Jotamario Arbeláez
Nació en Cali, Colombia, en 1940. Destacado representante y cofundador del movimiento nadaísta colombiano. Desde su primer libro, El profeta en su casa, 1966, demostró la ironía, el humor negro, la irreverencia y la mordacidad que había asimilado a través de sus lecturas de los creadores surrealistas.
Algunos de sus libros publicados: El libro rojo de Rojas, 1970, en colaboración con Elmo Valencia; Mi reino por este mundo, 1981; La casa de la memoria, 1985, Premio Nacional de Poesía Colcultura; la antología Doce poetas nadaístas de los últimos días, 1986; El espíritu erótico, 1990, antología poética y pictórica realizada junto con Fernando Guinard; El cuerpo de ella, 1999; Nada es para siempre (Antimemorias de un nadaísta), 2002.
Premio nacional de poesía La Oveja Negra (1980); Premio nacional de poesía Golpe de Dados (1980); Premio Nacional Instituto Colombiano de Cultura (1985); Premio de poesía Instituto Distrital de Cultura (1999); Premio internacional de poesía Valera Mora, Caracas (2008).
Esta es una muestra de sus poemas:
Fracaso
(Arte poética)
Hay lectores que deliran con mis evocaciones y otros que rabian a morir
cuando exprimo los frutos de mi memoria.
No porque los consideren apócrifos, sino porque se les hace insufrible
que hable de mí.
Ya estoy muy viejo, me espetan, para seguir meneándome el incensario,
como si narrar las propias tristezas tuviera por objeto despertar
las iras de los demás.
Creo haber sufrido tanto como Chaplin y Woody Allen, pero a mí
se me nota menos porque sólo me duele cuando me río.
Y quién no desconfía de aquel a quien descompone la carcajada.
Lo que a duras penas me salva, me dijo el estilista, es el estilo
que me gasto para escribir cualquier nadería,
ya ni siquiera para ganarme la vida, que la tengo ganada desde hace rato.
Hay que ver lo pleno que me sentía cuando erraba por el mundo sin dejar
huellas, con mis resobadas paticas de mosca muerta.
Pasaba por entre quienes consideraba mis semejantes semejanzas
sin romperlos ni mancharme porque era transparente como una uva.
Ni siquiera el espejo del lavamanos se tomaba el trabajo de reflejarme.
Sabía peinarme de memoria y al azar me apretaba las espinillas.
A nadie le quitaba el espacio y a nadie le hacía perder el tiempo,
a casi nadie le echaba tierra y a nadie le ofrecía fuego.
En el colegio se palpaba cómo el conocimiento me resbalaba.
Ni siquiera aprendí a nadar en un vaso de agua. Hacía inverosímiles
carambolas tacando burro.
No escogí profesión para no ser la competencia de nadie
a quien le pudiera ganar en algo.
Como no protestaba en la casa me servían las patas de la gallina.
Las mujeres en vano me picaban los ojos.
Un maestro zen que me vino a hacer la visita quedó maravillado
con mi nulidad aparente.
Si seguía así, con seguridad que iba a alcanzar a salir de la rodada
rueda de encarnaciones.
Para ponerme a prueba me regaló una máquina de escribir.
Y hasta allí llegó mi profunda y silente sabiduría. A partir de ese momento
me llevó el patas.
Para ensayar la cinta lo primero que escribí fue un poema.
Me pareció tan bueno que escribí un cuento.
Que me pareció tan genial que comencé una novela.
Y a pergeñar mi propia filosofía.
Que me dediqué a difundir escribiéndole cartas a todo el mundo.
Merced a esto de la escritura fui tomando masa corpórea.
Y por ende comencé a hacerme pesado, inoportuno e incluso fastidioso
con mi presencia de bulto y de pensamiento.
En esas estaba cuando me llamaron de los periódicos.
Donde al decidirme a escribir por amor al prójimo me fui llenando
de malquerientes.
Hace más de veinte años luzco sembrado en la prensa
de una manera sistemática,
mandoble va mandoble viene contra tanta maleza que nos tratan
de vender como yerba fresca.
Y ni siquiera es lo que pienso sino lo que me trasmite la máquina
de escribir del maestro zen.
Mi pacifismo me alejó del panfleto, del ludibrio y la cuchufleta.
A duras penas esgrimo el sarcasmo, la ironía y el chascarrillo.
Que terminan por resultar más molestos que una mosca al oscuro
en un ataúd.
Es como si mi actual teclear en el mundo generara ejércitos
de desplazados de la escritura.
No de otra forma me explico por qué reciba tantas anónimas vaciadas cada
vez que pongo mi firma.
Apenas atenuadas con algunos panegíricos tan honrosos
que parecen dictados por el doble de mi otro yo.
Dos críticos macarrónicos se han referido al premio internacional
que con sus chavos chavistas me sacó de pesares
y me tiene corriendo bases,
El uno, al no encontrar cómo descalificar los cantares cualificados,
se despachó contra la fotografía de la carátula.
El otro observó que en 50 años de ejercicio poético se me había ido
cayendo el pelo y pontificó que todos mis reconocimientos no son más
que la confirmación de mi fracaso en la poesía.
Lo que debe ser extensivo a mis notas de prensa, si hemos de atenernos
al panteón de vociferantes por internet.
Hasta con amenazas de muerte. ¡Qué susto! Mientras me crece sin control
el cabello caído sobre los hombros.
La lectura en tinieblas
Mi padre no me dejaba leer la Biblia
ni el Manifiesto Comunista
para que no gastara la poca luz
que podía pagar para la casa.
Me quitaba el bombillo y dormía con él bajo la almohada
remordiéndole la conciencia
pero al pie de la cama de mi cuarto también roncaba la nevera
e instalado a los pies de mi cama con la nevera abierta
leía de la medianoche al canto del gallo
de la crucifixión de San Pedro cabeza abajo,
del intento de lapidación de Pablo en Listra
y de la pasada por la espada de Santiago en los Hechos de los Apóstoles,
de las tribulaciones de Panait Istrati,
las duras prisiones de Nazim Hikmet
y las torturas de Julius Fucik en su reportaje al pie del patíbulo,
hasta que se me helaban los huesos.
Manos
Me gusta más la izquierda,
la del reloj,
la de la argolla de oro.
La otra mano es más blanca
y más directa. Como que está más cerca de sus actos.
Me he fijado en las líneas de la suerte
y en cada una el trazo es diferente.
Por lo poco que sé de quiromancia
adivino que es frágil, enfermiza,
con un tic de maldad.
En lo que toca
deja huellas de polen. O de polvo
para ser menos líricos.
Para ser más concisos, periodísticos.
Describiré sus manos dedo a dedo
pero en otra ocasión.
Enemigo
Me senté
a la orilla del río
y no vi pasar flotando
el cadáver de mi enemigo
Me senté
a la orilla del camino
y no vi pasar el entierro de mi enemigo
¿Qué se habrá hecho mi enemigo?
¿A la orilla de qué río
o de qué camino
se habrá sentado mi enemigo?
(1972)
Amigos
He tenido en la tierra amigos que se desprendían la última tira de su camisa
para vendarme la frente herida por esquirlas en el campo minado del honor.
Amigos que partían a la plaza en busca de una paloma
y regresaban a frotarme con ella los males de la espalda y si así no curaba a prepararme un caldo en su propia sangre.
Amigos que cuando me veían rodar persiguiendo abismos no se reían.
Amigos que me llevaban de la mano cada que me sacaban los ojos.
He tenido en la vida amigos que me servían un té para que no me muriera.
Que me abrían las trampas de sus casas para esconderme del ojo del huracán.
Amigos he tenido que dormían con el suelo para que yo libara una luna de miel sin eclipses.
He tenido en mis años amigos que ponían su pecho a las balas que arañaban mi espalda,
que se hacían pasar por mi sombra cuando no me daban de baja.
He tenido amigos lejanos que aún sacan por sus calles a caminar mis ojos para que no se apaguen mis pasos.
Amigos que sumados hacen este total en mi espejo.
Ah mis amigos,
nunca fui más que uno de ellos.
(1985)