Felipe López
Nació en Filadelfia, Colombia, en 1985. Poeta, artista visual, promotor de lectura y gestor cultural. Director de Colectivo Poético Nuevas Voces. Ha publicado el libro de poesía Aqua (2014), la Danza del Atrato (2018), Un viaje en un grito (2020). Como Antologador ha publicado: El vacío como llenura (2010), Luz sin estribos (2020), y la antología bilingüe correspondencia Medellín Montreal (2022). Ha participado en Festivales de poesía en México, Ecuador, Bolivia, Cuba y China. Ha sido ganador de 10 premios y estímulos a nivel local y nacional. Se destaca su trabajo como promotor de lectura a través de la Corporación de Arte y Poesía Prometeo y su proyecto Gulliver en el diseño de talleres y creación literaria para niños, jóvenes y adultos en espacios de vulnerabilidad en la ciudad de Medellín (2014-2021). Su trabajo también abarca en el desarrollo e investigación de nuevas tecnologías para la escritura creativa por medio de aplicaciones de realidad aumentada, videos 3D, videojuegos y herramientas de hardware libre y metaverso.
Esta es una muestra de sus poemas:
El llanero Gesualdo 1953
I
Soy el hijo muerto de los almendros, mis pasos nacieron con el sufragio del polen. Éramos niños con el velo de las algas, el primer cielo en el copo de un samán.
II
En San Juan de Arama aprendimos a ser jóvenes con el miedo de un dios aguerrido en sus mil batallas en el botalón.
III
Mis amigos se fueron al Casanare a domar caballos cimarrones porque no existían lágrimas creando bandolas en los estribos, aprendieron a ser hombres alicorados como nieblas empoderadas del río Ariari.
IV
Mientras otros fueron cachilaperos, rapaces, ladrones, la montura bermeja de la muerte cuando cabalgó sobre los hatos. Y en el periódico un grito de doscientos años se difumina…
V
La tierra muda su intimidad en época de quemas, la memoria de los estambres reclamando un olfato que niegue las ruinas. ¿Cómo visitar un valle de copleros, la belleza convulsiva de un nuevo llano?
VI
Cuando entonas un galerón para conjurar las artes del cabestrero y del caporal. Cuando la nueva casa acarrea el galope bajo una ráfaga de nube. El revólver se olvida en la explanada, y un canto llanero se prolonga al danzar con los mautes hacia la eternidad.
VII
Cuando entonas un joropo al deambular por la majada, como escenógrafo en los estertores de un nuevo llano, el regreso es póstumo cuando se cansa de andar sobre esta savia, esta desgarradura que duerme en un chinchorro, y despertar más cerca del sol. Más cerca de un grito al desangrarse.
VIII
El Ariari significa oro-oro: todas sus puertas fueron afluentes de mancuerda nervadura aljibe y mariposa, donde las vacas pastorean la trepidación, el brujir del yarumo en la ahorca del cristal.
IX
Y es el Ariari al desembocar en los meandros del río Guayabero, una danza de gramíneas que aromatiza el amaranto perdido en todas las estaciones del raudal.
X
Y es el testimonio de un Ariari incandescente, un poema que predestina la vitalidad. Desde las sabanas del Yarí con el alma llena de esporas, los almendros conquistados sobre la hierba que ha inoculado el atardecer…
La muerte de Perséfone en las brasas de la noche danzarán las luciérnagas
Mi padre llegó con noticias de una legión de arcabuces al filo de la noche. Era una mariposa arrollada por la luna, por el relámpago que danzaba con los hombres de leva. Llamaron luciérnaga al rocío del hierro: los disparos han muerto como un espejismo de alas en Bojayá.
Huir
Escucho el sonido de las puertas
como un grito en el exilio.
Río abajo
he visto los cimientos de una casa
que le crecieron los huesos.