Leymen Pérez (Cuba)
Por: Leymen Pérez
PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 91-92. Junio de 2012.
Soleada cáscara
Cuba, soleada cáscara.
En una semilla rompiéndose
por dentro vivimos, hilando
el dolor de los gajos
con el dolor de los frutos
dormidos, sin sueños ni paisajes
que abracen a los restos.
Cuba, hay otro mundo mejor.
Separado del cuerpo
comienzas a comprenderlo.
Separado del cuerpo
no hay tejidos enfermos,
no hay átomos asfixiados
de tanto impulso,
auras, espigas, hebras,
agujeros negros que
te hayan creado.
Nada hay que trasmutar.
Somos parte del vacío
al mismo tiempo que
somos parte del todo
como ciegas olas que trae
el silencio hasta el interior
de un falso paraíso.
¿Somos energía y vibración
o sepultura de imágenes?
Cuba, soleada cáscara.
Cerrada con la voz del bosque
que vibra dentro de cada semilla,
cerrada como una lenta raíz
que no siente al tallo contraerse.
El cortador de naturalezas
Me siembro
por dentro y me arranco
por fuera. ¿Sobre qué van a apoyarse
las manos? ¿Qué se deshoja
entre el sol que ha plantado Olga
y las costuras del silencio?
Hilo soy (naciendo). Tierra soy
(rompiéndome la aspereza).
Dos o tres encarnaciones
tengo en los ojos. ¿Cuántas capas
de tela necesita el cortador
de naturalezas? Ciego estuve
(¿estoy?) mientras abro el cuerpo
de una patria extraña
donde también sale y se oculta la luz
desde los mismos dolores.
¿Cuál es tu dolor, naturaleza?
Léenos el tiempo que nos abraza
la infertilidad de nuestras semillas
y muda la cáscara
el tronco que respira
su propio vacío. Me arranco
y me siembro por dentro.
Una naturaleza abierta
es mi dolor. Aprendo
a golpes de tijera
como el cortador
que también es cortado
en grandes y pequeñas vidas.
Albañales fatigas
Albañales fatigas, sombras
almacenadas con cuidado
para que podamos contemplarlas,
respirarlas, muerte tras muerte,
nacimiento tras nacimiento, vacío
tras vacío. Nada queda
por destruir. Todo se
amontona sobre el cadáver
que nos examina.
No hay cosedores de tejidos
que rehagan la piel, la voz
del caimán acostumbrado
al sol y a la playa donde
reposan los que se llevan
miel a los labios y oro a la boca.
En los ojos de los políticos
he visto el abismo, el miedo de
la madre naturaleza a remover
la naturaleza donde duermen
sus muertos ilustres y los
que nos hicieron creer
agua limpia que ya no limpia
los huesos.
El gusano también se cansa
de tu angustiada carne.
Tierra muerta
Desde que el aborigen enterraba a su cemí
y el colonizador su crucifijo
desde que el criollo enterraba a su criolla
desde que el revolucionario se enterraba
–cabeza abajo–
tierra muerta es la tierra que crece
en las mutiladas manos
que reman surco adentro
contra la tierra
tierra hay en la lenta sangre de la patria
alta y baja
árida y semiárida
blanca o negra según leemos
en los altos racimos
o en las raíces vencidas
tierra muerta hay en la muerta sangre
de los hombres de la independencia
que ya no pueden reencarnar
en las rápidas semillas de las sombras
y en el lenguaje que se abre
como una herida
en el fruto que se compra
y vende, en las hordas cubanas,
dentro de la naturaleza que pasa
por La Florida y desembarca
en La Habana hay tierra muerta
sobre mis ojos, los ojos de mi padre.
Las vacías sucesiones
Mi sombra se ha ido quedando en los quirófanos,
entre la mirada fija de otras sombras
y la escasa luz que nadie ve
en las mutilaciones.
¿De qué restos venimos?, ¿hacia dónde van los soles
que no pudieron respirar?
Hay buenos animales que
se desollan a sí mismos
durante varias resurrecciones
y otros se dejan raspar los huesos
por su propia familia.
Mi sombra se ha ido quedando sin tierra
sin morral o espacios vacíos.
Los restos tienen la misma deformación
el mismo lenguaje de sangre
que acomoda a rígidas naturalezas.
Mi sombra se ha ido quedando sin sombras.
Leymen Pérez Nació en la ciudad de Matanzas en 1976. Es poeta, editor e investigador. Ha publicado los libros: Números del escombro, 2002; Pared con grabado de Pollock (Premio Nacional “José María Heredia”, 2004); Circo artesanal (Premio Provincial de la AHS “Eliécer Lazo” y Premio Nacional Poesía de Primavera 2004); Hendiduras, 2005; Tallador de ruidos, 2005; Transiciones (Premio Nacional Hermanos Loynaz, 2005); Corrientes coloniales (Premio Calendario 2006). Ha obtenido premios nacionales, entre los que se destacan: Premio Especial José María Heredia 2003; Premio Regino Pedroso 2004; Premio Cauce (Uneac) 2004 y 2006; Premio Poesía de Primavera 2004; Beca de Creación Prometeo del Premio de Poesía de La Gaceta de Cuba 2006 y 2009; Premio José Jacinto Milanés 2006 (Uneac); Premio Calendario 2006.
“... En el fondo, la palabra es el mismo ser. El impulso de trasmitir el dolor del otro sin sentirlo como propio es uno de los actos más indecorosos que se puede asumir. Sin embargo, edificar una obra honesta y profunda, dejando la vida en el fondo de cada poema es uno de los caminos, una de las metas de todo artista. Para “mantener una subjetividad permanente” –como dijo el notable intelectual cubano José Martí, sería necesario estar poeta y no creer que lo somos todo el tiempo. Estar poeta significa tocar ese espacio imaginario entre el significante y el significado, el todo y la nada, lo grotesco y lo hermoso. El poeta es el ser que más resurrecciones alcanza mientras lucha por trasladar la conciencia del mundo sensible al mundo de la fantasía y se le exige ser preciso en su expresión de lo impreciso, porque está atrapado en sí mismo y solo su alma deja unas cuantas luces en toda una vida dedicada al arte”.