Fernando García Cuéncar (Colombia)
Por: Fernando García Cuéncar
PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 91-92. Junio de 2012.
Volvemos
Volvemos en los trenes, derrotados y mordidos por dragones de toda selva.
Ojalá todo fuera silencio en cada labio de cada casa de piedra y légamo.
Pasos enfermos se pierden
hacia casas con olor a maíz nuevo,
sábanas de carne y brazos de la noche.
Solo,
en la plaza milenaria,
me cubro con una capa de humo
y trepo en el concierto de grillos burlones.
Nadie
bebe de mi ánfora
repleta de silencios.
Solamente la noche,
amante oscura, preñada
con la espada de mis ojos.
Atisbante
Ha venido el invierno
a granizarse en los huesos de mi padre.
Desde su hermoso cráneo en la ventana,
sus ojos claros ahuecan en un paisaje perdido
algún temblor de la infancia.
Cuando el viento eriza
la testa blanca,
la poltrona se aferra
a sus manos casi de nieve.
Falta poco
para apagar todas las cosas, Manuel, falta poco.
Dieciséis años
En la geografía de mis sueños
mi corazón sigue titilando en el punto de fuga
del horizonte
donde nuestras bicicletas se encontraban
para perseguir la tarde naranja,
amigo.
Fernando García Cuéncar Nació en Bello, Antioquia, en 1961. Poeta y cuentista. Profesor de Literatura, Filosofía y ciencias Sociales en diversas instituciones educativas de Medellín. Sus poemas han aparecido en la Revista Prometeo, Revista Acéfala, Revista Imago, Revista Otras voces, Periódico El Colombiano y otros diarios del país. Segundo lugar en el Tercer concurso de poesía Jorge Robledo Ortiz, 1993; Mención en el V concurso Nacional de Poesía Ciro Mendía. Entre sus obras se encuentran: Animangel, Sinsonte, Los crespos de mi mamá, Las ardillas de Teresa, El pan celeste, El ángel del tío Samuel (Cuentos).
“Tiene el poeta el deber de recuperar para todos los hombres ese lenguaje primitivo, escuchado y vivido en la casa de su infancia, y que vaga por ahí en las plazas y en las cocinas, en una vieja canción, en los cafés o en su cuarto. Palabra y sentimiento que cincelan, a veces sin saberlo, el espíritu hondo de su momento histórico, voces hondas en las que subyacen los rizomas del ser. Le corresponde al poeta de este siglo, saturado de fibras ópticas y perseguido por los satélites que uniforman, bajar de nuevo a su soledad más dura, para seguir escarbando en las raíces del lenguaje, y en esta ganancia de conciencia, multiplicar el corazón de las palabras que alimentan el ser interior de todos los hombres. Ir enamorado detrás de la belleza, soñar con la hermosura de los elementos que se concuerdan, volver a descubrir que debajo de las cosas y los actos, habitan los vocablos que sueñan la hermandad verdadera del hombre nuevo que ha de venir...”.