Richard Berengarten, Inglaterra
Por:
Richard Berengarten
Traductor:
Clara Janés
Árbol
El árbol de la vida crece y su crecimiento es lento y
sosegado a través de un tiempo sin medida.
Basílides De Alejandría
Árbol plantado
en mi centro
que se extiende crece
árbol de cánticos
de innumerables ramas
de llama árbol
arraigado en la muerte
bañado de sangre
insuflado de aliento
con fibras de hueso
corporal árbol
elemental
contenido en una semilla
todo garganta
dotado de mil lenguas
de densa piel
árbol crujiente
soportando el trueno
erosionado de viento
bloqueado por la nieve
árbol superviviente
esquelético
bajo nubes de tormenta
de lento brote
a través de la desesperación
empujando esperanzas
de altos cielos
salpicados de cirros
vías lácteas
y pájaros que vuelven
despertando
árbol cargado de sueño
cercado de recuerdos
de ceñidas vetas
madera de primavera
y madera de estío
árbol de sueños
y apariciones
con hojas de cabello
de héroes caídos
donde se enrosca la serpiente
guardado por gigantes
ensartado de voces
y risas de niños
[…]
árbol de espíritus
árbol de secretos
enterrado en el cielo
para florecer a través de venas
arterias nervios
árbol capilar
meristemático
tu raíz central ahogada
en cielos infinitos
desciendo hacia alto
asciendo hacia hondo
vara de eones
de Adam Kadmon
Jesse David
y Sataniel
y Moisés
en la alta montaña
árbol de Buda
árbol de Tilopa
árbol zen
árbol tántrico
árbol de Kali
que baila sobre calaveras
árbol volcánico
de Astaroth
Lilith
lshtar y Astarté
que nutre
musgo y liquen
creando moho
árbol de hongos
madre de orquídeas
y muérdago
árbol de dríadas
árbol de druidas
donde la araña teje
y los grajos anidan
y el murciélago revolotea
y el cernícalo aguarda
árbol de vidas
de conciencia
generador
árbol del lenguaje
que dice nombres
que cuenta cuentos
historias
transformaciones
árbol sin fondo
árbol sin muerte
árbol de camaradas
de aires que respiro
no podado
indomable
árbol inmortal
en un arquearse imposible
árbol de libertad
árbol de amor
árbol de justicia
arco iris humano
floreciendo
Traducción de Clara Janés
Negra es la luz tras del fulgor del día
Angélica y negra, la luz…Angélico y negro, el día…
Negra es la luz tras del fulgor del día,
Negra es la luz tras del fulgor del día,
anuncia claro tu nombre la voz angélica.
Tu corazón se llevan los negros corceles del sol.
Aunque un brillo mancha el alba en la bahía
que su autor dejó impreso en tinta celestial,
negra es la luz tras del fulgor del día.
Aunque las yeguas de la mañana se nublan de gris,
la melena de arco iris y la piel resplandeciente,
tu corazón se llevan los negros corceles del sol.
Sus jinetes pasan al galope, y se aprestan
a hollar las sombras que rescató el mediodía.
Negra es la luz tras del fulgor del día.
La carroza de la noche se acerca. No te demores.
Alza el portón dorado del crepúsculo. Cruza el puente.
Tu corazón se llevan los negros corceles del sol.
¿No hueles el viento que aúlla? Los caballos relinchan.
¿Lo ves ahora? ¿Oyes la nota perfecta?
Negra es la luz tras del fulgor del día.
Tu corazón se llevan los negros corceles del sol.
Traducción de Miguel Teruel y Paul S. Derrick
Baño nocturno
...mar que lleva a otro mar...
En la playa nos desnudamos, viendo los barcos
lanzar destellos de agujas en lo oscuro, sin esperar
a cubrirnos, sino corriendo, dejamos que caigan
los caprichos de bronce de nuestro baño de luz diurna.
Ahora eres toda lunas, óvalos en elipse
orbitándome. Pálidos, brillantes, purificados,
lentamente llegamos a tierra, lamidos de corrientes —
hasta beber la sal de los labios de Afrodita.
Escucha, amor, las olas. A cuestas de sus lomos
llevan redes de luz negra por las costas de Grecia.
Crujen los maderos de la luna, que a velas llenas,
arrastra en la noche de agosto su vellocino de estrellas
mientras, arrebujado en su estela, alguien yace y gime
pequeños gritos blancos, tal gaviota, por ser librada.
Traducción de Miguel Teruel y Paul S. Derrick
Volta
…ahora que llega la anochecida…
Rey sol, sonrosado, doblón soberano del día,
me tocas, y mi piel se hace córnea,
mis vértebras nervios ópticos, y mi cuerpo tiembla
casi arrobado por la cascada de oro que viertes
en este mar, esta ciudad, y me deslumbro.
Aquí hubo un tiempo –y sé que aún se yerguen–
hileras de casas y calles, que formaban otra ciudad,
no ésta que del todo has transformado.
Paseamos al borde del mar. De la noche
las barcas de pescadores se aprestan a partir,
tosen los motores, las luces de parafina en la proa,
y la ciudad entera está en el paseo,
amantes del brazo, jovenzuelos bravucones,
madres y padres, niños comiendo helados,
viejos que miran desde las mesas de los cafés,
y los montes se oscurecen y se acercan, como animales amistosos.
Dulce brillo de la tarde, sobre los montes y la bahía,
tu brazo me está rozando, como por caso,
como me roza esta joven que pasea conmigo
con sus gruesas caderas, su paso corto y acompasado,
su pelo negro al viento, el cuello delicado, y los hombros
bronceados de verano, con su risa de oliva parda.
Yo te bebo, luz que tiembla, como el vino o la música,
como te han bebido sus ancestros desde hace milenios.
Ciudad porosa, su nombre es Elefthería,
y aunque tus heridas son las motas grises de sus ojos,
en esta hora, cuando la luz y sus inflexiones
juegan hábiles en su rostro a ser palabra o canción
es suyo el antiguo derecho a pasear por este muelle
como instrumento y guardián de tu luz
al recogerla en los pozos de sus hondas pupilas
y suyo el amado albedrío de recorrerte en su baile.
Amada tarde, de luz que ya es milenaria,
cantante de clara voz, deliciosa como esta mujer,
¿cómo no adorar la gracia que dispersas
sobre esta ciudad y sus gentes, como un molde
que hace escultura lo que toca, el mundo entero?
Ahora ya soy tu esclavo, si no ciudadano tuyo.
Y sediento por beberte entera, podría llenar
cada poro con tu esplendor, con su albedrío.
Traducción de Miguel Teruel y Paul S. Derrick
Tan sólo el milagro común
… entre tu rostro y tu rostro…
No es pedir mucho, tan sólo el milagro común, en el habla callada de los amantes, el modo en que quiero
hablarte, y tú a mí, apenas a un atisbo de voces angélicas que se vierten de cielos azules sin nubes
cuando te giras y te preguntas quién te está hablando si allí no hay nadie
más que la misma pista polvorienta a tu izquierda y la hierba seca y la higuera solitaria en el campo
y más allá de sus muros de piedra, la montaña, y a tu derecha, el mar;
o cuando te detienes asombrado, en una calle de alguna ciudad extranjera, creyendo haber oído a un amigo
que te saluda en tu idioma, alguien que conocías bien y que no has visto en años,
la misma voz, risueña, juguetona, quizás incluso un poco irónica
y todo lo que habías olvidado de repente se hace claro ahí delante en la luz desnuda de la mañana, y la sangre corre hacia tu cerebro
y te olvidas de tus recados, los coches se detienen, y los edificios comienzan a girar en tu torno;
o cuando, en la cresta de la pasión abres los ojos un instante para poner freno a la resurrección
y entre el rostro de la persona que amas y el rostro de la persona que amas
otro rostro aparece en la estela que no has visto antes pero que has conocido y conocerás por siempre
y se abre un vacío en busca de una voz, que no es la tuya ni la mía, pero que ambos oímos claramente, y que reconocemos
y entendemos, y adoramos, porque sabes tan bien como yo, amor mío, que es tu voz, y no la mía;
no es mucho que pedir, tan sólo el milagro común, pero quienes son como tú y como yo llevan viajando
años de esta manera, por la misma pista de tierra, atravesando las mismas calles de ciudad las mismas camas cansadas
forasteros en nuestro propio país, sin reconocer ya el habla de los hombres y mujeres que conocemos, nuestros consanguíneos
así que ¿cómo puede esperarse que conversemos con ángeles, o incluso con los viejos amigos, ya tiempo muertos,
y menos aún que hablemos el idioma del amor, menos aún el idioma del amor?
Traducción de Miguel Teruel y Paul S. Derrick
Canción, para Petro
En Pelión, entre los castaños
Aquello que se va, y quieto, resuena,
aquello que exhala, oculto,
perfumes por todo este valle
y lleva las aguas de las sierras
para que corran y salten, como niñas,
hasta llegar a tu playa, tras la memoria,
y lanzarse al mar – este don,
viejo amigo, es tuyo:
y tuyo sea para siempre.
Aquel deseo de hablar,
extraño, que hace del hombre humano,
y de cantar, que hace del hombre un dios,
para devorar el corazón del mundo
y remachar tu forma, enorme,
en esta tierra, a esta luz, a esta gente,
volviendo una y otra vez – este don,
viejo amigo, es tuyo:
y tuyo sea para siempre.
Aquello que te ata a los caminos de piedra
que conducen a la plaza del pueblo,
donde te sentarás a beber vino blanco
rodeado de amigos, bajo el plátano
durante la noche entera en la fiesta de Panaghià,*
para luego llorar junto al mar al alba
tras de la isla azul – este don,
viejo amigo, es tuyo:
y tuyo sea para siempre.
Aquello que te retiene, olvidado el tiempo, en los bares
de callejas en ciudades desoladas
para erigirte cual torre o cual estatua
inducido a hablar sólo por los viejos
cuyos ojos desprenden vieja luz negra,
y mandar al infierno los asuntos todos
del mundo, cosas de tontos – este don,
viejo amigo, es tuyo:
y tuyo sea para siempre.
Y aquel viaje odiséico,
en realidad tu casa,
origen de tierra y objetivo de estrellas,
hasta el extremo de esta montaña,
inexplorada, intratable,
que tensa las viejas cuerdas de tu corazón
para reír y viajar de nuevo – este don,
viejo amigo, es tuyo:
y tuyo será para siempre.
* Nota del autor: Nombre griego: Madre de Dios, Virgen María. Literalmente: Santísima.
Traducción de Miguel Teruel y Paul S. Derrick
Cigarras
… como las cigarras se callan de pronto y a la vez.
No van a callarse nunca, estas cigarras,
en toda mi vida. Sus voces no van
a dejarme en paz nunca. A veces gruñen
como los muertos, bajo el suelo de mi casa,
y se lamentan como los no natos tras de mi ventana
o flotan como ángeles por entre los montes de alrededor
donde, con sus voces chillonas, discuten mi destino
hasta que su asamblea llega a un veredicto
y puedo olerlas, ahí fuera en lo oscuro.
Incluso en el norte, en invierno, las oigo
rechinando bajo la nieve, abriendo glaciares;
o, encordadas como esclavos, apilando losas de silencio
hasta formar pirámides de música en honor de un faraón
por los desiertos del fondo gélido del océano.
Siempre las oigo, incesantemente llamándome
desde el otro lado de los sueños, desde la otra
orilla de los sueños. Y las temo y las amo
como temo y amo morirme…
Sus voces me espolean: Sueña más hondo,
es su clamor en la noche. Y hunden los talones
cabalgándome hasta que duermo, inclinándose
sobre mí, tocándome con sus pechos,
arañándome los hombros con las manos mientras lucho
por dominarlas, hasta que con sus palmas me cubren los oídos
y oigo mi mar secreto precipitándose, mi mar interior callado,
como el de un niño, escuchando al borde de un nautilo,
y suavemente me posan en las cuevas del mar más profundas.
Sangre, insisten durante el día. Esperma. Sudor. Sal.
Trinos de pájaros enloquecidos, viejas cacareando,
filósofos rústicos repletos de sabiduría casera,
niños que ríen, los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas,
ellas ronronean, maúllan, ladran, relinchan, rugen y aúllan:
Escribe, escribe, me gritan gimiendo. Canta con nosotras, canturrean.
No olvides tu origen. El sol dorado, exclaman chillonas,
es una manzana negra enterrada bajo el lago de lo oscuro
y nosotras sus pepitas, las semillas negras del sol.
Sin ellas, no hay cielo, ni mar, ni tierra, ni luz,
no hay sabiduría ni locura ni amor ni aliento
sin ellas no hay canción ni poema
No no me dejarán nunca
Traducción de Miguel Teruel y Paul S. Derrick
Doce proposiciones texto para su participaciçón en el 30º Festival Internacional de Poesía de Medellín
Sobre reunirse y unirse Doce declaraciones impulsadas por el 30º Festival Internacional de Poesía de Medellín
Richard Berengarten nació en Londres, Inglaterra, en 1943. Es poeta y ensayista. Internacionalista convencido, ha vivido en Italia, Grecia, ex-Yugoslavia y Estados Unidos, y su obra ha sido traducida a más de 100 idiomas. Profundamente influido por su amigo y mentor Octavio Paz, a quien conoció en 1970, Richard es autor de más de 25 libros, incluidos Tree, Black Light, The Manager, The Blue Butterfly, In a Time of Drought, Under Balkan Light, Manual, Notness – y Changing, un gran homenaje al Libro de los cambios chino. Su última colección completa, The Wine Cup (2019), está dedicada al antiguo poeta taoísta Tao Yuanming.
Los libros de Richard en español incluyen Árbol (tr. Clara Janés), Las manos y la luz y Luz negra (tr. Miguel Teruel y Paul S. Derrick), y en gallego O voar da borboreta azul (tr. Loreto Riveiro Àlvarez y F. R. Lavandeira). El Festival de poesía de Cambridge (1975–1985), que Richard fundó y lanzó, es hoy reconocido como un importante acontecimiento, pionero entre los festivales internacionales de poesía de su tiempo.
Richard ha sido galardonado con el Premio Eric Gregory, el Premio de Poesía Keats, el Premio Duncan Lawrie, el Premio Judío Trimestral-Wingate, el Premio Manada (Macedonia), el Premio Carta de Morava (Serbia) y el Premio Xu Zhimo Sauce Plateado, así como premios del Consejo de las Artes de Gran Bretaña y una beca del Fondo Literario Real (Reino Unido). Es autor de dos proyectos de poesía multilingüe en línea: el Proyecto Volta (fundado en 2009) y el Proyecto Árbol (fundado en 2016). El primero de estos proyectos incluye la traducción de un mismo poema al aragonés, vasco, castellano, catalán y gallego. El segundo, que combina poesía y ecología, es especialmente relevante en el contexto actual de crisis global de cambio climático.
-Lunch Poems -Vídeo-
-Poems from ‘Changing’ fortnightlyreview.co.uk
-Poems from The Blue Butterfly diogenplus.weebly.com
-Presentation and bibliography British Council Literature.
-Interview by Alan Macfarlane. -Vídeo-
-For the Living. Saltpublishing.comÇ
-Two poems Poem hunter.