
Se apiñaron juntos y
cerraron sus ojos para esperar:
el mañana de seguro vendrá.
Aquí y ahora
1
Este tiempo
de levedad
del aliento,
sepulta
sonrisas marchitas
confinadas a
un roce,
sombras que
se dibujan
sobre
momentos
revividos
que se
hilvanan,
atados
a un hilo
que soporta
la vida,
la muerte.
2
Rodillas crujientes,
nudillos tiesos
que alguna vez
danzaron prestos
sobre muslos
que se apoyaban
en pies;
cuerpos en la
primera, quinta
posición
confían ahora
en la memoria celular
para que guíe
sus piernas,
a regañadientes –
abandonan
un salón de baile.
Muslos adoloridos
que tiemblan nerviosos
se crispan,
se separan,
pueden aún
ejecutar
un salto de ballet,
pueden rodear
una forma móvil,
se pueden abrir
a la vida,
al amor.
3
Aquí
la geografía
indefinida
lucha
por localizar
un lugar
donde poner
un cuenco:
dos décadas
de cenizas,
los restos
de alguien
que buscó
el amor
y al morir
encontró
una tierra
recién
descubierta.
4
La paz de Alá,
piedad del perdón,
alivia a nuestras almas agnósticas,
da calma a la inquietud
y aligera las cargas que llevamos
con la ilógica estoica
que tasa el destino y la fe
cuando ya se han hecho añicos, que deja
el sabor amargo
de la vida sin risa.
5
Estos muslos
que se posan
a medias
en la mitad del camino
entre
la cima y el fondo
soportan un peso,
vigilan las piernas,
observan los pies
y se aferran
a ambos.
Es en el medio
dónde
las fuerzas de la vida
empujan hacia afuera,
allí:
entre dos muslos,
más abajo
y más arriba
de donde se
caldea la tibieza.
Muslos gruesos:
bloques robustos
sobre leños;
muslos enjutos:
huesos con carne;
muslos esbeltos:
gemas acariciadas,
rodearon,
envolvieron una joya
sobre la cabeza de un alfiler,
replegados, penetrados.
Sobre estos muslos,
barricadas de los mares,
descansan el marinero y su nave.
Los muslos en su esfuerzo,
levitan.
Los muslos que se abultan,
dudan.
En un recodo
un mar se abre camino
por encima de un
rápido nadador
y el pescador
se detiene
al final del río
y ve
los peces abrirse camino
contra la corriente.
Esos muslos,
estos muslos,
mis muslos,
esperan, pesan.
* * *
–3–
Hoy es un día en que los poemas
rechazan sus ritmos y rimas.
Las ideas y el brillo de ayer,
enterrados en el cielo que anuncia el alba,
han ardido hasta ser un recuerdo impreciso.
Pero aún las imágenes persisten:
llamas que caen del cielo;
una bola de fuego desciende presurosa
por un camino desgarrado por la guerra.
Oh, ¿cómo lavar las manchas de sangre?
El vinagre y el zumo de limón son
compuestos químicos inútiles
que pueden dañar la tela al desmancharla,
y deteriorar un estampado en Cachemira,
el favorito alguna vez para ir a las fiestas.
Ayer: cuando los cuerpos abrigados por mantas
temblaban bajo los vientos occidentales,
donde las frentes febriles se congelaron
y los rostros de hielo se cristalizaron en pilas
de almas vencidas, señales de su derrota.
El poema no puede consolar a los moribundos.
Los agonizantes mueren sin el bálsamo
de endechas poéticas y tambores funerarios.
El pasado, cuando la historia emprendió
sus anfibios comienzos, tasa
el mar y el aire. El éxito se mide
por dos pies y una espalda recta.
Un poema ha perdido su senda.
El secreto de la vida está oculto en el
regazo de la maternidad del primer año.
Cada vez que se lacta, en cada bocado,
toda la información sobre el cómo
y el por qué se despliega en
minucias históricas insignificantes.
Cada diente, cada dolor soportado
que brota para probar los pezones
de una madre en cosecha, amamantada
por años de entrenamiento tras las faldas
de madres y tías de antes,
todas ellas con mensajes vitales
sobre el discernimiento y la sabiduría de la femineidad.
Y entre los pliegues de caftanes 1, chadores 2,
y boubahs 3, las bocas de los bebés buscan a ciegas
el roce del sustento.
Años antes que los vellos de la pubertad,
llega a la radio esa estática de voz profunda,
son los surahs 4 y los hadiths 4 de los viejos.
* * *
–4–
Hay madres que esperan, año tras año,
cartas que llegan con poca frecuencia,
fotos preciosas de algún estudiante
que lee otros textos en palabras que suenan
extranjeras a sus oídos poco educados.
Se reúnen en cocinas, bajo acacias,
al abrigo de los olivos
para hablar de cosas que nunca han visto.
Son las madres que casan
hijos con hijas que abandonaron
hace muchos, muchos años. Son las que
apaciguan decepcionadas cabezas
doblegadas por la tristeza dentro de sus hiyabs 5
recordando a aquél que ha de volver, pero no por ellas.
Y ellas, las madres, luchan
por arrodillarse y estirar un brazo renuente
bajo colchones enrollados a diario,
buscando una caja de cartas envuelta en trapos
blancos que lavan cada quince días.
Ellas leen, sobremodulando las palabras,
lo bien que le va a éste.
Lo buena que es la escuela.
Lo mucho que confía
el supervisor en ellos.
Lo pronto que volverán a casa.
Lo mucho que llegarán a apreciar a
quien su amor ha elegido: la nueva hija que han
de traer al patio.
Han llorado en años silenciosos.
Las lágrimas no hacen ruido al deslizarse por sus pómulos
y papadas, las han adiestrado para no ser escuchadas.
Por años han esperado
una palabra amable,
un hijo que se fue hace tiempo,
un cielo despejado,
el silencio de la paz.
* * *
–10–
La novia de antaño espera.
Ayer una viuda esperaba.
Hoy una viuda espera
tibia, mojada y luctuosa.
Los ojos desengañados de viudas que esperan
buscando señales de quienes habrían de volver:
hermanos, hijos, esposos, padres.
Hoy los caminos están despejados.
Hoy es posible pasar.
La línea que serpenteaba
ayer y el día antes de ayer
alrededor de un paso en la montaña
está hoy vacía, el eco resuena.
Hoy, sonidos de camiones,
de pies ulcerados y exánimes que se arrastran,
los gruñidos encubiertos,
el eco del estallido amortiguado
de las armas, resuenan en los caminos desiertos.
Pero en lo que alguna vez fueron casas,
el vacío de las habitaciones a las que la risa
dio la espalda, hace eco al sonido
de pies impares y gritos.
Una viuda espera en silencio.
El silencio es el idioma de las mujeres
que enviudaron por la guerra antaño,
ayer y hoy.
* * *
–17–
Cuando las palomas dejan la mezquita de Azrat Ali
y los pobres buscan refugio en las cuevas de antes;
cuando el minarete 6se convierte en un punto estratégico
desde el cual emprender el asalto final,
es tiempo de reconsiderar ese camión que espera.
Cuando son silenciados el zureo
y el azhán 7 de la mañana;
cuando callan el aleteo de mil alas blancas que se alzan
ante niños que juegan a ahuyentar a los pájaros,
entonces es tiempo de empacar la última maleta.
Cuando se extingue el fuego de los orfebres
y no hay quien bombee en sus chimeneas;
cuando se han ido los vendedores de leche y de pan
y las viejas no los llaman ya más,
entonces es tiempo de llenar las cestas vacías.
Cuando la nieve comienza a caer,
cuando se congela el pozo de bombeo,
cuando arde el último bloque de leña,
cuando los cerros y las casas se estremecen,
cuando oscurecen los cielos sobre los cerros,
cuando las luces extranjeras colorean el paisaje,
cuando las pilas de cadáveres destrozados disminuyen,
cuando el poeta hace a un lado su cuaderno de notas,
entonces es tiempo de decir adiós.
Adiós al único cordero que queda,
al sendero recorrido por más de cincuenta años,
a las plegarias diarias que se hicieron en la mezquita, ahora vacía.
Al vagón roto y al camión oxidado,
a un patio en el que la risa alguna vez fue carcajada,
a todas las cosas conocidas, adiós.
Pero es un adiós a lo viejo, a lo conocido.
¿Qué le dice uno al ahora, a lo desconocido?
Los idiomas del pueblo y de la aldea han envejecido.
Un espacio vigilado, emparedado entre tanques, camiones,
caras nuevas, nuevos caminos; se hace necesario usar palabras nuevas.
Pero estas viejas lenguas son tercas y añosas,
hechas a la medida de antiguas necesidades.
¡¿Cómo han de formar la palabra ‘refugiado’?!
Notas del traductor
1. Un caftán es una túnica de algodón o seda abotonada por delante, con mangas, que llega hasta los tobillos y que se viste con una faja.
2. Un chador es una prenda de vestir externa usada por las mujeres de religión musulmana que cubre al portador desde la cabeza hasta los dedos del pie, dejando solamente las manos y parte o toda su cara expuesta.
3. Una boubah es una especie de túnica africana.
4. Surah / Surat: un capítulo del Corán, de los cuales hay 114.
5. N. del T. Hadith: una declaración verificada que describe las palabras o las acciones del Profeta Mahoma.
6. El hiyab es un código de vestimenta femenina islámica. En sentido restringido, suele usarse para designar una prenda específica moderna, llamada también velo islámico.
7. El alminar o minarete es el nombre con el que se conocen las torres de las mezquitas; en realidad significa «faro», porque en siglos pasados era frecuente la colocación de luces en los minaretes para orientar a los viajeros hacia la ciudad.
8. N. del T. Adhan, azhan o adan es, en el Islam, la llamada a la oración para convocar a los fieles a la oración obligatoria. Usualmente la recita o canta el almuédano desde el minarete de la mezquita.
Rashidah Ismaili AbuBakr nació en Benín en 1947. Poeta, cuentista, novelista, dramaturga, ensayista, profesora, performer, psicóloga, promotora artística y activista social. Ha sido ampliamente antologada y tiene cuatro libros de poemas. Durante más de treinta años ha estado vinculada a importantes universidades norteamericanas. Fue parte, en los 60’s del Movimiento de las Artes Negras, que incluyó danza, teatro, música y poesía, centrado en la ciudad de Nueva York, donde reside actualmente. Algunas obras: Cantata for Jimmy (Cantata para Jimmy), Missing in action and presumed dead (Perdido en acción y presunto muerto); Womanrise (Salida de la mujer) y Ricekeepers (Guardianes del arroz).