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Isabel Cristina Gil

 


Nació en Medellín en 1983. Estudió Música en la Universidad de Antioquia. Historiadora de la Universidad Nacional de Colombia, Medellín. Le gusta la literatura beat, la Beat Generation, los Beatles, el beat del corazón, el “beat” bang. Andrés Caicedo, Roberto Bolaño, Peri Rossi, Virginia, Arlt o Puig le hablan al oído como la música de Chopin y Stockhausen y el misterio del romanticismo le parece tan placentero como la confusa historia del siglo XX. “Me gusta escribir como me gustan las tardes lluviosas frente a una ventana con la idea de un gato imaginario, o los soles en Sao Paulo… Y ahí va, este cuerpo con monólogo interior… parte del aire.

Oscurecida, tachón en negro (una respuesta para Arbeláez)


Yo me lancé del Fujiyama y he regresado justo ahora en invierno. Toda la primavera estuve fracturada, lacerada, lastimada y aquí estoy, con vida...
ardí entre las llamas y vivo sin cicatrices. Sí. He visto por mi ventana, lunas sucediendo a los soles y a las nubes jugar a las formas, y he sido testigo de estrellas fugaces y he sabido que han existido... De lo cotidiano puedo decir que conozco todos los sonidos y el adormecimiento de su encanto y que no me asusta ese infinito Si bemol a altas horas de la noche que surge como un lamento, entre muchas voces dormidas. Estoy, siendo testigo de lo infinito de los días y las noches, de las páginas y cobertores. Estoy en Tokio y no te espero amor mío. Me voy como transeúnte con los transeúntes, me pierdo entre ellos y no te espero... Perdida en Tokio, subí sola al Fujiyama y me tiré. Por eso no creo en el amor eterno, por eso no creo en el amor.


El don de la ubicuidad

En algún momento se desprende mi alma que no alcanzo, se me pierde en músicas desconocidas. La dejo viajar a sones insondables y antiguos, tan antiguos como es su edad misma. Vengo de hace miles de años, y mis miles de años juegan en el jardín de mi última infancia. Lloran de ansiedad mis ojos de encontrar y perder al siguiente paso. Al minuto siguiente, enamorada de la vida, mendigo palabras simples o compuestas, decido, al minuto siguiente, alejarme del dolor, auspiciarme en la memoria, quemar algún recuerdo que estorbe y seguir mirando, en el paisaje, en el día a día, en el cotidiano. Escucho cómo hierven las ollas del mediodía, cómo se escurren las traperas de las vecinas comadronas, escucho cómo brillan el metal del taller, cómo pule los instrumentos un Luthier. Estuve en la oficina del que aún no descansa por llenar sus bolsillos de dinero, y me aburrió el olor del papel estadístico y cuantitativo. Estuve al lado del guachimán que dejó entrar dos ladrones al centro comercial, que no vio por culpa de un par de piernas y me refugié en la habitación de un matemático que repasaba en la pizarra la exactitud abstracta. Estuve al lado de una mujer vestida de negro, que hoy entierra a su hijo o a su esposo, y no pude evitar llorar porque soy una estrella joven, porque la muerte juega en el bosque inocente y está a un paso de la vida, porque no puedo entenderla, porque no puedo evitarla. Me fui tras los colores de un niño que se apresuró a jugar en un tobogán como si fuese el acto más importante de la existencia y me admiré en los ojos de una niña, que los fijó en el suelo y se ausentó de su cuerpo. Me fui a pensar a una montaña, a fijar mis ojos en la nada, extrañando algún lugar que no recuerdo y que seguro busco sin saberlo. Al pensamiento se lo llevó el viento, y se deshizo en la ciudad, se abrazó a una guitarra y nuevamente entiende, que es tan simple como respirar, como suspirar y seguir caminando. Algún día tendrás lo que quieres, justo hoy, estás siendo lo que quieres.


En este balcón


Hoy desde aquí, tres dimensiones. Al horizonte algunas palabras que no hay que comprender, ascienden del mar como lo hacen algunas mariposas. Unas más perversas que otras, y otras muy inocentes, libres de toda culpa, tranquilas como el blanco a veces, ensordecedoras como el púrpura, tan inquietantes como el negro. Hoy, un balcón apacible, donde todo el mundo charla pero sólo dos escuchan. De allí se copian las ideas más riginales... y allí se hacen los sucesos futuros para terceros, cuartos y quintos. Allí se hacen también emocionantes historias de traiciones o momento para amantes. Es el lugar perfecto para especular o planear golpes. Golpes de estado, o atracos a bancos por gangsters muy torpes. Allí escribió un libro Whitman, allí estuvo de paseo una vez Cortázar y allí regresó Virginia Woolf, muertita de la risa. Es una ventana indiscreta, maravillosamente mágica. Del mar hacia abajo, historia de vampiros, abstemios algunos, otros aún ejercen y otros hacen doctorados. Del mar hacia el horizonte, historias de piratas y peter panes (con mantequilla). Del mar hacia arriba, físicas cuánticas, lluvias de estrellas, niños de la luna, Momo, Ende, Borges, besos en ballenas, Ami, el Principito. En este balcón, vino, cerveza negra, mestiza, amarga y celta. En este balcón, los juegos pirotécnicos de Disney, la música de Pixar, el niño de Dreamwoks pescando luciérnagas, Spielberg pescando efectos, y yo acallando pesadillas de niños que sufren de insomnio. En este balcón a veces silencio pensativo, tranquilidad de muelle, soledad de viejo y mar. En este balcón a veces yo, cuando no me voy de rumba con mis amazonas, a veces tú, cuando no te vas de rumba con tus vampiros, a veces otras cuando no se van de rumba con factores, a veces otros cuando no se van de rumba con nereidas o ninfómanas... a veces ella que se inspira en ventanas... especialista en armamentos. La de más allá tan solita que da miedo, la de más acá tan cotizada como las canarias. Hoy tan inspirada porque le da la gana o tan triste porque no lo evita. Mañana tan ayer un bosque. Pasado mañana tan ocupada una autopista. El mes entrante tan irritable un castillo. El recién minuto tan cosmopolita una cordillera. Hoy una palabra para que escriba, un signo para que lea, un deseo para que en mí no piense. Una bruja para que lo acompañe, una amante para que le asista, una mucamita para que le cuente cuentos... para que no se espante, para que sepa que las palabras como “siempre” nunca son tan grandes. Un beso de buenas noches para dos que nunca se enamoran... o un ajedrez, para tres que saben de estrategias.

Hoy una mujer murciélago o hada... o modelo, o actriz, o manzana, o fruto rojo, o muñeca o árbol, o carta o gafa... que le gusta ser vaquero porque sí, porque el sombrero le luce. Un numerito figurita que no aprende por salvaje. Que entiende sin culpa y se retira por astuta. Tan imbécil porque sufre, huidiza por imbécil. Todo en un segundo y finalmente una niña que dejó caer su helado. Hoy desde un balcón. Atención: llevar chaqueta.

Publicado en noviembre de 2012

Última actualización: 28/06/2018