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Piedad Bonnett (Colombia)

A la derecha, Piedad Bonnett, en el 20º Festival Internacional de Poesía de Medellín

Por: Piedad Bonnett

PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 86-87. Julio de 2010.

 

                        

DEL  REINO DE ESTE MUNDO

 

Hablo,
de la muchacha que tiene el rostro desfigurado por el fuego
y los senos erguidos y dulces como dos ventanas con luz,
del niño ciego al que su madre le describe un color inventando palabras,
del beso leporino jamás dado,
de las manos que no llegaron a saber que la llovizna es tibia como el cuello
                                                                                         de un pájaro,
del idiota que mira el ataúd donde será enterrado su padre.
Hablo de Dios, perfecto como un círculo, y todopoderoso y justo y sabio.

 

 

BIOGRAFIA DE UN HOMBRE CON MIEDO

 

Mi padre tuvo pronto miedo de haber nacido.
Pero pronto también
le recordaron los deberes de un hombre
y le enseñaron
a rezar, a ahorrar, a trabajar.
Así que pronto fue mi padre un hombre bueno.
(“Un hombre de verdad” diría mi abuelo)
No obstante,
-como un perro que gime embozalado
y amarrado a su estaca- el miedo persistía
en el lugar más hondo de mi padre.
De mi padre,
que de niño tuvo los ojos tristes, y de viejo
unas manos tan graves y tan limpias
como el silencio de las madrugadas.
Y siempre, siempre, un aire de hombre solo.
De tal modo que cuando yo nací me dio mi padre
todo lo que su corazón desorientado
sabía dar. Y entre ello se contaba
el regalo amoroso de su miedo.
Como un hombre de bien mi padre trabajó cada mañana,
sorteó cada noche y cuando pudo
se compró a cuotas la pequeña muerte
que siempre deseó.
La fue pagando rigurosamente,
sin sobresalto alguno, año tras año,
como un hombre de bien, el bueno de mi padre.

 

Canción del sodomita

                        Habrá una grandísima peste

                                                     Éxodo, 9, 3.                                                                                                        

Han izado el amor. Lo están clavando
coronado de ortigas y de cardos.
Le han cortado las manos, han echado
sal y azufre en sus pálidos muñones.
Ah, mi joven amado, el tiempo es breve.
Suenan ya las trompetas e iracunda
la luna enrojecida afrenta al cielo.
Déjame acariciar tu frente ardida en sueños,
contemplar para siempre tus párpados violeta.
Deja que desanude mi deseo,
que coloque la palma de mi mano
sobre la rosa hirviente que florece en tu pecho.
Ah, mi joven amado que duermes mientras huye
la multitud con un largo sollozo:
una lluvia de sangre cae sobre Sodoma.
Dame tus muslos blancos, tu axila, el dulce cuello,
antes de que en silencio se deslice
el ángel con su espada de exterminio.

 

 

Ración diaria

                                                           Mira¾le insiste el Minotauro a Teseo¾

                                                          sólo hay un medio para matar
                                                los monstruos: aceptarlos.
Cortázar, Los reyes

Sin una sola luz ni un solo ruido
un barco cruza el agua nocturna de mi infancia;
tal vez el cocinero se desangra sobre cebollas rubias
con el rostro lleno de verdugones
y la bata empapada.
Mi miedo se bebía el aire de la alcoba con los ojos 
                                                                     abiertos               
y el monstruo que me habita
sofocaba mi voz con su cola de escamas.
¡Ay! Amorosamente, desde entonces, le doy su
                                                             ración diaria.
Tenso animal carnívoro,
el ruido de su boca que mastica
es música en mi insomne madrugada.

 

SIN NOVEDAD EN EL FRENTE  

 

En esta misma hora
Cecilio estaría sangrando la vaca:
le diría “quieta” con su voz nocturna. 
Y Antonio, en esta misma hora, escribiría
con su letra patoja, “recibido”.
¿Qué haría Luis? Quizá le ayudaría
a su hermano menor a hacer sumas y restas,
quizá se despidiera de su madre
pasándole la mano por el pelo.

(Cecilio, Antonio, Luis,  nombres conjeturales
para rostros nacidos de otros rostros)

Cecilio es negro como el faldón con flores de su madre.
Antonio tiene acné y sufre los sábados
cuando va a un baile y ve a una muchacha hermosa.
Luis es largo y amable y  virgen todavía. 

En esta misma hora,
uno mira hacia el sur, donde su hermana
ha encendido una vela. Un gallinazo
picotea su frente. El otro
parece que estuviera cantando, tan abierta
tiene la boca a tan temprana hora. La misma
en que el tercero,
                              (largo y amable y virgen todavía)
parece que durmiera
con una  flor de sangre sobre el sexo. 
Sobre su pecho hay un escapulario. 

Todo en el monte calla.
Ya alguien vendrá por ellos.

 

LOS ESTUDIANTES

 

Los saludables, los briosos estudiantes de espléndidas sonrisas
y mejillas felposas, los que encienden un sueño en otro sueño
y respiran su aire como recién nacidos,
los que buscan rincones para mejor amarse
y dulcemente eternos juegan ruleta rusa,
los estudiantes ávidos y locos y  fervientes,
los de los tiernos cuellos listos frente a la espada,
las muchachas que exhiben sus muslos soleados
sus pechos, sus ombligos
perfectos e inocentes como oscuras corolas, 
qué se hacen
mañana qué se hicieron
qué agujero
ayer se los tragó
bajo qué piel
callosa, triste, mustia
sobreviven                                                                                 

 

 

MOAB (UTAH)

Cada mañana,
cuando las gentes de Moab abren sus puertas,
ven la inmensa cadena de montañas de piedra
que ciñe su pequeña ciudad
como un rosado anillo prehistórico
                                                                   
y allá arriba
el cielo imperturbable,
recién nacido insecto luminoso
que ignora la belleza de sus alas.

Saben los habitantes de Moab
que  detrás de las rocas,
más allá de sus vidas ajenas a todo sobresalto,
se extiende un universo de silencio,
dunas,
abismos, lava gris y rosa,  
y el viento cabeceando entre los riscos.

Cuando la carretera que atraviesa Moab  queda desierta,
el silencio que habita detrás de las montañas
cae sobre sus gentes como una culpa antigua.
Ellos, hombres buenos que viven tercamente sus días,
levantan sus miradas hacia el cielo
y beben de su azul,  
beben de su remota transparencia.

 

LAS HERENCIAS

                                       Enfermedades en mi casa
                                                                        Pablo Neruda

Hijo mío, me duelen las herencias 

Esta culpa, zarza que arde y me quema,
y que no me concede saber cual fue el pecado

En tu inocencia se mira mi inocencia
como en un ojo de agua que me cuenta una historia
que ya  ha sido olvidada

y otros hablan entre tus voces turbias
y otros sufren de nuevo entre tus sueños
y en tu silencio sufren
otra vez más aquellos que están muertos

y tu herida
es una pena antigua que por mi sangre pasa
y estalla en las entrañas en que nadaste un día.

 

LAZOS DE SANGRE

Atrévete
salta al vacío   mírale
los ojos al hermano a la hermana su hiel mansa
oye
al hijo entre su nube de rencores
                                                     al padre
y su silencio como piedra ardiente

y el reproche
del marido a la esposa

refinada mordedura del tedio y el eterno
balanceo del odio

ah la familia

siente
cómo su amor comete sus destrozos
cómo mastica  a secas tus tripas
se envenena
con la sangre que dentro de ti silba
como  un río que  baja con su carga de piedras

 

LOS IMPERTURBABLES

 

Un sentimiento incómodo la compasión

ese que se levanta
al ver que el  joven con el que nos cruzamos
el de la frente gacha
tiene los ojos húmedos

o que un anciano ciego tropieza y manotea
con los anteojos rotos y las rodillas rotas
y la cara turbada de los abandonados

que una multitud huye
cargando sus gallinas y el peso de sus muertos

La compasión confunde
                         (nos hace odiar y amar al mismo tiempo)
desata nuestras culpas
adensa entre las manos la moneda
con la que consolamos la  impotencia

y nos convierte en frágiles
seres sentimentales
tan oscuros a veces a las puertas del sueño

e incapaces de ir firmes y rotundos
como esos otros

                           los imperturbables.

 

 


Piedad Bonnett  nació en Amalfi, Antioquia, Colombia, en 1951. Poeta, novelista, dramaturga y crítica literaria de Colombia. Licenciada en filosofía y letras de la Universidad de los Andes donde ha ejercido como profesora en la facultad de artes y humanidades desde 1981. Su poesía, teatro y narrativa están profundamente arraigadas en su experiencia vital y expresan la visión de la mujer de clase media en un país desgarrado por múltiples violencias, desigualdades y conflictos. Ha desarrollado, además, una fructífera labor crítica y de difusión de la poesía colombiana. Obras: De Círculo y Ceniza, 1989; Gato por liebre, 1991; Nadie en casa, 1994; El hilo de los días, 1995; Ese animal triste, 1996; Que muerde el aire afuera, 1997; No es más que la vida, 1998; Todos los amantes son guerreros, 1998; Después de todo, 2001; Imaginación y oficio, entrevistas críticas a poetas colombianos, 2003; Para otros es el cielo, novela, 2004; Siempre fue invierno, novela, 2007; Los privilegios del olvido, 2008; Las herencias, 2008; Las tretas del débil, 2008. Premio Nacional de Poesía  del Instituto Colombiano de Cultura, 1994.

Última actualización: 23/11/2021