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Seis poemas de William B. Yeats

PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 93. Noviembre de 2012.

 

Poeta, narrador y dramaturgo irlandés, nacido en Dublín en 1865. Creció y estudió en Londres. Publicó su primer libro en 1889, con el título Las peregrinaciones de Osián y otros poemas. Su obra incluye libros vitales como The Celtic Twilight (1893), The Secret Rose (1897), Ideas of Good and Evil (19039, In the Seven Woods (1903), Discoveries (1907), The Green Helmet (1910), The Cutting of an Agate (1912), Poems Written in Discouragement (1913), Responsibilities (1914), Reveries Over Childhood and Youth (1916), The Wild Swans at Coole (1917), Per Amica Silentia Lunae (1918), The Cat and the Moon (1924), A Vision (1925), Estrangement (1926), Autobiographies (1926), October Blast (1926), The Tower (1928) y The Winding Stair (1929), entre otras.

George Rusell lo inició en el esoterismo. Conoció a Madame Blavatski y se hizo parte de la orden secreta The Golden Dawn, que luego abandonó. Fundó el Teatro Nacional Irlandés, que dirigió durante toda su vida, inspirado en las tradiciones celtas y en las leyendas poéticas y folklóricas antiguas. Fue uno de los fundadores del Abbey Theatre. Simpatizó con la causa independentista del pueblo irlandés. Fue celebrado como uno de los grandes autores del siglo XX.

 

Recuerdo de juventud


Los momentos pasaban como en el teatro;
tenía la sabiduría que el amor hace nacer;
tenía mi cuota de sentido común,
y a pesar de todo cuanto podría afirmar,
y aunque tenía por eso el elogio de ella,
una nube venida desde el norte despiadado
ocultó de repente la luna del Amor.
Creyendo cada palabra que decía,
yo alabé su espíritu y su cuerpo
hasta que el orgullo hizo brillar sus ojos
y sonrojó sus mejillas el placer
y volvió ligeros sus pasos la vanidad;
nosotros, sin embargo, a pesar de esos elogios,
en lo alto veíamos tan sólo oscuridad.
Nos sentamos silenciosos como piedras,
sabíamos, aunque ella no hubiera dicho una palabra,
que aún el mejor amor debe morir,
y se habría destruido en forma cruel
de no ser porque el Amor,
ante el grito de un grotesco pajarillo,
arrancó de las nubes su luna maravillosa.

Traducción de Gerardo Gambolini

 

La muerte


Ni miedo ni esperanza
acompañan al animal que muere;
el hombre aguarda su final
temiendo y esperando todo;
muchas veces murió,
muchas se levantó de nuevo.
Un gran hombre con su orgullo
al enfrentar asesinos
hunde en el escarnio
la cesación del aliento.
Él conoce la muerte a fondo —
el hombre creó la muerte.

Traducción de Gerardo Gambolini

 

Aedh desea las vestiduras del cielo


Si tuviera las vestiduras bordadas del cielo,
entretejidas de luz dorada y color plata,
las azules, las opacas, las oscuras
vestiduras de la noche y la luz y la penumbra,

tendería a tus pies las vestiduras:
pero, siendo pobre, sólo tengo mis sueños;
he tendido mis sueños a tus pies;
pisa suavemente, pues caminas sobre mis sueños.

Traducción de Gerardo Gambolini

 

El triunfo de ella


Hice lo que el dragón quiso hasta que apareciste.
Porque creía que el amor era una fortuita
improvisación, o un juego establecido
que dura mientras dura la caída de un pañuelo.
Lo mejor de todo eran las alas que tenía un minuto
y si luego había ingenio es que hablaban los ángeles;
entonces surgiste entre los anillos del dragón.
Me burlé, ofuscada, pero tú lo venciste,
rompiste la cadena y liberaste mis tobillos
como un Perseo pagano o un San Jorge;
y ahora vemos atónitos el mar
y un ave milagrosa grazna mientras nos mira.

Traducción de Pedro Serrano

 

La máscara


“Quítate esa máscara de oro en llamas
con ojos de esmeralda”.
“Oh, no, querido, te atreves tanto
para ver si es sabio o salvaje el corazón
Y no es frío sin embargo”.

“Solo quiero encontrar lo que allí hay,
Si el amor o el engaño”.
“Fue la máscara lo que ocupó tu mente
Y puso a latir tu corazón después,
no lo que hay tras ella”.
“Pero a menos que seas mi enemiga,
yo debo indagar”.

“Oh, no, querido, olvida todo eso.
¿Qué importa que haya solo fuego
en ti, en mí?”

Traducción de Nicolás Suescún

 

Libélula


Para que no se hunda la civilización
y pierda su gran batalla,
calla al perro y ata el caballo
de una estaca bien lejos:
nuestro señor el César está en su tienda
ante los mapas desplegados,
sus ojos fijos en la nada,
su cabeza apoyada en la mano.
Como una libélula en el río,
Su mente se mueve en el silencio.

Para que las torres sin cúspide ardan
y los hombres recuerden tu rostro,
muévete suavemente, si has de moverte
en este paraje solitario.

Piensa, mujer en una parte, niña en tres,
que nadie observa. Con sus pies
practica un rastreado chapucero
que aprendió en la calle.
Como una libélula en el río,
Su mente se mueve en el silencio.

Para que las púberes encuentren
al primer Adán con que soñaron,
cierra la puerta de la capilla del papa
y no dejes entrar a los niños.
En ese andamio se inclina Miguel Ángel.
Haciendo menos ruido que un ratón
Su mano se mueve de aquí para allá.
Como una libélula en el río,
Su mente se mueve en el silencio.

Traducción de Nicolás Suescún


(Carta manuscrita de William Butler Yeats)

Publicado en noviembre de 2012

Última actualización: 31/08/2018