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Javier Bello (Chile)

23º Festival Internacional de Poesía de Medellín
Fotografía de Pamela Ospina

Por: Javier Bello

PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 94-95. Julio de 2013.

 

 

de El fulgor del vacío:

II

La forma en que está vacía la noche

la forma en que se desfonda su rostro cuando acude la oquedad a los rincones

el modo en que los rostros de plata se desfondan si asisten a esa misma oquedad y en ella sólo temen

(los rostros de los amigos se desfondan, los otros permanecen inmóviles, veloces pasajeros que detienen la nada)

y el cuerpo que la visita sonando la ocarina, promulgando la débil vibración de la vida con su paso de danza

es al mismo tiempo un cuchillo que abre el dorso de su mano y la deja sangrar

es al mismo tiempo una garza que no bebe pero la deja sangrar hasta que se queda dormida el vino de la fosforación

el vino del que somos olvidados

mientras los rostros beben y beben de la herida

escuchamos el canto de las mujeres negras

el canto de las viejas mujeres con hocico de cerdo que nos llaman al sueño y nos devoran

y entonces, entonces descubrimos que esas grandes señales son producto de la radiación.

 

La forma en que se encuentra la noche

la forma en que la abandona la persona y el perro, animal de la persona

y el hombre que es mordido por los canes en los grandes rosales prohibidos.

 

Brilla, brilla la imagen destrozada donde descansan los huesos

la forma en que se queda la noche, vacía en la percusión de lo ajeno.

 

No importa lo que tú ves al fondo, sólo interesan los rostros confinados en el rincón

(recuerda, la noche está vacía)

allí tú mueves la mano y alguien te contesta si es que los fantasmas conocen el vestigio de la luz y en la llama se han puesto los vestidos y aparecen, con harina o fermento de maíz en las manos, con restos de azufre en los pies.

No importa lo que tú ves al fondo sino que la noche se vacía en las esquinas devoradas

cuando se habla de la verdad en los cuartos y los niños y los conejos se conocen

reciben pájaros en el corazón y ramas de ciruelo, reciben pájaros y cestos con membrillos para perfumar las alacenas

hasta que todo es para ellos producto de la radiación.

 

Yo no sé lo que ocurre pero quiero decir lo que veo

estamos ahora en un lugar donde los invitados encuentran su propio error y no huyen y eligen un enigma y no un arma

y disparan entonces y la alcoba se llena de pistoletazos perdidos

y la noche, después de la visión del vacío, es igual al terror de los gritos que perforan el tiempo y dejan escapar todo el viento de las grandes montañas

y el mundo es del color de un agujero parecido a la noche

y la noche se vacía allí donde los peregrinos dejan de mirar los revólveres.

 

Yo no sé lo que ocurre pero cada mueble de la habitación se parece a la muerte

la muerte se parece a la silla y la mesa a la muerte y la vitrina y la silla se parecen entre sí y hasta el patio acude solitario a su color predilecto

que es el lento color de la muerte, ese color donde todo está sentado, ese color sentado a donde llaman los jueces

y entonces entro y descubro que hablo de mi casa y mi casa se parece a la muerte

y todo allí es producto de la radiación.

 

Las cosas no deberían existir si lo pensamos

alguien que escribe no tendría por qué existir si lo pensamos

ni ese cuarto en que escribe ni el silbo con que conversa ni las cosas que dicen sus palabras tampoco tendrían que existir si lo pensamos

pero he aquí que éstas viven y que éste vive y que éstas ya no huyen

no huyen de la vida a la muerte

no huyen de la vida a la muerte como las personas que sienten zumbar en su oído la hélice de la piedad y miran y no ven más que el hueco que dejan sus cuerpos al salir de las mantas.

 

Las cosas no deberían existir

pero están puestas donde las vemos para espantar el fulgor del vacío

porque alguien escribe en una habitación y sus palabras son caballos, son heridas, son caballos que lloran y se parecen a Cristo

y ese rostro es el rostro desfondado donde aúllan los signos

y ese rostro es producto de la radiación.

 

IV

De donde viene la risa

de la cabeza del hombre sometida a la muerte

de la cabeza del hombre en cuyos casilleros se encuentra como una lengua azul el ahorcado, el ataúd, la culpa, los menesteres del día de todos los muertos

del gran banquete, de la gran comilona, las putas que parlamentan con el rey, el resplandor de los bellos caballeros en armas

definitivamente sale de la cabeza y sus partes, de su esqueleto más humano que el hueso del pie, la extremaunción, los candelabros del último desvío

viene el fuego que provoca el ejercicio del labio y el tendón, desequilibra al cerebro, sopla con el perro del viento si es tarde y cunde en las zarzas con fruto donde está agazapada la muerte

con qué suspicacia digna de aquéllas que abandona un demonio en el aire se cierne sobre los comensales, los niños dormidos, los viejos locos, y ataca.

 

De dónde viene entonces la risa sino es de la cabeza de alguien que quiere comprar resurrección con su llanto, de dónde sino del tibio palacio de la complacencia

 

Qué es la risa más que uno mismo convertido en un órgano.

 

La risa viene, aunque la partición de la cabeza reduce sus posibilidades de acierto, la risa viene como un ramo de bendiciones ahogadas.

La risa viene de un pozo que puede ser comparado con la triste cabeza del hombre, cuya melancolía, sin embargo, produce una luz que no cesa.

La risa viene de un pozo cuyo sentido último es la oscuridad que se expresa sin miedo en la fiebre, en los sueños malos y en las discusiones biliosas.

La risa viene de un pozo, ese pozo es de sangre.

Ese pozo se llama cabeza.

 

X

Aquí estoy, aquí estoy, otra vez oigo el canto, el sonido del perro en el tiesto de arroz, la mortal hija pura, el mortal agujero, yo mismo que en su sed me devoro.

He abandonado mi camisa de fuga bajo el pisapapel de la mesa, mi semilla en las puertas, mi hormiga sin valor.

Oiré tu llamada, dejaré que me quemes, que te ocupes del ojo y lo rompas con los trinos pequeños, con las visiones lentas que me raspan la voz.

He dejado de huir para darte un pedazo, ya no temo decir lo que se oye contrario, no es abeja, no es odio, es silencio vaciado junto a una luz deforme, es un pájaro gris insultando a los ciegos, la muerte no puede contemplarse, la mentira es abril.

Yo no soy el que habla, yo quiebro los anzuelos tiznados, me dedico a este alambre vacío.

Aquí estoy, aquí estoy, otra vez oigo el canto, los lenguajes erguidos, el mismo cactus negro.

 

XIV

Oigo: el coito de los perros desmorona el tejado de los parques: veo: el revés de la fornicación de los hombres se tuerce del revés: toco: la ceniza cuando limpian el ombligo los días de niebla: huelo: los negros se queman despacio entre las sábanas: digo: el caballo con su mano de niño pequeño me pone una aguja debajo de la lengua: oigo: mi letanía sube las escaleras del patio:

del día surge el mal con su águila negra: su mirada revienta los cuerpos que se tienden debajo:

es que el río se queja, no lo dejan dormir
es que el río se queja, no lo dejan beber

es tarde: las monedas gotean al borde de mi aliento: es tarde:

del día surge el mal: el llanto moral de la avutarda devorando los niños del semen:

 

de Las jaulas:

La jaula del canto

Cuánto amo todavía mi buche hinchado de presagios, mi vientre preñado de tormenta,
cuánto quiero a mi animal que se echa a dormir los días de lluvia junto al patio,
mi bestia que se tiende hacia el sur con la lengua teñida de números impares,
su lengua que llega hasta el mar para lamer la barba de mis antepasados,
los brazos abiertos en honor a mis deudos indicando la casa de los polos,
el desastre del pájaro que silba en el jardín quemado por el viento de las premoniciones,
la cantidad de almendras que ahora he de contar para morder las sílabas que me otorguen la gracia,
los heliotropos que acarrean el mal, el canto como una gran paloma.
Cuánto amo todavía mis orejas, imanes de una fertilidad que no cabe en mi boca,
mi espejo sin azogue con el día enterrado al final de la noche,
mi uña melancólica que araña en el fondo el papel de plata junto al tigre,

mi cabello mojado por el agua sin nombre que cae como un alambre lento en las destilerías,
un hilo que se despeña en vano del alambique que ata las palabras con fuego
y se acerca a mi frente y se extiende en el frío y cumple su mandato cuando aúlla en mis huesos
y es otro el que se llueve y se escurre sin pausa
y restriega a mi hijo y mis llaves con arena,
los enigmas, las piedras, las manos que irrumpen de noche con las largas herencias.
Cuánto amo mi cabeza destinada a la sal que llora la plegaria,
la oscura radiación de los lechos que entierra el vendaval de hormigas,
la caja cerrada donde escupen, el saco que llenan las víctimas con nieve,
las guarderías donde viven los graves rayos inmunes,
el lamento de las tortugas en el abecedario,
la mujer decapitada con un ideograma en la rodilla,
la cabeza del poema que arde en mi cabeza de madera cortada,
tabla de oscuridad, pájaro negro contra el cielo arañado por los discos.

Cuánto amo mi nombre y mis falsas predicciones sin dueño,
mis pobres ropas en la fotografía del tiempo entregado como limosna a los náufragos,
el túnel tan ajeno con que intentan probarme,
la avispa en las bodegas donde canto
y oigo a un anciano y a su madre hablar de los incendios
y entonces reconozco a mis hermanas,
un rostro con dos cestas donde yace abundancia.

Amo todavía mis cantos, el polvo de mis venas,
mis instrucciones para arder en el vocablo del sábado,
pero no he comido de ellos, su fe me ha abandonado,
el suicidio del pájaro de Dios contra el árbol sin cielo,
el adulterio blanco que eyacula las letras de la palabra hijo.
Yo no lo conozco todo lo que dicen que yo lo conozco


Javier Bello. Fotografía de Festival de Poesía de Medellin Javier Bello  Nació en Concepción, Chile, el 25 de octubre de 1972. Ha publicado los poemarios: La noche venenosa, 1997; La huella del olvido, 1989; La rosa del mundo, 1996; Las jaulas, 1998; El fulgor del vacío, 2002; Letrero de albergue, 2006, Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez; Espejismo, 2010; Estación noche, 2012; Los grandes relatos, Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2015; Exhumación de la fábula, Chamán Ediciones, Albacete, 2016.

Recibió el Premio Pablo Neruda en 2007. Es profesor del Departamento de Literatura de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Durante 12 años coeditó, en la misma institución, los proyectos virtuales Cyber Humanitatis, revista electrónica de la facultad, y el Retablo de Literatura Chilena en Internet, monografías sobre autores chilenos, sitios de acceso permanente y gratuito en el portal web de la Universidad de Chile. Ha impartido cursos de poesía chilena, latinoamericana y española contemporáneas, y talleres de creación poética en distintas universidades. Licenciado en Humanidades con Mención en Lengua y Literatura Hispánica de la Universidad de Chile; egresado del Doctorado en Literatura Moderna y Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid; doctor en literatura y teoría de la literatura, con la tesis titulada Memoria y negatividad en la poesía chilena de Postdictadura (1990-2005).

Publicado en agosto de 2013

Última actualización: 09/11/2021