Howard A. Fergus, Monserrate
Por:
Howard A. Fergus
Traductor:
Nicolás Suescún / León Blanco para Prometeo
PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 86-87. Julio de 2010.
EL SUEÑO DE UN REY
Un negro en la Casa Blanca, o sólo un hombre
medio negro, incluso uno muy diferente:
es el sueño de un rey concebido en campos
de algodón del Sur entre el sueño y el despertar,
en el puesto de atrás de un bus entre baches,
cuando parquean el bus, en la parada
con el ladrar de perros en sábanas blancas y el coclear
como arpías del Ku Klux Klan; un sueño solitario
no destinado a cumplirse en toda una vida
o en el período de un presidente, pero los que han vivido
para verlo como este elegante centuria, de 106 años
para ser exactos, arrebatada con un cóctel de lágrimas
y de sonrisas, con una aureola de esperanza
en sus sienes grises esperando como Simeón la salvación
de los Estados Unidos y el nacimiento de un salvador negro
y los albores de un nuevo sol en todo el mundo.
Ella puede partir en paz, pero no ahora Señor;
que espere la nueva marcha a Washington
y que le coloquen una diadema en la frente
a la que tiene derecho, y el izar de la bandera
de la libertad por Obama en la Casa Blanca,
donde ahora niños negros de Kenia pueden retozar
de la mano con niños blancos de Georgia
en el prado del jardín de las rosas, donde pueden jugar
negros de Brixton y Alabama. Y cuidado Downing Street,
porque ya oigo el taconeo de pies negros y que la Comunidad
se volverá común de verdad, y los vivos lo verán
así como los que mueren con fe. Los negros
manejarán aquí las cosas para cambiar por fin:
“sí, sí podemos” y la verdad sigue su marcha.
EN EL AÑO DE OBAMA
Tenemos un nuevo gobierno:
es el año de Barack Obama,
Un anno no muy domini,
porque él es sólo un coloso, no es Cristo,
es sólo un mensajero no el Señor,
y no puede hacer milagros
celestiales en este desastre
de economía ni cambiar la levadura agria
del congreso de la noche a la mañana,
y porque además no será crucificado. Toca madera.
Los bebés balbucearán su nombre árabe,
y novatos cantantes de calipso alabarán su fama.
No fue por un milagro que aplastó el poder
del algodón y la caña, que anuló los hechizos
de John McCain, el ícono guerrero,
ni que derrumbó las torres gemelas de los Clinton
o que magulló la cabeza de Sarah Palin,
que se opacó y mostró el cobre.
Medidos contra Obama los pesos pesados
se volvieron ligeros, ante su ascenso cayeron potentados,
el color de su suerte era el más brillante
y lleva a la Casa Blanca una política
completamente nueva, el tema del Ivy League
en los libros de colorear de los niños, un hijo brillante
en su órbita y una asombrosa maravilla para todo el mundo.
NEVEREST
Anoche en un sueño
trepé al monte Neverest de Montserrat,
estaba muy cuidado, muy verde,
sin nieve ni lava candente.
Había un chalet de madera,
con muchas mansiones aunque no luminoso
pero lleno de luz y de aire al lado de un arroyo
y de una colina de suave contorno.
Un equipo de submarinismo me sorprendió
en ese momento y recordé
la legendaria sirena del monte Chance
y un pozo de incalculable extensión.
El ascenso fue agradable y con un servicial
ayudante; el problema fue el descenso:
gracias a la desaparecida visión la vuelta
fue una inevitable decepción.
Hay rumores en la nube
del lugar sin descanso, ocultos fuegos, olores exóticos.
Con casas de verano y equipo de submarinismo
algo está pasando en Soufriere.
LEGADO
La preocupación de los grandes y los buenos
y de los no muy buenos con legado
es poco más que un caso sofisticado
de vanidad retrospectiva al final del juego.
Me pregunto quién escribirá mis versos, aunque
no tan buenos, y si saben que yo fui
el que sacó la caneca con la puntualidad
del sol antes de que pasara el camión de la basura.
Y al atardecer cerré la puerta del castillo
contra las picaduras de los moscos y regué en la cueva
veneno para contrarrestar su picadura
y silenciar su canto de guerra, que es enfermizo.
O manchaba mi mano y las sábanas
con la sangre de la batalla a riesgo de los efectos
secundarios. Es posible que haya matado miles y miles,
¿pero quién me cantará con los epítetos apropiados?
Las honras fúnebres no pagadas de sapos, ratas,
iguanas y toda clase de bichos,
¿qué historia resucitará semejantes proezas
épicas en pro de la salud del medio ambiente?
¿A quién le importa que apagué la luz
para inducirme al sueño y bajar la cuenta?
Pero no se debe menospreciar la importancia
de esta acción para dejar una gran herencia.
Y aunque ocasionalmente evito a los peatones,
estoy pasando por una época oscura
y me detengo en las paradas de los buses
para llevar la carga y secar el sudor de lo normal.
¿Quién declara el estado de emergencia
cuando el gas se acaba a media noche?
¿Quién lleva la varita de los milagros
para excitar a las vírgenes antes del amanecer?
Si esto suena como si fuera un toque de trompetas,
se trata de eso exactamente. ¿Qué oportunidad
tengo yo más allá de estos versos? ¡Tantos
héroes entre nosotros y tan poca ciencia!
El legado no sólo está en construir elefantes
de cualquier color, y un discurso pulido
en el parlamento o desde el púlpito
no es por sí solo la cúspide de nuestra carrera.
Traduccción de Nicolás Suescún
POPURRÍ BARBADENSE
El ruido de los cascos del burro cargado
no paraba nunca
y en los campos
los jugadores gritaban:
¡qué tal esa jugada!
Un hombre había salido,
otro estaba ante el altar,
los jugadores y la novia
vestidos de blanco,
los dolientes de negro
y gris le daban color
al pálido carnaval,
el negro y el blanco le dan realce
y dignidad a la muerte.
Hueso de mi polvo
y polvo de mi carne
hasta que la muerte los separe:
el pastor los encadenó
con un nudo de palabras
y ellos vaciaron el sacramento
como anticipo de las frutas púrpura de la vida.
El entierro emprendió camino,
la carroza nupcial lo persiguió,
un derbi doble hasta el ocaso,
los jugadores en el diamante pidieron luz,
el árbitro siguió de pie
tan silencioso como una estatua.
Los frenos chirrían,
los pitos aúllan,
el humor de los dolientes arde,
las cintas de boda
adornan la carroza.
¡Arre, burro! Detén el carro mi amor
para bajarme aquí
y eludir el trancón.
Las patas del burro hacen toc toc
y su real jinete dice:
¿Qué tal esa jugada?
EL DIA DE LA MADRE
Voy a ser escéptico en este día de la madre;
no voy a hacer pastelitos grasosos con berenjena
para el desayuno; ni ponerle glaseado dietético
a la torta con frías y retorcidas palabras.
no me robaré una flor ni violaré a una rosa enfermiza
al destruir su seto de luces rojas de espinas
al cortar su máximo punto de belleza para adornar
la prole de Eva, tanto viva como muerta. Escogeré
en cambio una manzana pecadora, verde y memoriosa.
Le dejaré los saludos a las tarjetas con diseños
de Inglaterra y USA, su fina manera de intercambiar
las palabras (de cierta manera) dulce y fácil
como beber agua en un día caluroso,
un coqueto besando los pies, o la espesa grasa de los cerdos.
Pero, ¿cómo decir el amor que siento en el corazón
salvo con palabras o las manos? No sé. Voy a repetir
nada más el dicho común y decirte: “te quiero mucho”.
LA PALOMA
¿Qué viento propicio o adverso trajo a esta paloma
con rápidas alas de una tierra extraña
evitando vientos hostiles en contra
sobre el puerto de Gerald para por fin posarse
asombrosamente frente a la puerta de mi cuarto
arrullando zureos de barítono el 1° de enero por la mañana?
Si es un presagio de paz entonces vale
Lo que cien volando lo que dos en el monte y más en el golfo.
¡Qué atrevida, invadiendo mi espacio familiar!
Ve a zurearle tu jeroglífico al presidente,
o a una belicosa esposa o a la casa
vecina. Ve a arañar una tierra fértil
para sembrar tu palabra y regarla con lágrimas.
Y asegúrate de que la oigan en lo más álgido
de la ira del Soufrière. Que suavice las quejas
internas de la política y, tal vez, de mi vida.
LA PASCUA
Este abril está muy caliente. Ansioso
por hacer pilatunas el diablo está cocinando
una olla de huracanes prematuros
para hechizar esta verde isla.
Quemada por el sol de cuaresma
la tierra parece muerta, nada que regocije
tus ojos. Una resurrección
es lo que desean los devotos.
Pero tres iguanas encuentran una hoja verde
en lo alto de un árbol espinoso
y puedo percibir la vida volviendo
al jardín, el distante
aroma de los lirios. Ya no hay que matar
iguanas o a Barrabás,
su hijo tal vez puede domar los vientos
y golpear la cabeza de los huracanes.
Traduccción de Nicolás Suescún
A LOS CINCUENTA Y CINCO
No mucho qué mostrar a los cincuenta y cinco,
agradecido sí de haber sobrevivido
fatigantes convulsiones, numerosas piedras
de enemigos amistosos de lejos y de cerca:
aquí dos veces plantado, allí una gran sonrisa.
No mucho qué mostrar,
unos pocos certificados en la pared
con los nombres borrosos, un toque de herrumbrosos
y amarillos conocimientos ya casi polvo,
amo, amas, amé y perdí
y aprendí que el amor es el llanto de las cosas:
lágrimas, gotas plateadas para lavar anillos de oro.
No mucho qué mostrar,
apenas tres hijos, una pura sombra
del amplio carcaj de mi padre;
abstemio, pero no fanático,
una vida redonda:
la prueba, mi panza escultural.
No mucho qué mostrar,
patas de gallo motean mi cara como errores
en un ensayo, demasiados para borrarlos,
y la cabeza blanca como en plena madurez
no aguantaría un falso color.
No mucho qué mostrar a los cincuenta y cinco,
pocos poemas se escaparon del cesto de basura
del editor, pero todavía no estoy acabado
como escritor, todavía me elevo y canto
aunque su lápiz rojo hiera mis alas.
No mucho qué mostrar
un nudo de contradicciones
alimentadas por una fe fanática en Cristo
y fuertes certidumbres de un paraíso
donde uno puede escoger un menú alterno
libre de la tiranía de la miel y la leche.
No mucho, no mucho qué ver,
pero estoy aprendiendo cómo ser.
LA ECONOMÍA DEL AMOR
Me oprimes con el costoso peaje
de la amistad
Despliegas gran generosidad
con tus hábiles manos
en libre medida
como un cruel castigo
por un padre airado
iletrado en cosas del amor
Tus grandes sumas de inversión
en el mercado de valores de mi amor
me hastían.
Es legítimo dar y recibir
pero mi amor prefiere negociar
en un mercado más pequeño,
con apuestas más a mi alcance.
Al amor propio como a un Terrier loco
es mejor tenerlo con correa.
A PROPÓSITO DE UNOS MANGOS
Mil mangos cayeron al suelo anoche
para llenar el vacío
en estómagos hinchados en Ruanda
o sazonar la noche de la industria en Montserrat.
Pero ningún avión lo bastante grande
para transportarlos acuatiza aquí
para salvar a esos refugiados de la codicia
o flotar en el paso entre Montserrat y Antigua.
Mil mangos cayeron al suelo anoche
Como un acto de terroristas
demasiado rápido para enterrar a los muertos.
Sus huesos ponen a la tierra en un aprieto.
INJUSTICIA
Era la hora de la oración de la mañana
en la iglesia de San Pedro. Una gallina cruzó volando
la calle en gran pánico perseguida por un gallo
loco de amor, arriesgándose a morir en el flirteo
tan temprano en este día del Señor
con otros picos, levantados en adoración.
Ella casi se hace a sí misma mártir de lo mejor
de la estación, del amante y de mí mismo,
cómplice, y peor aún asesino.
No era ella una doncella oriental para doblegarse
bajo el sudor blanco de un hombre,
ya sea ayatola, brahmán o un simple mal tipo.
El gran Hombre no tenía tiempo en la mañana de hacer
la corte con palabras de amor para espolear al amado
para que no cacareara en autobombo o se pavoneara
con su plumaje dorado oscuro como un pollo
asado. Sólo un loco afán para ir directo al sitio
del placer como un psicópata o un violador en serie.
Me pregunto si hay demandas en la corte plumífera
por acoso sexual o por hacer avances lascivos
rompiendo la ley. Esto no significa
alguna cosa boba como rozar sin querer un sostén,
una mirada ocasional o un piropo grosero,
sino un loco arrebato al llamado de las hormonas.
Aunque los gallos no obedecen una ley propia
éste es culpable y merece la muerte en la hoguera.
UNA MAESTRA SIN TÍTULO
A lo lejos, parecía distraída.
Eran casi las nueve de la mañana,
demasiado temprano para estar ebria con vino,
demasiado pronto para estar senil.
Los labios de la dama
se movían al mismo ritmo de los pies;
pero al cruzarnos escucho
el alegre estribillo de su canción, nada
de filosofía o de lenguas desconocidas;
de longitud tan modesta como su falda
pero aún así excitante. Mi corazón
no latió más rápido pero el mensaje era
de todos modos emocionante: “¡Gracias, Dios,
por darme de comer!” La dejé como si nada
tras el encuentro, casi ni siquiera un encuentro
sino un roce pasajero contra mi vida
de una maestra sin título…
pero dejó en mí una marca inquietante.
EL HOMBRE DEL CARBÓN
Medía en total más de dos metros;
su torso era firme, su paso seguro;
sus brazos y pantorrillas gruesos y fuertes;
talla cuarenta eran sus zapatos o más.
Escalaba la colina de Jo Morgan al alba
espoleando con la erizada crin de un burro;
fue un rey entre los bosques,
no adulado por el séquito plebeyo.
Rindiéndose ante él, la selva crujió
temiendo cada golpe de machete afilado,
cómo él, mortalmente trabajó la ruina
entre el guayabo, el abedul y la encina.
Haciendo una pausa, habló con claridad,
voceando una fiera filosofía:
La vida es una lucha.
Secando su ancha y sudorosa frente,
ladeó su gorra negra por la grasa,
aflojó su cintura ceñida con una corbata
y se fue aparte a relajarse.
Los cálidos rayos del sol cabalgan alto
señal del tiempo de la caída.
Su panza rugió vacía
señal de que la fuerza interior se había agotado.
Para urgir al asno sobrecargado
a que siguiera fiel las huellas,
le cantó una melodía doméstica
de hierba y mazorca en un costal.
Desde una pila de leña cerca a la letrina del socavón
neblinas resinosas se elevan como incienso
y los niños en coro gritan
‘La mina de carbón de Man-Dight, el sabio’.
Que por siempre fielmente
recurriría a su fiera filosofía:
La vida es una lucha.
En tres días, cuando se había quemado el carbón,
el humo disminuyó, el olor fue puro;
desde los labios negros de carbón sus dientes de marfil
dijeron sonriendo que su pan era duro, pero seguro.
Entró al pueblo al trote, de paseo,
sin necesidad de látigo ni melodía;
con carbones a tres-y-a seis- el saco
el laborioso esfuerzo había traído bendición.
Ahora el hombre del carbón asintió con certeza
y susurró su fiera filosofía:
La vida es una lucha.
Man-Dight se ausentó de la colina,
su machete se oxidó por el desuso
como un escalofrío estremeció su armadura de acero,
sus pequeños dientes de burro se aflojaron.
Murió antes que los sheikhs del petróleo supieran
el valor de la energía escasa,
ese hombre del petróleo, hombre del carbón, podrían conspirar
para vender el mundo a cualquier precio.
Por tanto incluso en su lecho de muerte, él
gimió su fiera filosofía:
La vida es una lucha.
Traducción de León Blanco
Howard A. Fergus nació en Long Ground, Montserrat, el 25 de julio de 1937. Poeta, profesor y ensayista, con estudios en las universidades de Bristol y Manchester. Historiador de Monserrat, ha escrito acerca de su isla natal. Obra poética: Cotton Rhymes, 1976; Green Innocence, 1978; Stop the Carnival, 1980; Lara Rains & Colonial Rights, 1998; Volcano Song: Poems of an Island in Agony, 2000; Volcano Verses, 2003 y I Believe, 2008. Sus poemas han sido antologados en the Penguin Book of Caribbean Verse y han aparecido en: Artrage, Writing Ulster, Bim, The New Voices, Caribbean Quarterly, Ambit, Caribanthology, etc. Otras obras: History Of Alliougana: A Short History of Montserrat, 1975; Montserrat the Last English Colony? Prospects for Independence, 1978; William H. Bramble: His Life and Times, 1983; Hugo Versus Montserrat, con E.A. Markham, 1989, y Montserrat: History of a Caribbean Colony, 1994. La emigración ha restado generaciones y en 1997 la erupción del volcán Soufrière destruyó dos tercios de su espacio habitable, su economía y lanzó a la mayoría de sus habitantes hacia el exilio; pero el poeta permaneció en la isla. Los poemas de Volcano Verses expresan esta experiencia. Recibió, entre otros el Premio de Poesía de la BBC, 1978 y The Caribbean Writer Poetry Prize, 1992.