Richard Gwyn, Gales
Por:
Richard Gwyn
Traductor:
Jorge Fondebrider
PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 94-95. Julio de 2013.
Traducción
Todas tus historias son sobre ti mismo, dijo ella, incluso cuando parecen ser sobre otra gente. No iba a negarlo, ni a darle el gusto de tener razón. Así que cité a Proust, quien dijo que los escritores no inventan libros; los encuentran en sí mismos y los traducen. Eso pareció resolver el problema y ella se quedó callada. Hundí mis dedos en un bol de agua perfumada y empecé con el arroz. Un dejo a arcilla y a hojas y a metal me tomó por sorpresa. ¿Qué hay en el arroz?, le pregunté. ¿Caldo de hongos? ¿Cartuchos de escopeta? ¿Lombriz? No, dijo, mirando a través de la luz de la vela, las historias que todavía no has escrito están en el arroz. Debes estar paladeándolas.
Abrir una caja
¿Quién puso esas cajas aquí? Un camino vacío. Árboles dispersos, ninguno dando frutos. Un cielo lleno de nubes que no van a dar lluvia. Ninguna señal de vida humana. Y, sin embargo, esas cajas, alineadas precisamente al borde del camino, depositadas sobre el suelo arenoso en pilas ordenadas. Cajas de cartón sin nada escrito en ellas. Ningún mensaje, o marca, o sello de compañía. Cartón marrón liso, con las partes de arriba plegadas y metidas. Quienquiera las haya dejado aquí sabía que no iba a llover. Observo las cajas como si esperase que ellas dieran el primer paso. Espero a ver si va a venir alguien: si alguien me está observando observar las cajas, listo para aparecerse de un salto y encararme con un grito airado, acercarse más e insultarme, maltratarme, maldecirme. Puedo oír al hombre, con barba de una semana, oler su transpiración, contemplar su gran vena palpitándole en el cuello. Silencio. Aquí no hay nadie. Ni siquiera pájaros. De modo que escucho los sonidos que aquí no hay y empiezo a oírlos: un griterío a lo lejos, un tractor, el graznido de un cuervo. Cuanto más oigo esos sonidos ausentes, más profundo se hace el silencio. Me acerco a la primera caja, aflojo la parte de arriba. La abro.
Desempolvar
El polvo es verbal. Billones de partículas de dios sabe qué, que se depositan sobre toda superficie, en cada rincón. Engendrando bichos que, debajo del microscopio, se convierten en monstruos grotescos y aterradores. Polvo que se acumula inadvertido e invisible hasta que llega el día en que se lo percibe, y entonces, repentinamente, uno se escucha decir que nunca se había dado cuenta de lo llena de polvo que estaba la casa. Polvo y telarañas. Telarañas no perturbadas por meses o incluso años. Ya pasa de castaño a oscuro. Compras un plumero, uno con mango telescópico. Lo abres y plumereas las paredes, debajo de los estantes altos, en los más inaccesibles rincones del salón. Lugares donde el plumero nunca sacó el polvo. Lugares en los que el polvo se apiló. Pasas el dedo por la saliente y lo sacas cubierto de suciedad de 1976. Polvo punk. Ahora es 2000. De lamer ese polvo, te preguntas, ¿te sabría al pasado? ¿El del polvo medieval, el del polvo romano, el antiguo polvo del crepúsculo celta? Recógelo y ofrécelo a la venta en vaso de colores. Polvo pagano, polvo de rinoceronte, polvo de dinosaurio. Polvo del milenio. Polvo removido con cepillo por los santos. Polvo de Cristo. Polvo de Buda. El polvo de nuestros ancestros. Desempolvar: si no fuera una metáfora del olvido podría ser un verbo feliz.
Trote de camellos
El alma viaja a la velocidad de un camello que trota. Actualmente, cuando los humanos se aventuran a cualquier distancia, eligen un medio de transporte significativamente más rápido. ¿El resultado? Almas perdidas por todas partes. Una vez que volé desde Atenas a Londres, que me quedé diez días y que luego volví, consideré que había pasado a mi camello sobre Serbia, yendo en la dirección opuesta. Desde las membranas secas de una amnesia fingida conjuramos rostros encapuchados contra un cielo iluminado por estrellas, pliegues de seda negra, mechones de piel de animal, sangre seca, sudor rancio, el frío aire nocturno del desierto, que corre. El ritmo de ese recuerdo es el del latido de un corazón humano. Las imágenes retenidas por el ojo se forman a la velocidad exactamente adecuada y se desvanecen a tiempo para la próxima imagen. La comida se mastica y digiere del modo recomendado. El agua sólo se bebe y se conserva preciosamente. Los atributos perniciosos de un mundo sin dios son sencillamente inimaginados. Predominan las imágenes animales. Cuanto más profundo vayas, más bestias vienen a ti. Todo tiene su corolario animal.
Ciudad sumergida
Me mostraste una ciudad sumergida, y nadé entre sus columnas, debajo de avenidas hundidas, un intruso en un plató submarino. Pensaba en términos de ángulos de cámara, primeros planos de peces alucinógenos, vegetación ondulante.
La ciudad sumergida se tragaba el tiempo de mis ojos y cerebro, hasta que lentamente, como si urgida por nuestra presencia allí, la ciudad cobrara vida, hordas de ahogados se apiñaban en calles anchas y rojas. Como ellos, me dirigí hacia la trémula catedral, una carcasa de ballena, fracturada y enorme, nadé hasta más allá de las ventanas de vidrios coloridos
y vi debajo de la nutrida grey, clérigos tambaleantes, sacramentos suspendidos listos para la comunión, piezas dispuestas
en una épica dislocada: una misa bajo el mar. Y luego, cuando me hundí todavía más, un calamar enorme se detuvo a mi lado, se quedó mirándome fijamente, tentáculos extendidos; plácidamente se deslizó alejándose con ojos que ahora miraban hacia arriba a la nada que ya había ocurrido.
Richard Gwyn nació y se crió en el sur de Gales, donde nació el 22 de julio de 1956. Poeta, novelista, profesor universitario, y director de maestría en escritura creativa. Fue pescador durante algún tiempo. Realizó estudios de antropología, interesándose por las culturas, músicas y lenguas amenazadas. Entre sus libros de poemas se encuentran: One Night in Icarus Street, 1995; Stone dog, flower red/Gos de pedra flor vermella, 1995; Walking on Bones, 2000 y Being in Water, 2001. También es editor de la antología de la nueva poesía de Gales El ala del Pterodáctilo: poesía galesa del mundo, 2003. Ha publicado su poesía traducida al español, catalán y lituano, y ha leído su obra en muchos lugares dentro y fuera de Gales, colaborando extensamente con artistas visuales en Gran Bretaña, España y Francia. Es columnista habitual de Poesía Gales, revisa libros para The Independent y ha hablado de su obra en la televisión y la radio. Sus libros más recientes son Sad Giraffe Café, 2010, compendio de poemas en prosa, y The Vagabond’s Breakfast, 2011, un libro de memorias.
Publicado en agosto de 2013