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Claudio Willer (Brasil)

20º Festival Internacional de Poesía de Medellín
Fotografía de Nidia Naranjo

Por: Claudio Willer
Traductor: Eva Schnell

PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 86-87. Julio de 2010.

 

LOS POETAS APENAS TRANSCRIBEN
LO QUE OTROS POETAS YA DIJERON

 

A los amantes otra vida les es concedida
Hölderlin

Despertamos en este domingo de tentáculos solares que amenazan con apoderarse del resto de la semana; con la persiana baja, el cuarto es penumbra dorada, atardecer constante sea cual fuera la hora del día. Viajantes inmóviles miramos el hilo de humo del cigarrillo plantado en el centro del cuarto, su movimiento pausado a la manera de los sargazos, aguapés, laberintos y demás símbolos de la memoria. Como plantas acuáticas a la deriva, vinimos a parar aquí, fugitivos del excesivo mundo, prisioneros voluntarios de este mínimo espacio. A cada nueva caricia, cada pérdida de las manos en los meandros del cuerpo de otro, nos transformamos en personajes del mismo sueño: el mundo finalmente reducido a la dimensión de la colcha extendida sobre la cama, a la geometría armoniosa de las sábanas y almohadas náufragas. Nuestra desnudez es un desafío al tiempo: todas las horas formas de siempre, multiplicadas por el mismo gesto de acariciarse. Poseídos de la misma calma de los ríos que desembocan en su pantano y van reconociendo poco a poco sus nuevas márgenes de contornos imprecisos, sus raíces y troncos sumergidos, hablamos poco, después todo tiene significado, incluso los gestos más sencillos, encender un cigarrillo, tomar café. El despertar es reconocimiento y retorno de los mismos gestos rituales, manos construyendo nuevos laberintos de sensación de lo suave y lo áspero de la piel, navegación de uno para el otro para después volver a hundirse en las sábanas tibias. No insistimos en ser mucho más que esto, un archipiélago de superficies del cuerpo y sensaciones de la piel. Y esta humedad que solo el amor logra crear, impregnando el aire y recubriendo la pared. Y los olores del cuerpo, qué decir de ellos, de esta aura de sudor, esperma, perfume, hálito, secreción y misterio, que cargamos con nosotros y que nos da la certeza de existir y estar vivos. Identidad con el mar, conocimiento de las voces del atardecer, memoria de los pasos recibidos por la arena de la playa. Somos signos de la tierra, nos acompaña algo de tierra apenas revuelta, pequeños lagos con sus plantas, selvas que aún existen. Cómo todo, esto es diferente del resto y nos vuelve irreversibles. Todos los poemas el mismo poema. Nos liberamos, dejamos de ser prisioneros del horóscopo. Reponemos el mundo en su debido lugar, después de tomar una poción mágica. Complicidad de samurais que se preparan para la lucha en un juego vertiginoso de espadas, sabiduría de quienes saben moverse en la oscuridad. La percepción destrabada en esta planicie de penumbra dorada de atardecer que se refleja en la piel. No importa donde usted esté ahora, y a qué distancia. No existen saudades, sino soles que circulan en nuestras venas. Ninguna sensación de pérdida o de vacío, sino de crecimiento, algo que ganamos en este complicado errar por el planeta en la búsqueda de nuestra identidad. Y también esta niebla familiar que se posa a mi lado en la semilucidez de la vigilia, hecha de sensaciones de cuerpos, presencias, toques de la piel, pulsaciones, calentura, este confuso ovillo de memorias, de voces y de olores, que poco a poco se desata y se transforma en poema.

 

HACE TIEMPO QUE YO QUERÍA DECIR ESO

 

aún no consiguieron destruir el mar
   no fueron capaces de estrangularlo con cables eléctricos y carreteras
     ni de dividirlo con cercas
        o de lotear las manchas de su dorso
el mar aún existe
   presente en la conciencia de los amantes
     en las madrugadas de sudor cómplice estampado en las sábanas
para que podamos ver el mar
   para penetrar poco a poco en estos refugios tibios
     cavernas del primitivo sueño
        útero de filamentos luminosos
es preciso que nos desnudemos totalmente
   y que sepamos reconocernos
     por el toque de la piel
        como algo que termina y empieza
          de los poemas entrelazados
             mordiéndose como la serpiente mítica
el mar y sus gavetas de cristal
   sus andamios de plata
     su burbujeante conspiración de gelatinas
        su avidez de novelas agitadas
          sus túneles de trillos, veredas descendientes
             su desnudez flamante
               su tiempo de redes deshaciéndose en la arena
                  sus barcos zambullidos en la definitiva espera
                    sus pozos artesanos de sal
                       su relleno de cuadros abstractos
                         su cornucopia de los deseos oscuros
                       sus puñales envueltos en sargazos
                    sus torres de castillos de belleza pura
                  sus largas avenidas batidas por el viento
               su arco iris bailando el ballet del amanecer
             sus manos de dedos transparentes a perder de vista
guardián de los nombres de los suicidas
             que vagan por las calles de ciudades sumergidas
               laberinto de recuerdos
               laberinto de luces y sombras vivas
        olas haciendo valer su interminable instante de rugidos
     entrechocándose con el furor de los metales en las batallas de Paolo Ucello
bosque de ruidos                  bosque de ausencias
             y la hora de la playa
          pura realidad de siluetas
        labio de vagina húmeda de los continentes
        lomo de gato angora rozando la tierra firme
        clamor de corales
          resonando por campos submarinos
             ahuyentando las aguas vivas
        que llegan a la playa como banderas de naciones febriles
(en esta calle asfaltada y llena de gente de una ciudad de edificios inútiles
 que contemplan al mar seguros de su fatal corrosión
encuentro un viejo e inesperado amigo, él lleva su ropaje hindú de seda negra y una extraña mirada fija de visionario estampado en el rostro pálido
retrocedimos hacia un lugar tranquilo, nos sentamos para conversar entre palmeras y una brisa fresca
hablamos de las personas y de las aventuras de los años 60 y 70, todo lo que sucedió en esos frágiles escenarios ahora vistos a partir de esta perspectiva favorable de una mesa de bar, eterna como todas las mesas de bar, en este mismo lugar en donde ya escribí otros poemas
demasiado cercanos a la arena para que no seamos rigurosamente verdaderos
nombramos a los personajes: uno que fue a vivir a Punta del Este para hacer no se sabe qué, otro que viajó a Francia y se hizo muy rico, aquel que vive en un barco y contempla el vacío todas las mañanas, alguien que dardea trazos alucinados sobre el papel, los que escriben cosas absurdas con la firme convicción de los albaceas
y hay también los que se mataron, los que fueron muertos, que se ahuyentaron de si mismos e ingresaron a la definitiva condición de fantasmas, los navegantes para siempre
el amigo se despide y parte, se zambulle dentro del calor de fin de tarde de un verano precoz, atraviesa la barrera de una cerca viva de follaje, se disuelve en esa niebla que siempre se forma en estos días
arrastra consigo este haz de biografías entrelazadas
y la cuestión flotante en el aire de qué hacer con todo esto
me levanto y voy hasta la cerca que separa el jardín, ahora desierto, de la playa
llego más cerca
el atardecer empieza a despejar su instante de alucinante carmesí)

 

LLEGO MÁS CERCA


   atravieso un filtro de marejadas
   recojo de las olas la simetría de este poema
   nubes se deshacen en un combate final de colores
mientras el mar
           (un río más indomable)
                            respira pesadamente
pasando a frente a mí
          con la lentitud solemne de las procesiones de barqueros religiosos
        extendiendo su cobija de noches
        sofocando las hogueras de lo hondo
        prendidas en los claros en donde los ahogados intentan calentar las manos
la presencia humana es murmullo y soledad
quedan apenas estos dos navíos cargueros
          sombras recortadas contra la lejanía
          dos barcos   –   dos puntos
          voces solitarias insignificantes y nulas
                    zambulléndose en el vacío grisáceo
y este velero
          mancha agitada sobre un mapa de negaciones
     se desliza rápido hacia la oscuridad
lo humano retrocede de una sola vez
             ahora todo es distancia y vacío
               se disuelven las palabras y el paisaje
queda apenas el otro
             todo lo que no somos
                         todo lo que nos es extraño
                              como un texto
  hueco de la memoria viva
               trama oscura de encuentros amorosos
       lo negativo de ese mundo nuestro de coordenadas terrestres
          con su sordo murmullo de infinitas fuentes

 

 

Poética

 

1

entonces es eso
cuando creemos que vivimos extrañas experiencias
la vida como una película
o chispas que saltan de un núcleo
no propiamente la experiencia amorosa
sino aquello que la precede
y que es aire
concreción cargada de todo:
la ciudad refluye hacia su hora nocturna y todos van para casa o buscan encuentros improbables y absurdos, rumor de la multitud que circula por el centro y por los barrios, mientras las tiendas cerradas aún están iluminadas, los locos predican en las esquinas, la humedad de la lluvia que aún no pasó, incluso el recuerdo de la noche anterior en el cuarto revolviéndonos en caricias y también nuestro encuentro en la tibia oscuridad de un bar –hora confesional, exponiendo las sucesivas capas de las cosas que pasan– donde la proximidad de los cuerpos confunde todo, palabra y beso, gesto y caricia
todo graBado en el aire
y no lo hacemos por voluntad propia
más bien por atavismo

 

2

la sensación de estar ahí
armonía no necesariamente cósmica
plenitud muy poco mística
pero sencilla proximidad
de la aberrante experiencia de vivir
algo como el calor
que se siente junto a una forja
(tal vez yo debiese viajar, o mejor, ser llevado por el viaje, cargar todo junto, dejarse conducir por uno mismo)
al penetrar en el opalino acuario
(esto se relaciona con que estemos juntos)
y sentir el mundo en la temperatura del cuerpo
mientras allá afuera (lejos, muy lejos) todo es otra cosa
entonces
el poema es despreocupación

 

Anotaciones de viaje

 

1

meDioDía

la Tierra respira
hormigas transitan por sus nervaduras
arabescos de pájaros
puntualizan el pausado discurso de las nubes
solo existe el espacio
el paisaje lacustre
que ahora cubre una ciudad sumergida
y sin saber por qué vine a dar aquí
qué me trajo a esa frontera de lugares y sensaciones
entro al agua
la claridad me lleva a la deriva
floto en el espacio
embebido en el día más que tibio
me sé huésped de quién he sido
(la superficie del lago
se deshace en el movimiento de los círculos concéntricos)

 

2

playa EN LA isla

es así como me gusta: nadie cerca
solo el acolchado de blanda arena
extendido entre las dunas
donde el esfuerzo de andar
transforma los pasos en gestos que se vuelven hacia abajo
en la dirección de la caldera
en donde se debate el humeante cordaje
laberinto de convulsiones
vacío atravesado por espasmos
ovillo de tentáculos de espuma, de corriente polar
y las manos de hielo
que aprietan la garganta y deslizan por el vientre
llamaradas de mar, ganchos clavados en las costas
para arrastrarnos al fondo
–penetrar en ese abismo
es navegar el dorso de la muerte, transformar la conciencia
en patio de vendavales
 sin embargo
no somos de aquí
venimos de muy lejos
para descubrir la última playa desierta
en el costado oceánico de la isla
cercada de murallas de viento y claridad
en donde cobijas de marejada
son extendidas sobre nuestros cuerpos
mansamente reclinados
sobre la piel dorada del Tiempo

Playa Mole, Florianópolis, 1981

 

3

carta

 

Al artista plástico Elvio Becheroni,
a propósito de su libro Luoghi di Memoria

 

Me pides escribir algo para tu libro de grabados
quieres que hable de Río de Janeiro
y cuente historias
de lugares y viajes y memorias
tal vez
cualquier cosa
cómo en 1979, yo llegaba a Río de Janeiro
por el camino del litoral, por las playas de Río-Santos
traía en el rostro quemado de sol la expresión tranquila
de quienes viven a la orilla del mar
cualquier cosa
como aquella noche en el alto de la Urca
entonces se llamaba Concha Verde
y antes se llamara Frenetic Dancing Days
ella intentaba convencerme
de que las luces de la ciudad eran ojos dorados que chisporroteaban en la neblina
y yo concordaba en que había ruidos de mar
resonando en el fondo de nuestra locura
cualquier cosa
como aquel día entero en un caminar por la playa:
nos impulsaba cierta atracción por lo sublime
y nosotros nos entreteníamos en descifrar la errante caligrafía del tiempo
nerviosamente garabateada en la pauta de las olas
hasta que puñales de nubes arcaicas que enmarcaban el atardecer
vinieran a clavarse en nuestro infinito
y sintiéramos los cabellos de la noche creciendo pausadamente
pues la oscuridad había llegado
para reclinarse en tu colchón de mareas
entonces,
entre la ola y el centellear de la ola
entrevimos el perfil en llamas de nuestros cuerpos
entre lo vivido y lo no vivido
el trazo cambiante de la reventazón
entre los ruidos del mar y los ruidos de la ciudad
la complicada geometría de nuestros silencios
y un inesperado perfume de jazmines
por mí
nunca más saldría de allí
me quedaría por allí mismo
recorriendo para siempre la playa
 acompañando a la insoportable inquietud de los astros presos de sus órbitas
acabamos perdiéndonos
entre redomas de luz amarilla de mercurio
en los confusos laberintos de un jardín
y hay tantas historias que tienen que ser contadas
y tú me pides que escriba sobre Río de Janeiro
pero no existen ciudades
son nuestros viajes que crean rutas,
mapas de superficie luminosa
como estos de tus cuadros, reflejos del cielo más estrellado de Samarcanda, del límpido atardecer florentino, el otoño transparente de São Paulo más la inquietante niebla de Nueva York, centelleos dorados de un campo lombardo, su poniente animado por el soplo de la planicie,
las ciudades no existen
solo los encuentros son reales, las prolongadas conversaciones
capaces de transformar cualquier lugar en playa desierta al anochecer
solo existe el diálogo,
nuestra primitiva capacidad de sentarnos alrededor de la mesa
para atravesar la noche contando historias
de viajes, descubrimientos, visiones
con candor de niños que truecan figuritas
investidos, sin embargo, por nuestra identidad de brujos
que hacen sonar su tambor nocturno
nos sabemos observados todo el tiempo, de soslayo,
por el rostro insomne de lo Bello.

 

 

Llegar allá

 

Y ahora quiero la palabra reducida al sencillo gesto de aferrar alguna cosa, pura denotación, lenguaje referencia, mano extendida apuntando esos pedazos de realidad –o entonces la fiesta con todos sus fantasmas sentados en el sillón de ajenjo mientras sangran los dedos de la memoria, todo en el límite de lo que pueda ser verdad, el cuaderno escrito de atrás hacia delante y el libro leído a partir de la última página, y también podría hablar de las nubes de vapor y cortinas de humo en los cuartos, y narrar la historia completa de las fiebres tropicales– pero solo nosotros dos fuimos capaces de movernos en ese plano intermediario en el que realidad y sueño se confunden, tocados por la sugestión de otra escena o situación. Esencia, ese es el nombre de nuestra transacción. ¡Esencia, esencia!, grita la legión de los Irreales desde el fondo de su existencia probable. Esencia, el verdadero nombre del juego de mutaciones. No es necesario hablar en alucinaciones, es como atravesar una pared invisible, y ya estamos allá. El texto febril. Las luces prendidas. Luces prendidas. Las luces, prendidas. Por ejemplo –pero el número de ejemplos es mayor que toda la existencia– por ejemplo, las luces prendidas, rebotadas un poco torpemente por los azulejos blancos que iluminan nuestros cuerpos, mientras nosotros nos preparábamos para empezar un juego amoroso más. Me acuerdo también de las playas desiertas, recorridas de punta a punta. O cuando descubrimos aquella cascada en medio del mato, aquel salto que debía tener unos 30 ó 50 metros de caída libre, sus salpicaduras heladas nos alcanzaban en la orilla, imposible llegar muy cerca, aquella catarata en el matorral nos inducía a la complicidad. Las luces prendidas. Complicidad. Esencia. Y aquel espejo antiguo –aquel espejo antiguo biselado, patinado, recubierto por el amarillo del tiempo– aquel espejo antiguo nos reflejó durante una tarde. Estaba en el tocador frente a la cama en el cuarto del caserón colonial de la hacienda, con los demás muebles macizos y pesadotes y el olor a polvo de cosa antigua del cuarto. También encontrábamos muchos santuarios religiosos en nuestros viajes, era como si nos impulsase una atracción magnética por lo sagrado. Ciertas tardes insoportablemente calientes, demasiado sofocantes. Hubo un tiempo en que. Las luces. Esencia. Impregnando irremediablemente todo lo que fue hecho después. Como la transgresión es cotidiana e imperceptible, como ser maldito es apenas una especie de indiferencia, lasitud, dejarse llevar. El olor a polvo sobre los tapizados. Yo quiero que todo quede muy claro. No solo las palabras, el texto, sino otro plano, ahora definitivamente llevado a lo real. Quedó un olor extraño, impregnando a la piel. Todo verdadero. Todo. Mas ese gesto de contar historias imposibles, ¿cuál es su significado? ¿Que botón apreté? Y ahora, no dejar piedra sobre piedra. Transformar lo cotidiano en hipérbole, laberinto en donde todos se perderán jugando con despreocupación. La opacidad es casi banal. El juego de la vida y de la muerte es trivial. Despertemos al irascible niño que habita en cada uno de nosotros. No hay misterio. Que no se hable de locura. El lado de allá, el lado de allá, que camina suavemente sobre tus sandalias de suela de hule, el lado de allá disfrazado en arte del plumaje, el lado de allá que sonríe afablemente mientras nos mira de soslayo, el lado de allá es sencillo y está aquí, basta estar abierto y disponible. Somos dioses.

 

 

Poemas para leer en voz alta

 

Ninguna agitación podría perturbar la íntima familiaridad de nuestras horas oscuras

Joyce Mansour

 

1

eros

viajantes inertes
inmersos en el silencio de esas horas
cuando el tiempo no es más tiempo
sino lasitud
y nuestros cuerpos jadeantes construcciones
envueltas en desnudez
atestiguado apenas por los objetos de la casa, cuadros en la pared, los pesados muebles, los libros y sus lomos, macetas, espejos y además la negra silueta de los edificios recortados contra la ventana
rostro ciego de la ciudad ahora adormecida al observarnos  fijamente
yo brujo, tú sibila
¿qué dioses adoramos?
parados en la pausa entre sobresaltos
¿qué alquimia inventamos?
el peso que nos paraliza y adormece
no es cansancio
sino otra cosa
sensación de lo profundo
el oscuro sentir
del mundo que respira
por los poros de la oscuridad
y nosotros, maniatados por el placer, apenas conscientes
de la presencia de los objetos de la casa, muebles, macetas, libros, almohadones esparcidos por el piso, nuestras ropas tiradas al azar, más el negro recorte de los edificios por detrás de la ventana,
perfil del paisaje urbano, testigo impasible
apenas sabemos quiénes somos
apenas recordamos nuestros nombres
nos quedan el reposo y una intuición
despierta para el tibio mundo de nuestros cuerpos
nunca, nunca había sentido eso antes así

2

cuando el calor de la noche de verano
y la lluvia de la noche de verano
se encuentran
y son la misma corriente de vida que se escurre por nuestras arterias
entonces
nos reconocemos por las caricias
un arco iris puede sentarse en la cabecera de la cama
una nube puede servir de cobija
un paisaje de sol naciente
en una playa marcada por tiendas de campaña
se refleja el lago luminoso de tu vientre
la montaña con su ladera cubierta de matorrales
en donde cierta vez nos perdimos entre nacientes de ríos
proyectan su sombra en tus muslos
planicies batidas por el viento alisio
que atraviesa el continente, el universo
es nuestra imaginación febril

3

la colcha era verde
y la lámpara azulada
acostumbraban a oír músicas lentas y suaves
creían que el estante repleto de libros tenía un aire solemne
y les gustaba eso
 cualquier cosa
que sugiriera un ambiente sobrenatural
eran rápidos, muy rápidos en sus juegos intelectuales
se servían en copas desbordantes, burbujeantes
y todo era practicado con una cierta indiferencia
con la naturalidad de hace tanto tiempo
 que nos hemos habituado a estar juntos, a quedar desnudos, a besarnos en la boca
y acostarnos sobre la colcha verde del sofá, a la luz azul de la lámpara
al lado del estante de libros que componían un clima de ritual
sugestión de cosa esotérica
ciertamente se miraban
y quedaban de volver a encontrarse otro día
(las noches pasaban de prisa)

4

nuestros hábitos delicados y perversos
nuestras diversiones medio delincuentes, medio filosóficas
nuestros placeres íntimos y raros
las pláticas irisadas de memoria
gestos poco a poco entretejiéndose
en la plenitud de la desnudez familiar
mientras íbamos transformándonos
en los pulsantes personajes crepusculares
de nuestras historias
rodeados por un silencio vivo, un tiempo latente
de la noche recorrida
para no llegar a lugar alguno

durante el día
éramos simples mortales

5

es hora de decir claramente cómo son las cosas:
abres tus puertas tus piernas tus brazos tu boca
tu cuerpo
te abres de par en par
yo me embarco en ti
yo me engancho me prendo me aferro y te navego
planeo en un juego de arriesgado equilibrio
me hundo en tus abismos
navego suavemente en tu brisa
enfrento tus maremotos
viajo por tu velocidad
me pierdo en la maraña de tu pantano, en el laberinto de tierra y de arena, de agua del mar y de agua dulce
– nosotros somos el pantano y somos el laberinto
 me ciego en tu blancura
me alzo en tu ondulación
eres el planeta en donde poso
la nube en que me envuelvo
aura estelar, disipación de colas de cometas
llévame y condúceme
en esa danza desarticulada
hacia lo lejos              hacia lo alto                hacia lo profundo
arrástrame
amor oxímoro
amor, palabra de paradojas

6

tus ojos tienen muchos colores
que reflejan el brillo de cada hora
extrañas palabras
atraviesan nuestra plática
ES PRECISO QUE SEAMOS MODERNOS COMO EL AMOR
pero no lo sé
sino nos cegaremos
confundidos ante la visión de nuestra crueldad

7

El EPÍLOGO: jadeantes, serpenteantes, abandonamos todo, dejamos atrás lo que en nosotros podría haber de humano. De nuestras bocas buscamos extraer el aire húmedo y sofocante de las cavernas. Mundo transformado en víscera, paisaje pulsante, túnel en donde nuestros gestos simulan avance por la oscuridad. Sé que nos amaríamos con mayor vigor aunque si fuésemos capaces de ponernos al revés, fundirnos en el puro contacto, abrazo de cada célula, ninguna barrera para la unión inmemorial. Con que facilidad descubrimos nuestras entradas. Reducidos al puro presente, perdida la memoria, la idea de que hay futuro y el recuerdo de un pasado, cualquier cosa que no sea percibir la presencia del otro. Innecesario hablar: ahora es solo la vida expectante de ciertas colonias de larvas ecuatoriales. Nada, nada más por hacer, quedan apenas los lentos avances de la naturaleza, el cambio del paisaje con el tiempo, algunos fragmentos, restos y recuerdos de la aventura. Extraños al mundo, indiferentes al mar, a la playa y al viento, sabemos apenas de los rayos y truenos que acompañan a la tempestad de verano nocturno.

8

La noche nada puede:
arrancar todas las paredes
transformar la casa en campamento erótico
cuando nos multiplicamos en movimientos excéntricos
de serpiente que no llega a morder su cola
bañados por la luz ausente
nos amamos así
no más que gota de agua en el océano
pero transformados en animales provisionales y articulados,
maravillados
por percibirnos en otro planeta, jadeante, pulsante
paisaje transformado en mutación cómplice
calidoscopio de plantas vivas en un jardín de espasmos
juego amoroso, sí, pero ¿quién juega y quién es la pieza del juego?
el juego de desarmar, desarreglar todo, esparcir los cuerpos, desmontar la película, placer exacerbado al cual me aferro
para construir una nueva vida para vivir nuestras vidas

 

9

aguijón, diente afilado
 que lacera lo tibio del sueño
con una leve sensación dolorosa
como la de salir una mañana de sol al campo después de días y
días de lluvia
es cuando tú apareces
y me abrazas luminosa
brisa de besos que atraviesa las décadas
pasión de revolverse en la esencia
tú reapareces
límpida
como la honestidad de confesiones íntimas
tú traes en tus manos
un vacío chispeante de rubíes
tú llegas
para enseñarme las artes de lo real,
 no mucho más
que saber construirnos
como materia plural
erigida en la extensión
entre sábanas y crepúsculos

 

10

ah, pero tú no viste nada
esa fiesta a la cual me invitas              
solo puede ser en el claro del matorral en llamas
en el subsuelo del edificio que se derrumba en escombros
pues el verdadero amor, el amor sumado al placer, es otra cosa
sobredosis, éxtasis infernal
que fatalmente nos destruirá

11

EL OTRO LADO

 solo así el poema se construye:
cuando el deseo tiene forma de isla
y todos los planetas son lunas, embriones de la magia
entonces podemos atravesar las llamas
sentir el piso respirar
ver la danza de la claridad
oír las voces de los colores
disfrutar la libertad animal
de estar sueltos en el espacio
tener parte con piedra y viento
seguir los rastros del infinito
entender lo que susurra el vacío:
 todo eso es tan familiar
para quien conoce
la forma del sueño

 


Claudio Willer  nació en Sao Paulo, Brasil, en 1940. Poeta, ensayista y traductor. Algunos libros publicados: Anotações para um Apocalipse, 1964; Dias Circulares, 1976; Jardins da Provocação, 1981; Volta, 1996; Estranhas Experiências, 2004; Poemas para leer en voz alta, 2008. Traductor al portugués del Conde de Lautréamont, Antonin Artaud y Allen Ginsberg, entre otros. Como crítico y ensayista, ha colaborado en suplementos y publicaciones culturales tales como: Jornal da Tarde, Jornal do Brasil, revista Isto É, jornal Leia, Folha de São Paulo, etc. En varias ocasiones ha sido presidente de la Unión Brasilera de Escritores. Realizó estudios de Sociología, psicología y terminó un doctorado en Literatura Comparada. Co-editor de la revista electrónica Agulha.

Última actualización: 05/11/2021