Poetas invitados al 25 Festival Internacional de Poesía de Medellín: Manlio Argueta (El Salvador, 1935)
Poetas invitados al 25 Festival
Internacional de Poesía de Medellín
Julio 11 al 18 de 2015
Poetas de América
Manlio Argueta Historia: editorialmontemira
Manlio Argueta nació en San Miguel, El Salvador, el 24 de noviembre de 1935. Es poeta y novelista, perteneciente a la llamada Generación comprometida, de gran alcance cultural, social y político.
Ha publicado, entre otros, los libros de poemas: Canto a Huistaluxilt, 1956; Canto vegetal a Usulután, 1956; Poemas, 1967; El animal entre las patas, 1968; Un hombre por la patria, 1968; En el costado de la luz, 1968; De aquí en adelante, 1968; Las bellas armas reales, 1979; Poesía completa 1956-2005, 2006. De su obra narrativa, destacamos: El Valle de las Hamacas, 1970; Caperucita en la Zona Roja, premio de novela de Casa de las Américas, Cuba, 1977; Un día en la vida, 1980; Milagro de la paz, 1995; Siglo de o(g)ro, 1997, etc.
En sus palabras “las civilizaciones nunca han chocado, chocan los poderes; no hay una oposición por el simple hecho de ser culturas diferentes, yo creo que las culturas tienen que unirse. Lamentablemente los más poderosos quieren acabarse a los más débiles y estos a su vez quieren defenderse, creo que las civilizaciones no deben chocar sino interactuar. Hay que acordarse de todo lo que le debemos a la cultura islámica: el álgebra, el ajedrez, los aportes al idioma etc.; cuando se habla de "Choque de Civilizaciones" pareciera que se habla de algo irremediable, creo que todos los humanos tenemos el derecho a vivir en este mundo; por lo tanto creo que no debe hablarse de choque sino de conciliación e interacción”.
Entrevista a Manlio Argueta
Por Eduardo Muslip
Publicado en istmo.denison.edu/
Esta entrevista fue realizada en Antigua Guatemala, en abril de 2007, en ocasión del XV Congreso Internacional de Literatura Centroamericana (CILCA). Manlio Argueta recorrió una amplia serie de temas del conjunto de su obra: el lugar de la mujer, el rescate de tradiciones populares, la representación de hechos históricos, la violencia, la emigración, entre muchos otros. Argueta siempre toma en cuenta el marco sociocultural con el que dialogan sus textos: así, el recorrido sobre su propia obra se vuelve también un recorrido por la historia de su país y por su historia personal. Su mirada, que siempre busca evitar todo dogmatismo, muestra la distancia necesaria para analizar los fenómenos socioculturales y políticos generales de su país, y a la vez establece una fuerte cercanía con las vivencias personales de cada uno de sus compatriotas, desde sus pares literarios hasta el campesino o el migrante. Argueta observa los traumas históricos y también la capacidad de supervivencia y adaptación de los salvadoreños a las nuevas circunstancias; señala asimismo la condición viajera, abierta a la cultura internacional, propia de su país. El conjunto de voces que Argueta exhibe en su obra y que cita en esta entrevista son muestra de tal condición: incorpora desde la oralidad del campesino hasta el tango rioplatense, desde Mark Twain a los relatos de Las mil y una noches. Habló también de sus novelas recientes, aún inéditas, en las que recrea el ambiente literario, la emigración, el impacto cultural de las nuevas relaciones económicas con Estados Unidos.
Eduardo Muslip: Uno de los temas que quería conversar era sobre los personajes de mujeres. En Un día en la vida y Cuzcatlán están asociadas con la lucha política; incluso hay críticos que hablan de que en tu obra se observa la “feminización” de la lucha política. Después, en Milagro de la Paz, aparecen mujeres que, en cambio, rechazan tal lucha, que queda asociada con un mundo masculino de violencia que repudian. ¿Cómo ves esta evolución de tus personajes femeninos?
Manlio Argueta: No pienso esos personajes de mujeres como un continuo, sino un poco como islas … Lo importante, creo, es por qué toco el tema de las mujeres. En Un día en la vida están relacionadas con un tema muy específico, diferente de Milagro de la Paz. Milagro de la paz es un poco vivencial, pretendía hacer una autobiografía, y entonces por fuerza tenía que poner esas mujeres. Aunque se fueron “distorsionando”, transformando en personajes ficcionales a medida que escribía, en el fondo yo las traía de mujeres verdaderas que había conocido, y que después desarrollé, o por los menos plasmé, en Siglo de O(g)ro. No hubo intención de rescatar la feminidad. Aunque en las últimas que no he publicado hay más premeditación. Algunas cosas me sorprendieron: tuve mucha promoción en Holanda con Un día en la vida (estamos hablando del 83). El éxito del tema de mi novela en Holanda se debía, me decían, a que tocaba el tema de las mujeres, a que era un hombre que supo acercarse a la voz de las mujeres. Yo no sabía mucho de teorías del feminismo, y recuerdo que unas intelectuales feministas se molestaron conmigo, que cómo podía ser que un intelectual dijera que su acercamiento fuera sólo intuitivo. Después me esmeré: en esa época, principios de los ochenta, el tema de las discusiones feministas había entrado poco. Después me sale con más conciencia, aunque nunca escribo personajes femeninos siguiendo estrictamente un programa, me sigue saliendo con naturalidad.
En tu obra describís ese ambiente de formación femenino. Hay una tradición de escritores que crecen en ambientes de mujeres, y reconocen en ellas el origen de su voz literaria; tanto su capacidad narrativa como cierta dimensión poética del lenguaje parecen favorecer algo de lo literario.
Sí, fue una suerte que tuve, así como fue una suerte para García Márquez tener esos abuelos tan ricos en sabiduría, o para Saramago, con sus abuelos analfabetos. Yo tuve otro tipo de suerte, tuve mis mujeres. Te quiero decir que Siglo de O(g)ro iba a llamarse Mis cinco mujeres. Quería exaltar esas mujeres y poner esa pequeña trampa en la ambigüedad del título, que parece que se trata de otro tipo de mujeres, ¿no? Pero eran las mujeres que me enriquecieron, lo que realmente no es retórica, me dieron una gran sabiduría de niño, si fui precoz de niño fue gracias a esas mujeres. Mis conocimientos los debo a ellas. Venía de un lugar con muchas limitaciones económicas, y no era un ambiente intelectual, sin embargo gracias a esas mujeres conocí Las mil y una noches a los once años, conocí a Cervantes; cómo apareció esa literatura, no sé, esas referencias culturales fueron como otros fantasmas, porque eran mujeres humildes. Yo quise rescatarlas. Me cantaban los tangos de Gardel. En una época en que no tenía acceso a nada, nos alumbrábamos con un quinqué a querosén, ni hablar de televisión, no teníamos acceso a nada del mundo, pero de pronto llega una mujer analfabeta que canta tangos de Gardel. Para mí fue un enriquecimiento. Todavía me sé tangos. Para decirte que cuando fui a Buenos Aires por primera vez fui inmediatamente a la calle Florida, así como cuando llegué a París quise ir a Nôtre Dame. Eso venía de mi infancia, por eso de “a las cinco, por Florida, muy bien vestida pasa Isabel”. Era como un reto de mi niñez, quería ir a Florida. Quise ir al Viejo Almacén, al Paseo de Colón también, pero no tuve tiempo, a Florida sí fui varias veces, era un disfrute, como volver a la infancia, un regalo, fue muy lindo eso para mí.
¿Fuiste por la edición de El valle de las hamacas?
Fui después, en una reunión de la Biblioteca Nacional.
Después quisiera volver a esa primera novela tuya; hablemos primero de tu trabajo actual. ¿Qué novelas tenés inéditas?
Tengo dos, una se llama Los poetas del mal, que es una novela un poco irónica sobre los poetas. Es una especie de contraposición entre lo poético y el poder político; tiene unas trescientas páginas. Se la he entregado a un agente en Barcelona. Luego he terminado otra que se llama El sexto muro, sobre la emigración de salvadoreños, y más o menos los orígenes de la violencia en El Salvador. En Los poetas del mal no menciono El Salvador, sino es una sociedad “inventada”, pensé que podía “inventarme” una ciudad, pero en El sexto muro ya no quise, pongo San Salvador, porque es una novela histórica sobre el origen de la violencia, que produce también falta de oportunidades, y deseos de la gente de dejar el país. Aunque en estos momentos El Salvador no tiene una violencia estrictamente política, la violencia social es tremenda. A eso se agrega la falta de oportunidades, todo lo que crea un sentimiento de migración. Yo creo que es uno de los países más migratorios. Siempre se ha dicho que es un país pequeño, y que hay una sobrepoblación, lo que estimularía la migración. La verdad es que hay países más superpoblados y viven bien. Holanda, por ejemplo, es más superpoblado que El Salvador. Y otros están también superpoblados pero están peor, como Haití. La historia de El Salvador ha originado migraciones masivas, por ejemplo a Panamá, para construir el canal, o a Arabia Saudita en 1975. Una tendencia a exportar mano de obra: eso te indica falta de oportunidades en el país. Luego, en el 32, después de Panamá, la emigración debido a la matanza de campesinos. La gente se fue a Honduras, a las bananeras. Creó un sistema de vida en Honduras, allí nacieron los hijos de los salvadoreños. Desgraciadamente en el 68 hubo una guerra, la Guerra del Fútbol, y eso originó una tragedia para esa gente que ya tenía casi treinta años de vivir en Honduras, que ya tenía familia; hijos nacidos ahí. Bastaba que tuvieran origen salvadoreño para ser perseguidos, incluso muertos. Ha sido triste la emigración salvadoreña. Y luego, por último, la que me parece la emigración más fundamental, que ha generado más cambios en el país, ha sido la emigración hasta los Estados Unidos, que ya es a partir de la guerra, desde los años 80, que se inicia muy lentamente y después crece. También van a Canadá, a Australia y, en menor cantidad, Europa, a los países del norte, Suecia por ejemplo.
¿Pensás una intencionalidad política concreta para las novelas que están por salir? Tenés una narrativa que ayuda la concientización, que se alinea con la lucha política, sobre todo en Un día en la vida, yCuzcatlán. Hacés allí un trabajo con la memoria histórica, con las luchas sociales en El Salvador, al el problema de los campesinos, etc. … En las últimas novelas aparece no tanto la memoria histórica sino más personal, memoria individual, tu mundo de infancia, tanto en Milagro de la Paz como en Siglo de O(g)ro. ¿En el caso de las novelas que querés sacar, hay voluntad de concientización, hay un rescate de la memoria histórica social, o más personal, individual?
En las últimas novelas, las que no tengo publicadas, sí, hay una voluntad de memoria histórica. Vuelvo un poco, después de Siglo de O(g)ro, a la novela de la realidad centroamericana y salvadoreña. Con Los poetas del mal, que es la novela que continúa, vuelvo a retomar la novela de la realidad salvadoreña, y con El sexto muro también, una novela de la memoria. He pensado abandonar un poco la línea de las novelas de El Salvador en sí, pero creo que es difícil, porque con El sexto muro volví de nuevo a una novela social, política, porque está relacionada con la migración y por fuerza tenés que tocar el problema social y político.
¿Hay un sector social que hayas querido representar en tus novelas y que no hayas podido? Está el mundo de militantes revolucionarios de las primeras novelas, está el mundo campesino en diferentes generaciones, las mujeres, ahora están los migrantes …
Bueno, voy incorporando nuevos personajes, en El sexto muro están los migrantes, pero no los sectores sociales pobres, sino de clase media, y también en Los poetas del mal, como su nombre lo indica, hay un ambiente intelectual, hay un manejo más de ideas, desde ese punto de vista hay un cambio. En las dos novelas hay un cambio porque las novelas son de clase media, incluso en El sexto muro los personajes son de clase media alta. Allí el personaje allí es la violencia, la violencia más que la emigración, a medida que escribía fui cambiando el foco de la emigración a la violencia. Así como mi intención al hacerMilagro de la Paz mi intención fue hacer más una novela de infancia, entre comillas, y se me frustró, así entre comillas, por los personajes de mujeres. Ese niño que aparece en Milagro de la Paz iba a ser la figura central, una especie de novela autobiográfica sobre mi niñez, pero poco a poco en el proceso creativo fui abandonando esa línea y le di más preponderancia a las mujeres, y me quedé picado, pensé que era más fácil, que voy a crear, imaginar, que voy simplemente a recordar y hacer memoria. Y así fue que salió Siglo de O(g)ro, creo que fue una novela fácil; me gusta mucho Siglo de O(g)ro. Pero luego fui aLos poetas del mal, que es una novela con más imaginación en sí, más ficción, pero ya es la vida de los poetas.
¿Tenés en esta novela poetas en clave? En Caperucita, aparecía Roque Dalton.
Sí, Caperucita me la inspiró Roque Dalton. Esa novela la hice en Costa Rica, la empecé y la abandoné ahí. Había abandonado la novela, y cuando supe de la muerte de Roque Dalton me “desperté” y la retomé. Había incluso pensado abandonar la literatura. Estaba exiliado, no tenía trabajo, tenía una familia, la literatura no me había ayudado … Soy abogado pero no me gusta la profesión. Pero sí fui matemático, siempre me gustó, voy a hacer matemática en Costa Rica, decidí. Y en eso estaba, ya había comprado libros para refrescarme; en mi adolescencia había sido profesor de matemática. Y cuando recibí la noticia de Roque Dalton me dije no es posible, está muerto Roque y yo retirándome, una traición a mi hermano, a mi amigo, y entonces la escribí. Eso fue lo me precipitó a hacer la novela.
Vi la presencia de las referencias a Roque Dalton, pero nunca lo nombrás.
Está en clave, pero sí, estoy pensando en él. Pero en Los poetas de mal no, fijate. Son personajes menos ficticios y más de la realidad los de El sexto muro, algunos personajes. Sí, la pregunta tiene sentido, pensé en poner a los poetas. Un poco como hace Roque Dalton en Pobrecito poeta que era yo, referencias bien directas a los poetas. También me escapé de eso, de esa tentación.
Al mirar la serie de novelas –no sé cómo entrarán las nuevas–, yo veía las primeras, El valle de las hamacas y Caperucita en la zona roja como la memoria de la juventud perdida, ese movimiento de jóvenes intelectuales universitarios que termina cuando se dispersan y te vas a Costa Rica, un ciclo que habías cerrado.
Sí, creo que ya casi lo cerré … Ya hago alusión menos a lo autobiográfico en Los poetas del mal, y en El sexto muro. Donde más se ve lo personal es en Siglo de O(g)ro, a la que le puse “Bionovela circular”, como subtítulo, porque es una novela autobiográfica. De todos modos hay algunas cosas exageradas, allí …
A propósito de Siglo de O(g)ro quería preguntarte otras cosas. Aparecen segmentos con leyendas, historias tradicionales, personajes míticos salvadoreños, como la Siguanaba. ¿Hay en vos una voluntad antropológica de rescate de esas historias? ¿Las aprendiste cuando eras chico o hiciste una investigación? Hay muchas, muy bien contadas, y siempre con cierto humor.
Quise rescatar algunos mitos y leyendas que no tienen tanta relevancia en la literatura escrita sino oral, y como estaba hablando de mi infancia, sentí que era apropiado. Porque en mi infancia yo viví con esas historias. Sí, las conocía todas. Están mis temores al Cadejo, al Cipitillo, a la carreta bruja. Cuando niño, soñé o pensé que había visto la carreta bruja. Ya que era un recordatorio de cosas de infancia, puse mis miedos. Por eso lo de “ogro”, y por las pobrezas, las limitaciones… Es también de oro, porque mi infancia es muy linda, con las mujeres que me enseñan los cuentos y las otras cosas. Por todo eso puse lo de “ogro”, con la “g” entre paréntesis.
Sí, lo de las limitaciones lo planteás con cierto humor incluso, como cuando un personaje se queja del gasto que representaba encender un fósforo sin necesidad … Respecto de la relación con el consumo, en Caperucita aparecen referencias a militantes que son de izquierda pero al mismo tiempo están contentos usando ciertas marcas, identificándose con ciertas marcas de camisas, de cerveza, etc.
Sí, pero es secundario, propio de la clase media que se movía en El Salvador, y que no está exento de esas influencias. Menos todavía en El Salvador. Esto es mucho más visible hoy, donde se encuentran todo tipo de marcas internacionales, licencias de Estados Unidos. Hasta Starbucks tenemos ahí. Hay restaurantes famosos de Nueva York que también abrieron. En este grado tan alto, es reciente, de los últimos diez años.
Otra cosa que aparece como tema en tus novelas es la relación con el mundo animal. Hay un contacto fuerte, una intimidad con el mundo natural. Hay referencias también a cómo se arruinó el ambiente natural de El Salvador, comparando con lo que era el “Cuzcatlán” precolombino. ¿Te interesa como tema puntual el desastre ecológico?
No, así como muy consciente no. Como tema a profundizar no lo tengo. Puedo hacer de vez en cuando una crítica. Me interesa más como tema la violencia, la falta de valores, el cinismo de nuestras sociedades. No tanto lo ecológico. No recuerdo que lo tenga muy claro, indirectamente sí, como hablo mucho de mi infancia y mi infancia está llena de cosas que han desaparecido, entonces por ejemplo, por eso tú lo has notado … porque yo tenía relación con los ríos, incluso me recuerda la vida de Mark Twain, o el personaje de Tom Sawyer. La relación con los ríos, los lagartos, las mariposas. Alguien me dijo que yo tenía influencias de García Márquez porque mencionaba las mariposas, pero no tiene nada que ver con García Márquez, yo cazaba mariposas de niño. En Milagro de la Paz sale una niña con una mariposa en el pelo.
Esa persona que te señaló esa chica con mariposas en el pelo eligió un detalle que entra en el estilo de realismo mágico, aunque la relación en general de tu obra con el realismo mágico suena un poco forzada.
Es cierto. Más que realismo mágico, lo de la mariposa es una referencia poética. En mi infancia también siempre hubo niñas así, fijate. Aunque mi familia era pobre, teníamos una casa, siempre dábamos alojamiento a niñas que ayudaban a trabajar allí. Y a veces hasta yo me enamoraba de ellas, sobre todo en mi adolescencia. Mucha gente que vivía en la casa, que llegaban a trabajar, y a las que mi abuela o mi madre les decía quédate aquí, te voy a dar de comer.
Como le pasa al personaje de Lluvia.
Claro. Lluvia parece mágico, pero el personaje de Lluvia más que mágico lo considero poético, para resumir esa vida solariega de San Miguel, que es una ciudad bastante española, bastante colonial, tradicional. Hoy ya no tanto, pero sí lo fue, con sus calles empedradas, con sus casas de adobe, y también con una familiaridad hacia los demás. Con casas grandes, que recibían a extraños, a los que se invita a comer, se les dice quédate si no tienes dónde dormir. Una vida bucólica que tuvimos hasta la guerra. Ya cambió; después de la guerra se clausura un ciclo, donde la gente se vuelve más desconfiada, temerosa, porque fue tocada por la guerra, por primera vez: San Miguel no fue afectada en el 32, no tuvo ese trauma que hubo en el occidente de El Salvador. Quedó como un lugar un poco intocado, con relaciones más transparentes, una sociedad sin daños morales o sociales tan profundos, hasta que llegó esta guerra, que sí la tocó bastante.
Ayer hablabas de una paradoja, de todas esas luchas para crear una sociedad que dé un lugar mejor a obreros y campesinos, para lo que era necesario enfrentar a Estados Unidos, y hoy EE.UU. es, decís, “el paraíso de la clase obrera”. Aparece muy presente la historia de la presencia de EE.UU., la intervención imperial de Estados Unidos, desde la imposición de la economía de monocultivo al entrenamiento de los represores.
Lo hago como un reto; señalo una ironía. Los sociólogos y politólogos analizarán más ese problema, digo bueno, investiguen esto, lo que está pasando, lo que se ve como el paraíso de los trabajadores no está en el campo socialista sino en el centro del capitalismo, estar en Estados Unidos es el sueño de todos los salvadoreños. Lo veo como una ironía, sin afán de profundizar, dirigiéndome a los políticos de izquierda, no para congraciarme con los conservadores. Es increíble adónde llegamos, en menos de quince años paf, se cambiaron los papeles. Del paraíso de los trabajadores utópico al paraíso de los trabajadores que no podemos llamar utópico, que parece real …
Y los que llegan no quieren volver …
No sólo no quieren volver, se desesperan ante la idea. Me dicen: a mí me han echado seis veces, pero voy a seguir insistiendo, me han robado, me han violado, no importa, me voy. Es un caso de desesperación vital. Algo infernal. Mi novela se llama El sexto muro; pensé en ponerle El quinto infierno, pero me voy a quedar con El sexto muro, siempre pensé que debía llamarse El sexto muro. Busqué cuántos muros ha habido en la historia y encontré más de diez.
¿Por qué sexto?
Siempre pensé que debía llamarse El sexto muro. No es por ninguna razón, parecería un poco, digamos, cabalístico, pero no, es por sonido. Pensé séptimo, octavo, noveno. Quedó un poco misterioso. Sí busqué los muros: el de Jerusalén, el de Marruecos, el muro de Berlín, la muralla china, el muro de Adriano. Como novelista trabajo con información real, con investigación, pero en última instancia es secundario cuántos exactamente hay. Además, el muro al que me quiero referir es al muro abstracto, que hay entre la cultura norteamericana y latinoamericana. Los “americanos” nos hemos puesto un muro: hay dos clases de americanos en América, hay un muro que nos hace diferentes.
Respecto de tu producción poética, ¿Percibís tu poesía y tu prosa como complementarias? ¿Vos sentís que quien te lee debería acceder tanto a la poesía como a tu prosa? ¿Cómo es tu relación entre poesía y prosa?
Siento que son dos cosas separadas. He decidido dejar la poesía para volcarme a la novela. He querido volver a la poesía, pero lo siento más difícil. La poesía es más concisa, más breve, más precisa, más exacta en el lenguaje y en lo conceptual. Implica un tiempo de reflexión que no tengo, requiere una gran concentración. Me siento más cómodo escribiendo novela, incluso siento que es necesaria la forma de la novela en relación con las cosas que quiero decir, todavía tengo una temática por desarrollar, muchas cosas por decir que necesitan que lo haga a través de la novela.
¿Cuáles son los temas que sentís que tenés pendientes?
Bueno, la novena novela es sobre mi vida en Estados Unidos. Planteo esas simbiosis y las separaciones extremas entre las dos Américas. Llevo unas ciento cincuenta páginas. Pienso que para mí es una novela sencilla, porque yo me tardo tres años para hacer una novela, hago tantas cosas, soy un hacelotodo, como decía Roque Dalton, no soy quieto, ando haciendo muchas cosas, dentro y fuera del país, no soy hombre de escritorio, y me tardo, pero esta novena novela la tengo casi terminada; la terminaré en los próximos seis meses, lo que para mí es muy poco tiempo. Por ejemplo, Los poetas del mal me llevó seis años, y pensé que era demasiado tiempo el que le había dado, porque mi tiempo útil se va reduciendo, y tenía cosas pendientes para escribir. Luego descubrí el tema del muro, la emigración, y empecé El sexto muro; pensé que iba a ser una novela de migración y no me quedó así. Así como te dije que no pude hacer una novela estrictamente de infancia en Milagro de la paz, por el peso que tomaron los personajes de mujeres sobre el del niño en sí, y tuve que hacer Siglo de O(g)ro, en El sexto muro me quedó algo así como el origen de la migración, porque tenía que poner algo de migración, y lo puse, pero me falta ahondar más: queda así un décimo tema, una décima novela, que la tengo cocinada mentalmente. En otra entrevista que va a salir en Canadá, pero ya está en un blog, hablo de esa novela. Me gusta cómo quedó esa entrevista, las respuestas son breves pero las preguntas son muchas y me gusta cómo quedó. La hice después de ver a Gabo.
Hablás en general con seguridad de tus novelas, aceptás cada una de ellas por lo que es más allá de tus intenciones iniciales. ¿Hay alguna novela que quieras o que hayas querido modificar, corregir, ampliar?
Eso me pasó con Caperucita en la zona roja. Había vuelto de Costa Rica a El Salvador, y no tenía un plan de una novela. Porque muchos me decían que sentían unas confusiones de personajes, y me puse a corregirla. No hay que hacerlo, porque no hay tiempo para hacerlo. La corrección de Caperucita es la única que he hecho. Un poco Siglo de Oro, pero sólo algunos errores menores, de imprenta. Lo deCaperucita fue porque, al llegar a El Salvador, se estaba leyendo bastante, y me comentaron que había cosas que no se entendían. Entonces me puse a revisar; no tenía mucho que hacer, pero realmente uno no puede estar corrigiendo sus novelas, tiene que hacer otras. Ya que la había corregido, fui a la UCA, que es donde la editan, casi una edición cada año. Se molestaron un poco porque tenían que rehacer los originales, eso sale dinero; les ofrecí pagarlo pero no aceptaron, lo hicieron igual. Así que esa es la historia, por una casualidad la retrabajé.
Decís que la modificaste porque había confusiones con los personajes. Pero muchas veces, tus personajes parecen continuarse unos en los otros, no tienen una identidad totalmente individual, y eso lo leí como premeditado; pensé que tu voluntad era no crear barreras tan firmes entre ellos ... Pienso, por ejemplo, en las distintas mujeres que aparecen en Milagro de la Paz: le vas dando la voz a una y a otra; leyendo con atención queda claro a qué personaje corresponde cada segmento, pero lo más evidente es la fluidez que hay entre ellos.
Lo que decís del personaje colectivo puede ser ... Trato de tipificar un personaje, lo que es difícil por el oficio de poeta que he tenido, en que lo fuerte no es el personaje. Yo creo en las últimas novelas es diferente, hay personajes más definidos. En Caperucita son más colectivos, tenés razón, el ambiente de los jóvenes, los bandos de la guerra.
La guerra es a veces trasfondo y también tema central en tus novelas. ¿Qué lugar ocupa la violencia en tus novelas actuales?
Aunque es el trasfondo está todo el tiempo. Es que hay una especie de guerra social. Ahora no hay represión por ideas políticas, de ninguna manera, no hay presos políticos. Hay una violencia de tipo social, prácticamente una guerra social. Hay miles de personas armadas, que pertenecen a las pandillas, todos están bien armados, tienen dinero, tienen tomado todo el país. Controlan los pueblos, y cobran impuesto. Cobran renta, como hormigas, a la pequeña pulpería, a las pupuserías, a negocios microscópicos; a la señora que está haciendo las pupusas con su hija le cobran renta, imagínate, en todos los pueblos. Están bien organizados, e incluso ese dinero lo han ido acumulando, y hoy pueden tener armas de mayor calibre.
¿Qué origen le ves a esta violencia?
Yo creo que influyó bastante el problema político. Yo creo que esa violencia pudo haberse evitado si se hubiera prestado atención a las agendas sociales en los programas de paz. No se le dio importancia; se magnificó lo político, los partidos políticos, la amnistía. Pienso que se jugó un poco, no se imaginó que podía llegarse a estas alturas. Se fue dejando, hasta haciéndose mediático, aprovechándose de esas circunstancias, como un juego, sin saber que era jugar con fuego. Ahora casi es tarde, es difícil. Decime qué inversión se va a hacer, de dónde va a salir el dinero para poder reincorporar a treinta mil o cuarenta mil pandilleros armados y que están distribuidos por todo el país, y bien organizados. Lo que se ha hecho es reprimirlos, pero si reprime en una casa la policía especial, eso hay que multiplicarlo en otra casa y en otro barrio. Hace falta un trabajo más educativo, un trabajo más de trabajador social, a largo plazo, porque se perdió el tiempo. Además hay que elevarle la autoestima a la gente: le quedó una autoestima baja después de la guerra, con heridas que no se sanaron. Se dio la amnistía, nadie pidió perdón, olvido y nada más. Hoy se ven todos esos muchachos cuyos abuelos fueron decapitados… Lo más fuerte es lo político, no tanto la miseria en lo económico. Mirá el caso de Nicaragua: es con Haití y Honduras, en América Latina, uno de los países más pobres, y tiene el índice de violencia más bajo de toda América Latina. Casi casi como Costa Rica, que tiene una bonanza, incluso los nicaragüenses emigran a Costa Rica. Después del problema político se descuidó, no se puso en la agenda. Nada más, bueno, nunca habíamos gozado de libertades democráticas, pero se olvidó que debajo de la democracia representativa debe estar la democracia participativa. Antes se sabía que había que elegir a un general que ellos determinaban quién era. Hoy sí vamos a elecciones, hay seis o cinco partidos políticos. Pero no basta eso. Mucha gente herida, fue una lucha demasiado cruenta y prolongada. Incluso la iglesia fue herida espiritualmente. Se olvidó todo, se dice que se olvidó, pero quién sabe si la gente olvida.
Decías en la presentación de ayer que muchos adolescentes, en las escuelas, se olvidan de lo que pasó, no saben, hay un grado de olvido; por otra parte decís que es dudoso afirmar sin más que hay olvido ...
Lo que pasa es que estos ya son los nietos, porque yo le hablo a gente de dieciséis años, y la gente que se metió a las pandillas se habrán metido hace unos seis años, a los veintitrés, andan por los veintitrés, no estudiaron … Me gusta hablarle a esos chicos en las escuelas. El político de escritorio cree que las cosas no están, no existen, son invisibles, por ejemplo, no ven la realidad de esos jóvenes. Veo, por ejemplo, cómo los jóvenes de diecisiete años tienen un nivel adquisitivo, reciben dinero; a mí me sorprende, cada uno de esos jóvenes que dispone de dinero porque su padre o su madre le manda desde Estados Unidos piensa que al terminar el bachillerato, a los diecisiete años, tiene que irse, es parte de su plan. Yo mismo les pregunto: quiénes de ustedes quieren de irse a Estados Unidos al terminar la secundaria, y más de la mitad levanta la mano. Es un país donde parte del proyecto normal es irse. El problema es que nadie le da solución, se requiere inversión, se perdió mucho tiempo. En todo el país pasa lo mismo.
¿No hay diferencia por regiones? Otra pregunta que quería hacerte es sobre los personajes que van del campo a la ciudad; en Cuzcatlán, o en Un día en la vida pensar un viaje a San Salvador es ir a otro mundo. ¿Sigue existiendo esa diferencia entre lo rural y lo urbano en El Salvador?
Ya no existe, mucho menos ahora con la emigración. Te vas al aeropuerto de San Salvador y ves lleno el aeropuerto de campesinos con sombreros, viejecitos, viajando a Estados Unidos porque sus hijos, sus nietos están allá. Mis personajes campesinos de antes son los que hoy se están subiendo al avión para ir a los Estados Unidos, ahí hay un cambio importante. El problema es que los políticos están en sus burbujas. Los que están perdonados por las amnistías están bien, se les dio dinero, a los que eran militares, a los que eran guerrilleros inclusive, se les dio una cuota de dinero bien alta, tienen sus negocios, están en empresas. Además hacen la política, deciden, hacen la política representativa, no la participativa. Eso se está abriendo en esta campaña. No se puede jugar de la misma manera con la gente. Se reúne la asamblea a la noche, a la mañana se tiene el dólar … Me levanto a las seis de la mañana y tenemos el TLC. Y no hay violencia, no hay represión, pero eso no basta.
Hablás a veces de tu conciencia de que el El Salvador es un país periférico. A la vez, vos venís de San Miguel, un lugar provincial en relación con San Salvador. ¿Pensás que tu origen de provincias tuvo una importancia en la percepción el lugar periférico de El Salvador? ¿Tenés una sensibilidad diferente de alguien que crece de San Salvador?
Yo me fui de San Miguel, entré a la universidad a los dieciocho años y me incorporé al ambiente intelectual universitario; en conjunto no teníamos esa idea de lugar periférico. Estábamos aislados en el mundo. No había conciencia de periferia. Era una época en que cada país era un mundo, creíamos que nuestro país es el mundo, creíamos que íbamos a transformar el país nosotros solos, ni siquiera pensábamos en el resto de Centroamérica. Hoy, personalmente, tengo una visión de que los cambios tienen que ser regionales. La gente también, como el país es pequeño, se ha urbanizado, lo rural se ha urbanizado, y hoy no hay agricultura en El Salvador, por el dinero de las remesas. Se compra a Guatemala, hay dinero, somos ricos, entre comillas. No hay algodón, no hay verduras, tomates, no se siembra. Además los bancos son privados, no le prestan al pequeño empresario, prestan para construir grandes centros comerciales.
Esa imagen que aparece en tus libros del campesino que cultiva una pequeña parcela para consumo propio no se ve más.
Los campesinos de subsistencia casi no existen, sólo en lugares lejanos. Muy distinto de Guatemala o Honduras. En las poblaciones pequeñas las muchachas andan bien vestidas, yo mismo tuve que cambiar mis esquemas, te compran tus libros, los leen, discuten conmigo. Hay un cambio importante que hay que aprovechar para hacer el otro cambio, que permita enfrentar la guerra social.
Hablaste de la integración de los políticos de izquierda después de la guerra civil. ¿Hay sectores de izquierda que critiquen esa integración? Por ejemplo el caso tuyo, con un cargo público importante, ¿genera críticas?
No hay sectores que critiquen porque no hay discusión de ideas. A mí no me critican, algunos a lo sumo me ignoran. Hago mi trabajo, soy consciente de lo que hago, estoy en la Biblioteca Nacional, ando en los pueblos … Todos creen que ando en campaña, pero yo hablo de literatura, de libros. Usted es la única persona importante que viene a este pueblo, los políticos vienen cuando están en campaña, me dicen. Es más, pensábamos que no iba a venir, que no era cierto. En mi caso, para mi conciencia, siento que estoy aportando algo fuerte. A veces puede haber algo de crítica en el terreno del chisme, de los celos, de la competitividad gratuita, pero no hay una discusión abierta.
Vos hablaste en la presentación de Salarrué, como una figura intocable, no mezclado con los problemas políticos. ¿Es una referencia importante para vos? Encontré en tus cuentos juegos de palabras similares a los de Salarrué, a veces idénticos.
Lo consideramos un maestro venerable, para Roque Dalton también fue nuestro maestro. Él escribe los Cuentos de barro, con los campesinos, después del 32, cuando ser campesino y ser indio es ser candidato a la muerte. Él te dice no, hay un campesino tierno, triste, poético, abandonado, con fuerza creativa para sobrevivir. Eso hizo por nosotros, en un momento en que nadie daba nada por el campesino, era una cosa, un comunista que había que matar, aunque fuera analfabeto y descalzo. Antes del 32, en el 30, publicó Cuentos de cipotes, que son también cuentos de niños pobres, sencillos, con su lenguaje particular, de manera que todo eso nos hizo darle un valor a él, rescató valores nacionales escondidos, que a nadie le importaba, ni a Francisco Gaviria, que se considera el patriarca de las letras; él andaba “más arriba”, en la historia, en la investigación histórica, llegando hasta los griegos. Salarrué no es una influencia directa, no, pero sí hay un respeto. Y a veces hay distancia. Fijate que Salarrué, en los años cuarenta se volcó al esoterismo. Él se encerraba en su cuarto, desde allí viajaba a todo el mundo. Un tipo buenazo, alto, de ojos azules. Era un santo, o como un niño.
Me parece ver en tu descripción fotos de Salarrué con Claudia Lars, con Gabriela Mistral. A propósito, ¿viste esa referencia de Gabriela Mistral a El Salvador como “El pulgarcito” de América? Porque no pude encontrar cuándo ni dónde lo dijo.
Sí, dijo eso. Incluso Roque Dalton, con ese desenfado que tenía, en su libro de las Historias prohibidas del Pulgarcito, quiso poner como epígrafe “para la vieja puta de Gabriela que nos colocó este sambenito de pulgarcito de América”. Los editores del siglo XXI le sacaron esa “dedicatoria”.
Hablemos un poco de tu primera novela, El valle de las hamacas. Parece olvidarse a veces que tu entrada al campo literario latinoamericano fue en el circuito de los escritores del boom, y publicado por Sudamericana.
Fue una casualidad que fuera publicado por Sudamericana con mi primera novela; yo era un poeta desconocido. Incluso Camilo José Cela hizo una reseña, por 1969, 70, en Buenos Aires. Otro dijo (no conservo los papeles, no pude conservar cosas) que en esa novela se demostraba que no tenía nada que decir, y entonces me pongo a jugar: estaba equivocado, mucho que decir tengo, en todo caso yo no habría podido. Pero la crónica de Cela fue positiva. Sudamericana había editado a García Márquez. Era la mejor editorial de habla hispana, España todavía no se había impuesto editorialmente, con el franquismo, México le seguía. Sudamericana arrasó. Como en El Salvador había un fervor, una apertura, adquiríamos muchos libros de Sudamericana. Para estimularnos, Sudamericana había prometido publicar el próximo premio centroamericano. Además en El Salvador, en esos momentos, es donde más vendía. Hoy mismo, en El Salvador es donde más se venden los libros de Alfaguara de España, se le da importancia relativa porque en El Salvador hay un clima más empresarial, emprendedor. Somos más viajeros, más judíos. Yo creo que con Israel somos el país de más migración.
Esas características pueden ser las que los convierten en un país relativamente cosmopolita, más receptivo a la cultura internacional.
Más que receptivo. Yo te contaba que los malls, como los llaman, son una cosa exagerada, yo me negaba a ir a algunos. Tenés que ir, hay licencias de los cafés de Nueva York, el bistec es un steak. Una cosa ostentosa, Maseratis que se venden en los malls, claro, para unos dos o tres narcotraficantes que los pueden comprar; justamente uno de ellos que fue capturado, era diputado por cierto: tenía un Maserati y tres porches, un cuatro por cuatro de ochenta mil dólares. Y están viajando todos, hasta el pariente de campesinos. Vienen y van cargados de cosas. Una cosa increíble. Yo venía a la par de uno, y me dice llevo cinco mil pupusas. Pero si en Estados Unidos hay, y me contesta que no es lo mismo, la gente quiere pupusas de aquí. Y llevan encurtidos, ya los llevaban hechos. Queso, llevan mucho queso. Y cómo vende cinco mil, le pregunté: ya tengo la lista de los clientes. Un hombre humilde, joven, con sombrero. Me dice que ganan ochocientos dólares por mes. Cuándo iban a ganar ochocientos dólares en El Salvador, apenas un dólar por día, treinta por mes. Y al regreso traen dinero, porque no confían en los bancos. Eso también ha estimulado el lavado de dinero, dicen, pero esa escala pequeña no creo. Pero son esas pequeñas cosas que hacen a la economía de El Salvador. Un dólar diario: para qué vamos a trabajar por un dólar, dicen. Mismo desde los Estados Unidos les dicen, no, para qué van a trabajar ustedes, yo les mando esos treinta dólares. Hay un comentario que salió en una revista virtual de Estados Unidos que se pregunta por qué criticamos a los que viven de las remesas ¿Acaso trabaja la esposa del banquero cuyo marido gana dinero, que está en su casa o viaja? Los campesinos tienen derecho a disfrutar del dinero que les mandan. Además, la familia del que se fue, el padrino, el tío, tuvo que vender a veces todo, sus casas, para pagarle el viaje a Los Ángeles, tienen derecho a cobrar los beneficios. Un alemán muy inteligente, periodista y ex guerrillero, que tiene un cafetín de mucho éxito en San Salvador, señala: la migración es buena, para qué se van a morir de hambre aquí. Y esos movimientos de migración producen cosas lindas también, y he estado con gente humilde en Estados Unidos, y se ve de qué manera vive esa gente, ese aprendizaje que realizan. Y en El Salvador uno ve la violencia, la cólera. Yo le digo a mi hijo, el que vive en El Salvador: si te chocan el carro olvídate, vete, porque la gente está armada, colérica, a lo mejor te matan. Hay una cólera social. Toda esta mezcla de cosas lindas, tristes, la capacidad de la gente de aprender a vivir de otra manera, las dificultades … Hay tantas cosas de que hablar, y tanto por escribir sobre todo eso.
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Publicado el 6 de enero de 2015