Fernando Rendón
Nació en Medellín, Colombia, en 1951. Poeta, ensayista, editor y periodista. Fundador y director de la revista de poesía Prometeo desde 1982. Fundador y director del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Coordinador General del Movimiento Poético Mundial desde 2011. Ha recibido premios por su trabajo en Suráfrica, China, Rumania, Egipto, Cuba, Bangladesh, Rusia y Vietnam. Ha publicado 24 libros entre obra poética y antologías de poemas. Sus poemas han sido publicados en cerca de 25 idiomas y antologados en numerosas selecciones de poesía en el exterior. Libros de poemas suyos han sido publicados en Francia, República Popular de China, Vietnam, Rumania. Venezuela, Egipto, Italia, Costa Rica y Estados Unidos. En junio de 2008 recibió la máxima condecoración del Congreso de la República en la categoría Comendador, en nombre del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Ha asesorado la creación de varios festivales internacionales de poesía en Colombia, Europa y Asia.
Esta es una muestra de sus poemas:
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Hablaré con una voz de greda de un sueño antiguo casi olvidado.
Pero no hablaré para renegar del plural de una prehistoria de espesas frondas, cuando no existía nada tuyo o mío sino nuestro.
No callará por mi boca la tierra negra su memoria. La piedra evocará siempre la angustiante pesadilla humana, que no ha conseguido aún extirpar la dulce evocación del origen.
Mas no sobredimensiones mis palabras, ellas solo te pondrán en guardia frente a lo que has visto ya y vivido, pues las palabras solas no pueden cambiar a un hombre o a un país que rige el espanto, y solo los hombres
y los países aterrados pueden transformarse a sí mismos.
Entre todas las palabras que pronuncié durante los años de la
incertidumbre, éstas serán las otras voces, los vocablos siempre explícitos y casi nunca comprendidos, que tal vez tampoco escucharás, aunque no es la primera vez que dialogamos.
Palabras contra este entramado de plomo que al final será vencido por un sueño, que asciende irreductible entre puñales.
De este sueño antiguo y nuestro escribiré, de los límites entre
los territorios visibles e invisibles, de las delirantes márgenes y abismos
de la realidad donde desaparecemos incautos, antes de morir. Del mundo que todavía tememos habitar pues nos ha sido arrebatado, sin haberlo percibido todavía, en el esplendor de su dimensión asombrosa.
De una misma respiración participan las piedras, las plantas,
los animales, los individuos y los pueblos. Una misma energía nos circula
atravesando la tierra.
¿Por qué se ha socavado la unidad del mundo y el sufrimiento lo ha desbordado todo?
La casa es la tierra de la que fuimos expulsados con argumentos de hierro, bajo un cielo plomizo.
El espíritu de una edad de plomo nos avasalla hace incalculables siglos, entre las cuatro paredes de ciudades fantasmales, en las que fuimos confinados por soldados sin rostro, bajo una tormenta de polvo primitivo, para ser separados definitivamente de la tierra.
De Canto de la rama roja
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En un instante quedó petrificado el espejismo. Como cuatro hombres juntos, pesaba en su ataúd el hombre fulminado por el último rayo
de la tarde. Pesó en nosotros como la tierra el sueño de una especie sometida por sí misma, hendida por sus tinieblas.
La ley de gravedad que nos aplasta bajo el sol de mediodía es el anverso
de la proscrita leyenda que jamás creyó nadie poder recobrar. Pero otras piedras flotaron bajo este mismo cielo a las voces de un ermitaño milesio.
Te hablaré con una provisoria voz de agua cuando un mar antiguo
en su reflujo se hace playa, entonces un volátil elemento se seca sobre
la arena, se hace carne y sueño líquido de una fibrosa vida en mutación.
Diré: este universo de arcilla perpetua que muere y renace, desencarna
en líquido o entra en su horno porque no sabe o no puede resistir siempre el embate de un tiempo inexpugnable. Ya que no es fácil sufrir cien años cuando el mal perdura.
Mis palabras están hechas de aire y de un amasijo de tierra negra y fuego, ellas son granos de arena imantada por el viento o terrones de una arcilla inenarrable, que no irrumpe aún en el horno de la muerte. Mis palabras
son recias como peñascos que se congregan o como el polvo que se compacta en la tierra memoriosa.
Pero debo hablarte también con una voz de piedra que un día será de nuevo luz. El porvenir está escrito sobre la piedra antigua. Pues renacer
es retornar desde la piedra a nuestra naturaleza radiada.
De Canto de la rama roja
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Un poema no es un juego de azar donde un corazón tahúr se juega
una apuesta sin sentido. Tampoco se juega su existencia el poema
en una carrera de lebreles. La poesía es la cifra del espíritu, el vestigio
de una metamorfosis sobrehumana.
En un poema siniestro fue encadenado el amor hace siglos. En un poema realista los pueblos se movilizan desde el sur.
Hombres y bosques son abatidos por una misma sierra eléctrica, en tanto la juventud del mundo espera en vano la primavera, que germinará
como el oro rojo desde adentro.
El fuego destinado a desencadenarnos se oculta en la imaginación
de la libertad que pugna, en el corazón resplandecido de la piedra,
en las sibilinas plantas y en los libros que la inquisición prohibió
bajo pena de confinamiento, en los cantos y mitos que nutrieron
la infancia de los pueblos que escalan la substancia de la tierra, afincados en una incandescente cognición.
El poema resuelve el acertijo. ¿Cuál es el río presuroso, la risueña verdad siempre cambiante que nos niega, expresada a lo largo de una mutación inenarrable, cuyo cauce sólo puede ser alterado por el sueño?
En la poesía, en la crucial escritura del poema, todos nos jugamos
sin ambages esta historia mortal, en una hora axiomática.
De Canto de la Rama Roja