Arturo Corcuera (Perú)
Por: Arturo Corcuera
PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 91-92. Junio de 2012.
Fábula del cuervo oriundo de Ginebra
A Patricia Zamora y a Carmine Amen
Cuando no hay un alma en casa y tengo que almorzar solo,
invito al cuervo. Lo siento junto a mí en el tablero
de la mesa.
Me distrae su compañía. Su lealtad supera la de algunos
amigos. ¡Tan simpático el cuervo con su pico curvo,
su traje negro, recién untado con los betunes de la noche,
en el que relucen filamentos dorados!
Sus piernas y sus alas flexibles se acomodan a cualquier
postura y a cualquier amo.
Disfruta sintiéndose a mi lado, sobre todo cuando pelo
las uvas y desorbitadas ruedan sobre el plato de postre.
Él me observa con avidez, se le hace agua la boca.
Lo adquirí en el mercado de pulgas de Plainpalais de
Ginebra, que se puebla miércoles y sábados de
mercaderes y mercachifles.
El elegante cuervo lucía aquella tarde en un mostrador,
muy campante, cruzado de piernas. Tenía la misma
gracia, el mismo aire de distinción.
Entre máscaras, campanas, relojes y otros objetos
antiguos, era maese cuervo el que daba la hora.
Atento el ojo, contemplaba con puntualidad los ires y
venires de las cosas, el comercio incesante de la vida.
Se siente bien cuando me acompaña. En su silencio
percibo un hálito de ternura, pero yo sé que en el
fondo lamenta su naturaleza de madera.
Él preferiría ser cuervo de carne y hueso y aguardar el
momento propicio para sacarme los ojos.
Fábula de la cocina y el diablo
De la chimenea de una cocina antigua aparece el diablo,
echa óxido y humo por pelos y oídos,
sus ojos son brasas sazonadas en el infierno;
le alza, el condenado blasfemo, la mano a Dios;
sus cuernos tenebrosos no cesan de provocar tormentas,
habla el mismo idioma de ajos, truenos, rayos y cebollas;
mete la cola en todas partes, desencadena entuertos,
con trinches persigue a los chanchitos de tierra,
marchita las azucenas con tufo de aguardiente,
pinta de negro las hornillas, derrama la sal,
en el caldo servido echa bocanadas de azufre;
a mares hace llorar a la cebolla, enfurece al ají,
le saca filo a las espina oculta en el pescado,
sobre el mantel vuelca el aceite hirviendo,
mantiene en el plato de sopa el puchero caliente,
intenta achicharrar la boca de los ángeles;
después, por la noche, en su aposento en llamas,
llora tan humano, contrito y triste, y se arrepiente.
Corona para el Rey de los agapantos
Se parece al Sol con sus bucles incendiando el día,
es de mármol blanco, sosegado, con su cara de bueno.
Inmóvil y enmudecido se erige de guardián en el jardín.
A nadie asusta y menos a las mitonias y al nervioso colibrí,
sus zarpazos duermen el sueño de los justos,
igual que su cola amable, que iluminan los astros.
Por más que lo intenta,
a su melena en reposo no la puede despertar el viento.
En medio de las mareas de la noche
semeja un solitario puma recién llegado del Polo Norte
o a un oso andino arropado por la luna.
Durante las tormentas de verano
mientras cae sobre él mojándolo la gota gorda
pareciera que su corazón entrase en cólera
y resonaron en el horizonte sus olvidados rugidos de león.
Fábula del caballo blanco saliendo del arca
A José Carlos Ramos
Piel de serpiente el arco iris anuncia el fin del diluvio.
Encalla el Arca en el Monte de Ararat.
Caen del cielo aerolitos de oro en forma de huevos.
El primero en salir al abrirse el portal es el caballo,
un caballo blanco, sin sombra, sin bridas. Corre ciego,
sin fatigarse, sin poderse detener. Monte abajo,
desciende, en desenfreno, perseguido por el espanto.
En su Carrera, echa espuma, sangran sus cascos, se le
salen los ojos… El eco devuelve el trote que va sin
destino, de risco en risco, por la montaña
solitaria…
Antigua fábula del colibrí
(Según las crónicas del padre Cobo)
Zumbador pájaro-mosca, ¡zunzuuún!, picaflor, pájaro
resucitado, el colibrí.
Ejecuta proezas acrobáticas: se zambulle, se columpia.
ama y pernocta, si le place, en el aire ¡Tente-en-el-aire!
Fanático de las golosinas. Su larguirucho pico filudo
chupetea las dulzuras de la cucarda y otros manjares.
Clavado de pico duerme en el invierno de un tallo
joven, y en primavera remonta prodigioso los cielos:
¡Que me fui y estoy aquí!
Damas caritativas resucitan al besaflor entibiándolo en
su seno.
¡Oh, corazón, cómo fueras colibrí!
Fábula del hipopótamo y el cisne,
compañeros de viaje en el arca
El hipopótamo lo observa todo con curiosidad de recién
llegado. Vino de Harlem en mi valija. Pesaba duro su
corazón de ébano.
Lo hallé una noche en la jungla de un mercadillo africano
en plena luz del día.
En el dintel de la chimenea, su nuevo hábitat, se yergue
fornido, macizo, se sabe temido y poderoso.
No se le escapa nada al hipopótamo. Lo examina todo.
Mira a sus vecinos con arrogancia:
al caballo con alas color naranja
al pez de Solentiname verdeamarillo de colaceleste;
a la cebra que en su reposo asoma a verlo sin darse la
molestia de levantar la persiana;
al gallo picoteando los granos de maíz de las primeras
estrellas de la aurora;
al cuervo de curvado pico que no deja de mirarle
los ojos al jamelgo de marmolina con crines de oro.
Y al perro azul de cielo estrellado en el pecho,
guardián de la noche.
Dos felinos, tigre y gato, fingen de centinelas, espían
y transmiten a la luna lo que oyen desplegando la antena
de su cola erizada.
Sólo el hipopótamo atisba al cisne con desconfianza,
Siente que lo desprecia por haber nacido en cuna de barro.
Arturo Corcuera Nació en Trujillo en 1935. Realizó estudios de Literatura en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en la Universidad de Madrid. De su poemario Noé delirante se han realizado once ediciones hasta el momento. Ha asistido a más de un centenar de encuentros poéticos y culturales en América, Asia y Europa.
Actualmente dirige en Lima la revista de poesía Transparencia. En su obra, de fina y delicada expresión, alternan lo intimista y lo social. Obras: Noé delirante, 1963; Primavera triunfante, 1964; Las Sirenas y las estaciones, 1976; Poesía de clase, 1968; Los amantes, 1978, La Gran jugada o crónica deportiva que trata de Teófilo Cubillas y el Alianza Lima, 1979; Puente de los suspiros, 1982; Corea Monte de diamante, 1984; Prosa de juglar, 1992; Canto y gemido de la Tierra, 1998; Puerto de la memoria, 2001; Sonetos del viejo amador, 2001; Parajuegos, 2002; A bordo del arca, Premio Casa de las Américas, 2006. Recibió igualmente el Premio Nacional de Poesía en 1963, el Premio Internacional de Poesía Atlántida en 2002 y el Premio Trieste de Poesía en 2003. “La poesía en todos los tiempos ha ayudado al hombre. Es un alimento indispensable. Sábato ha dicho que si no existiera la poesía habría más suicidios y más asesinatos. Si los políticos leyeran poesía serían mejores. En el tercer milenio, no te quepa ninguna duda, la poesía seguirá cantando y agitando las alas. Es un pájaro que no está en peligro de extinción”.