Las muchas alegrías de Fabián Rendón
Por Luis Germán Sierra J.
Es muy acertada la idea de la revista de poesía Prometeo de acompañar cada año sus poemas y ensayos con la obra de un artista que ofrece otra lectura; no complementa los textos de la poesía, que ya dicen todo lo que tienen que decir por sí mismos, sino que son una lectura paralela, ahora de imágenes pictóricas o fotográficas, otras formas de decir también el mundo. De aludir la realidad con los lenguajes de la imaginación y de la creación.
Y en esta oportunidad están aquí los grabados de Fabián
Rendón, una pequeña muestra de los linóleos que muestran la fiesta sin igual que para él constituía la ejecución de su obra. Los bestiarios, los acróbatas, los músicos, la noche, la fiesta, el juego,
el fuego, la inocencia y el diablo que el artista llevaba a la prensa
después de la minuciosa y magistral tarea de dejar en el linóleo
la marca de su dibujo absoluto y grácil, representaba
el pequeño paraíso que un ser humano labra poco a poco hasta
hacer de la práctica del arte, de estas obras impregnadas
de gusto y de emoción, la alegría más genuina, la más alta.
La vida de Fabián era el detalle de una vida en la cual tenían sitio el amor a los amigos y a los hijos; la conversación gustosa y portadora de risas y de mundos estéticos; las lecturas donde la poesía y el arte eran el encuentro de nuevas creaciones; los viajes a territorios de la noche, de la música y del vino; el detalle de una vida que cuenta de suyo con la vocación de maestro, de quien sabe con holgura los meandros del grabado, pero no quiere guardárselos y sí regarlos como semillas por caminos diversos.
Cuando el ojo entra en las obras de Rendón se pierde, como él quería seguramente, en las muchas posibilidades de tomar por rumbos también distintos. Es decir, sus atmósferas son múltiples y no pocos los significados, como quiere esta vez el arte que trasciende las solas formas. Como quiere la poesía, de la cual este artista se nutría y a la vez alimentaba. La fantasía y lo extraordinario de estos grabados no está dado en la intención que se perciba, sino en la fuerza natural que comportan y en el juego evidente que el autor pone a funcionar y hacen de ellos una fiesta. El color (claramente una de sus mayores virtudes); la composición acompasada, musical; el vuelo de la imaginación controlada y certera que hace del arte de estos grabados la lograda eficiencia de la obra lejos del simple ornamento y de la anécdota sin alas y sin sustancia, en fin, su calidad estética sin asomo de dudas, llevaron a los linóleos de Fabián Rendón por rumbos, reconocimientos, invitaciones, exposiciones y premios como muy pocos artistas colombianos han logrado. Decir lo anterior no es en absoluto una banalidad ni una gratuita lisonja.
La lista de países a donde viajó su obra y la importancia de los certámenes que requirieron su concurso en América Latina, Estados Unidos y Asia son proporcionales al silencio, al caso omiso y al casi extremo pudor que Rendón manifestaba ante quienes no fueran estrictamente sus más cercanos. Como si fuera poco, hizo hermosos libros-arte con William Ospina y Juan Manuel Roca (poesía y grabado, una vez más, poesía y poesía).
Lo que no escatimaba Fabián era su alegría por tener la posibilidad de hacer todo esto que tanto le gustaba, por poder mostrarlo a públicos de todas partes, y onversar acerca del encantamiento que sentía tanto él como el sinnúmero de personajes de sus obras. Allí se despojaba del rigor que le controlaba cada movimiento en la ejecución de sus grabados, y apelaba a la palabra desnuda, simple, llena de gozo y humor. Como la poesía, como muchos de los poemas que ahora lo acompañan aquí, en la revista. Está entre amigos.