Kirmen Uribe, España
Por: Kirmen Uribe
PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 88-89. Julio de 2011.
EL CUCO
Aquel año oyó el cuco a principios de abril.
Tal vez, porque estaba inquieto,
tal vez, por esa manía de ordenar el caos,
quiso adivinar en qué notas cantaba.
La tarde siguiente, allí estaba en el bosque,
con un diapasón, esperando.
Al rato, lo escuchó.
El diapasón no mentía:
Si-Sol eran las notas del cuco.
El descubrimiento se supo en todas partes.
todos querían probar si de verdad el cuco
cantaba en esas notas.
Pero, los resultados no coincidían.
Cada uno decía su verdad.
Algunos que eran Fa-Re, otros Mi-Do.
No se ponían de acuerdo.
Mientras tanto, el cuco seguía cantando en el bosque.
Ni Si-Sol, ni Fa-Re, ni Mi-Do.
Como hace mil años
cantaba: Cucú, cucú.
De Mientras tanto cógeme la mano (Visor, 2003).
EL RÍO
En otro tiempo hubo un río aquí,
donde ahora hay bancos y losetas.
Hay más de una docena de ríos bajo la ciudad,
si hacemos caso a los más viejos.
Ahora es sólo una plaza en un barrio obrero.
Y tres chopos son la única señal
de que el río sigue ahí abajo.
En cada uno de nosotros hay un río oculto
a punto de desbordarse.
Si no son los miedos, es el arrepentimiento.
Si no son las dudas, la impotencia.
Un viento del Oeste azota los chopos.
La gente avanza a duras penas.
Desde el cuarto piso una mujer mayor
está tirando ropa por la ventana:
tira una camisa negra y una falda de cuadros
y un pañuelo de seda amarillo y unas medias
y aquellos zapatos que llevaba
el día de invierno que llegó del pueblo.
Unos zapatos de charol, blancos y negros.
En la nieve, sus pies parecían avefrías congeladas.
Los niños echan a correr tras la ropa.
Al final, ha sacado su vestido de boda,
se ha posado sobre un chopo, torpemente,
como si fuera un pájaro grande.
Se oye un gran ruido. Se asustan los transeúntes.
El viento ha arrancado de cuajo uno de los chopos.
Las raíces del árbol parecen la mano de una mujer mayor,
que espera que cuanto antes otra mano la acaricie.
De Mientras tanto cógeme la mano (Visor, 2003).
ISLA
La felicidad.
Ese trabajador por horas.
Anne Sexton
Es domingo en la playa para la gente de buena voluntad.
Desde la isla se oye un rumor lejano.
Vamos al agua desnudos.
Anémonas, salmonetes, erizos.
Mira, el mar mueve la arena
como el viento mueve el trigo.
Bajo el agua te veo.
Me gusta el lento movimiento de brazos y piernas.
Me gusta tu pubis convertido en alga.
Salimos del agua. Hace calor. Hay sombra entre pinos.
Tus brazos están salados, tu pecho salado, tu vientre.
La misma fuerza que une mar y luna nos ha unido.
Los segundos se confunden con los siglos
y los siglos con los segundos.
Nuestros cuerpos son peras recién peladas.
Anémonas, salmonetes, erizos.
Es domingo en la playa para la gente de buena voluntad.
De Mientras tanto cógeme la mano (Visor, 2003).
VISITA
La heroína es tan dulce como hacer el amor,
decía ella en otro tiempo.
Los médicos dicen que no ha ido a peor,
día va día viene, y que nos lo tomemos con calma.
Hace un mes que no ha vuelto a despertar,
desde la última operación.
Y sin embargo seguimos visitándola todos los días
en el sexto box de la unidad de cuidados intensivos.
Al entrar, el enfermo de la cama de enfrente lloraba,
no ha venido nadie a visitarme, le decía a la enfermera.
Hace un mes que no oímos la voz de mi hermana.
No veo como antes toda la vida por delante,
nos decía,
no quiero promesas, no quiero disculpas,
tan sólo un gesto de amor.
Ahora sólo le hablamos mi madre y yo.
Mi hermano, antes, no decía gran cosa;
ahora ni siquiera aparece.
Mi padre se queda en la puerta, callado.
No duermo por las noches, nos decía mi hermana,
tengo miedo a dormirme, miedo a las pesadillas.
Las agujas me hacen daño y tengo frío,
el suero me enfría las venas.
Si pudiera huir de este cuerpo podrido.
Mientras tanto dame la mano, decía,
no quiero promesas, no quiero disculpas,
tan sólo un gesto de amor.
De Mientras tanto cógeme la mano (Visor, 2003).
UN POCO MÁS ALLÁ
Mi padre y mi tío se embarcaron por primera vez con nueve años,
y aprendieron a navegar en el “Bustío”.
Eran duros los patrones de entonces,
de aquellos que en días de tormenta apretaban los puños
y mirando al cielo amenazaban a Dios:
“¡ven aquí si tienes lo que hay que tener!”.
Cuando eran chiquillos, los cuatro hermanos mayores
tenían que ir a misa por turnos,
ya que sólo había un traje en casa. Cuando uno volvía de la iglesia,
se quitaba el traje, se lo daba al siguiente,
y así solían ir a misa,
cada cual a su hora, cada uno con sus propios zapatos.
Cuando era niño, el día en que mi padre llegaba del mar,
solíamos esperarlo en el espigón más alejado del puerto,
mirando hacia el Oeste. Aunque al principio
no se veía nada, pronto
uno de nosotros divisaba en el horizonte
un punto negro, que poco a poco se convertía en barco.
Tardaba una hora en llegar hasta el espigón,
y giraba frente a nosotros antes de entrar a puerto.
Mi padre nos saludaba con la mano.
Nada más pasar el barco, corríamos
hacía el lugar donde atracaba.
Incluso estando en las últimas, mi padre
siempre alababa la vida,
nos decía que hay que vivir el momento,
que si siempre estás preocupado la vida se te escapa.
Y nos decía: tenéis que ir
más al Norte, no hay que echar la red
allí donde sabéis que seguro habrá pescado,
hay que buscar un poco más allá,
sin conformaros con lo que ya tenéis.
“La muerte no vencerá”,
escribió Dylan Thomas,
pero de vez en cuando gana,
y así terminó también la vida de mi padre,
como un barco que se pierde en el horizonte
girando hacia el Oeste,
dibujando recuerdos en su estela.
De Mientras tanto cógeme la mano (Visor, 2003).
MAYO
Déjame mirarte a los ojos.
Quiero saber cómo estás.
Rainer W. Fassbinder
Mira, ha entrado mayo,
Ha extendido su párpado azul sobre el puerto.
Ven, hace tiempo que no sé de ti,
Se te ve tembloroso, como esos gatitos que ahogamos siendo niños.
Ven, y hablaremos de las cosas de siempre,
Del valor que tiene ser amable,
De la necesidad de arreglárselas con las dudas,
De cómo llenar los huecos que tenemos dentro.
Ven, siente en tu rostro la mañana,
Cuando estamos tristes, todo nos parece oscuro;
Cuando estamos fuertes, el mundo se desmigaja.
Cada uno de nosotros guarda algo desconocido de las vidas ajenas,
Sea un secreto, un error o un gesto.
Ven y pondremos verdes a los vencedores,
Saltaremos desde el puente riéndonos de nosotros mismos.
Contemplaremos en silencio las grúas del puerto,
Porque estar juntos en silencio es
La mejor prueba de la amistad.
Vente conmigo, quiero cambiar de país,
Dejar este cuerpo mío a un lado
Y meterme contigo en una concha,
Con nuestra pequeñez, como los bígaros.
Ven, te espero,
Continuaremos la historia interrumpida hace un año,
Como si no tuvieran un círculo más
los abedules blancos de la rivera.
De Mientras tanto cógeme la mano (Visor, 2003).
PÁJAROS EN INVIERNO
Nuestra misión era salvar a los pájaros,
salvar a aquellos pájaros atrapados en la nieve.
La mayoría los encontrábamos cerca de la playa,
protegidos por el negro mar.
Los pájaros también eran negros.
Los sacábamos de su escondite y los llevábamos
a casa metidos en los bolsillos.
Pájaros diminutos que apenas cabían en nuestras
pequeñas manos de niño.
Luego, los poníamos junto a la calefacción.
Pero los pájaros duraban muy poco.
En dos o tres horas morían.
Nosotros no entendíamos por qué,
no entendíamos porqué eran tan desagradecidos.
Y eso que les dábamos de comer migas de pan
mojadas en leche y les preparábamos la cama
con nuestras bufandas de colores.
En vano, se morían enseguida.
Nuestros padres, enfadados,
nos decían que no lleváramos más pájaros a casa,
que se morían por exceso de calor,
y que la naturaleza es sabia
y que llegaría otra vez la primavera,
con sus pájaros.
Nosotros dudábamos por un momento,
quizás nuestros padres tengan razón.
Sin embargo, al día siguiente volvíamos a la playa
una vez más, a salvar a los pájaros,
aún sabiendo que nuestro esfuerzo no tenía sentido,
que era tan inútil como aquellos copos de nieve que caían al mar.
Y los pájaros seguían muriendo,
aquellos pájaros morían.
Inédito
EL PEQUEÑO TRANSISTOR
Pidió su pequeño transistor,
quería escuchar las noticias
mientras estaba en el hospital.
La política era sagrada para su generación.
De niños siempre nos hacía callar
a la hora de las noticias.
Enfermó antes de la ruptura del proceso de paz.
Se le veía preocupada, notaba que la enfermedad
avanzaba por su cuerpo y su país.
Un día apagó para siempre el transistor.
No quería malas noticias.
Aunque tratábamos de animarla,
“todo se andará”,
sabíamos, y ella más que nosotros,
que todo se iba a torcer.
No conoció en fin del proceso.
Al principio, yo mismo encendía
su pequeño transistor,
pero las palabras que salían de él
se me hacían extrañas e incomprensibles,
tan incomprensibles como una historia clínica.
Ahora prefiero estar en silencio, sin transistor,
y tratar de recordar su dulce voz;
“todo se andará”.
Inédito
UN DIOS PEQUEÑO Y JUGUETÓN
Quisiera ser aquel dios que te dibujó los lunares,
un dios pequeño y juguetón
pintando miles de puntitos en tu piel.
Me gustan tus lunares,
me gusta contarlos como si fueran estrellas.
Encontrarme cada día con uno nuevo,
como si fuera un astrónomo que halla una supernova,
escondida en algún lugar recóndito de tu espalda
o bajo tus pechos.
Me gusta recorrer tu piel con mi mano,
seguir las líneas invisibles
que se van creando entre los planetas.
Muy poco a poco, como el telescopio más preciso.
Tú dices que no te gustan,
que quisieras no tener ningún lunar,
tener una piel blanca y lisa.
Pero qué sería entonces de mí,
marino sin rumbo en la noche cerrada.
Recuerdo que te pedí un lunar
La noche que nos conocimos.
Aquel que tienes junto al ojo.
Me bastaba esa pequeña Ítaca
para construir en ella mi casa.
Y tú, generosa, dijiste:
serán todos para ti,
si adivinas cuantos tengo en total.
Quisiera ser aquel dios que te dibujó los lunares,
un dios pequeño y juguetón.
Y besar tus lunares cada noche,
Con cuidado, con mucho cuidado,
para que no se despeguen.
Inédito
NACER
Naciste a mis ojos con trece años.
Así, de repente.
Fue un nacimiento muy original,
pues naciste mientras cenábamos una pizza.
No hubo embarazos,
ni noches en vela, ni pañales.
No te llevé a la escuela tu primer día,
cogido de mi mano.
No te enseñe a jugar al escondite
ni al juego del truquemé.
No te lleve a la playa
a ver a aquel delfín enfermo.
Pero te prometo que quisiera haber hecho todo aquello,
y que todos los días lo echo en falta.
Pero naciste con trece años,
así, de repente, y con una pizza.
Sé que en realidad viniste al mundo
en una fría primavera en Dinamarca.
Y que los prados estaban helados en tu día.
Sé que tienes padre,
que tienes gente que te quiere a tu al rededor,
Amigos, primos, tías, abuelos
y cómo no, una madre.
Y es que nadie es sólo para uno mismo,
hay que aprender a compartir a aquellas personas que amamos.
Y yo soy otro más, el último en aparecer a la fila.
Sólo te diré,
que soy yo el niño cuando estoy con tigo,
y que aprendo mucho cuando estoy junto a ti,
como si no tuviera ni idea del juego del truquemé,
como si fuera la primera vez que veo a un delfín enfermo.
Sólo te diré,
que tú has nacido de verdad para mí,
aunque hayas nacido con trece años,
así, de repente, y con una pizza.
De la novela Bilbao-New York-Bilbao (Seix Barral, 2010).
Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) ha supuesto, en palabras del crítico literario Jon Kortazar, una “revolución tranquila” en el ámbito de la literatura vasca. Ha publicado ficción, poesía y ensayo para adultos y cuentos y novelas para niños y jóvenes. Fue Premio Nacional de Narrativa en España por su novela Bilbao-New York-Bilbao (Seix Barral, 2010), aunque anteriormente ya había obtenido gran reconocimiento con su libro de poemas Mientras tanto cógeme la mano (Visor, 2003), traducido a varios idiomas y galardonado con el Premio de la Crítica. La versión inglesa fue elegida finalista por el PEN American Center como mejor libro de poesía traducido al inglés en EEUU en 2007. “La literatura de Uribe hunde sus raíces en el País Vasco, pero es totalmente universal” ha dicho de su obra la prestigiosa revista de la Universidad de Harvard The Harvard Book Review. Ha participado en numerosos encuentros internacionales de literatura en Europa, Asia y América, y ha colaborado en diversos medios de prensa escrita como El País o The New Yorker.