Elvira Alejandra Quintero
Nació en Cali, Colombia, en 1960. Es poeta y ensayista. Premio de poesía Antonio Llanos por el libro Hijos de los sueños, 1984; Premio Nacional de Poesía Ciudad de Chiquinquirá por el libro La noche en borrador, 1999; Premio de Poesía Jorge Isaacs por el libro La mirada del sal, 2004. Ha publicado también, entre otros, los libros de poesía: Hemos crecido sin derecho, 1982; La ventana - Cuaderno de Ana Ríos, 2003; Los nombres de los días, 2008; 5000 kilómetros al sur, 2013; Viento - Antología, 2017; Intemperies -Antología, 2018; Ritos de pasaje, 2020; Devenir de la ausencia -Obra reunida, 2022.
En palabras de David Cortés Cabán, en la web Letralia "(Sus poemas) nos ponen en contacto con los paisajes que diariamente transitamos. Su imaginario está despojado de las falsas vestiduras del lenguaje. Sus experiencias, gratificantes y humildes, nos revelan una conciencia que retiene una reflexión sobre las cosas que dignifican la vida. Una visión real o imaginaria que proyecta una forma auténtica de comunicarnos las experiencias y recuerdos que integran el mundo que a diario vivimos".
Esta es una muestra de sus poemas:
El olvido
Olvida la infancia, el limbo
la loma intensa y fría bajo la niebla de los amaneceres,
el patio florecido donde aprendiste a dibujar las palabras.
Olvida al niño que te habló en la oscuridad de una mañana de invierno y desvistió ante sus ojos y los tuyos su cuerpo, mostrando inconsolable su pregunta.
Dejándote sin respuesta.
Y olvida el desastre de la segunda infancia, la más sola, la que aún habitas sin lograr atravesar el umbral, la que te hace decir rebeldes palabras rebeldes y no sofocar jamás tu inquietud.
Esta es la segunda infancia.
Aquí la angustia se hace más pura y el pasado más incierto.
Y la resolución de cambiar el universo agita tu aliento.
Y tus amores te llevan hasta el fondo hasta la cima, e instruyen tu alma segundo a segundo en la sabiduría de la muerte.
La pregunta
La niña que fui se empina para mirarme.
Me da un codazo. Me pregunta si he olvidado la pregunta.
Le digo que no he cesado de repetirla.
Su mirada se vuelve más redonda.
Le digo que no tengo la respuesta, es más, la pregunta ha crecido.
Otra niña se nos acerca intrigada. Soy yo unos años después.
Nos muestra un viejo cuaderno y contonea su cuerpo con vanidad.
Dice que escribe. ¿Recuerdas?
Nos habla de un príncipe que toca el violín y ha desterrado de sus sueños el silencio.
Le digo que se ha ido.
Me grita que no me meta en su vida, que le deje su paz.
Le digo que la perderá lo mismo que al príncipe.
La niña que primero fui interviene. Pregunta si un príncipe es algo tan valioso como para formar la guerra entre nosotras.
Me preocupo.
Temo que las muchachas que después fui aparezcan ahora preguntando cada una por sus tesoros.
Pies descalzos
Nada de vértigos astrales y desconocidas piedras preciosas. Nada de forzosos extrañamientos poéticos, de falsos ritos.
Hablaré de la tierra consagrada por el abuelo en el centro de mi infancia. De su olor a lluvia o a vida cuando el amanecer me llama a la ventana, y el brillo del mundo me devuelve su frase:
Písala con los pies descalzos. La energía que asciende por tu cuerpo te hermana con el resto del universo.
Y aún, cuando recorro los andenes solos y oscuros y el viento acecha en mis oídos refrescando el acalorado monólogo, un lejano olor a peces me recuerda el mar.
Y busco un pedazo de camino y quiero olerlo.
Y quiero pisarlo.
Y aunque no es de tierra, la piel de mis pies toca el mundo.
Y mi sangre vuelve a ser parte de la sangre del universo.
Parque de la Alameda
Cali al amanecer cierra las puertas y ahoga la música donde los amantes fueron puro desborde, insaciable corazón de amanecer cerrado.
Cali al amanecer con tu ventana abierta
con tu cuadrada habitación abierta donde ahogarás tus gritos y tus orgasmos olorosos a la nicotina de tu respiración.
Con tu boca de humo
con tu palabra alienada por los cantos donde la rumba evoluciona hasta ser torbellino
con tu alma envenenada como la mía con el recuerdo de la última tarde en que metimos los pies descalzos en la fuente del parque.
Llovía. Porque siempre llueve cuando preguntas por mí a la amiga de mi alma.
Y los dulces aguaceros estremecían las paredes del aire turbio, resbaladizo, dejando chorrear las imágenes de la infancia pobladas de besos vírgenes y agobiantes deseos de tener un pasado.
Y las antiguas fogatas ardían en lo más profundo de nuestro orgullo.
Lluvias.
Lluvias, lluvias.
Cali al amanecer sin luna en el parque de la Alameda.
Devenir de la ausencia
Ya vendrá el tiempo de los poemas felices ceñidos a los cuerpos de las muchachas callearriba cuidando el abrazo del amor.
O sus pasos, contados uno a uno por aquel que aguarda palpando el deseo en las manos de sus bolsillos.
Mi paisaje de ciudad bajo las cordilleras.
Bajo las oscuras, grises, negras, abruptas, dormidas cordilleras.
Mi ciudad dormida en el amanecer del sábado, tendida bajo la bruma de tu ausencia.
No más.
No más tu ausencia.
Insomnio
Martes, 1 a. m.
1.
Escribo en el insomnio.
Drogada de ausencia, enferma de nostalgia.
No me ufano del hombre que me esperaba al rayar el día para que hiciéramos rituales al color de las buganvillas.
Todo ello quedó atrás.
Hierve mi recuerdo donde retumba mi propia voz rezando que lo perdí.
Y con él, la dicha.
Pero aquí mi otra voz me replica que no lo haga, que no estalle de nuevo en sollozos, que acepte mi soledad.
2.
Escribo bajo el sol calcinante.
Aroma de samanes abre los manantiales que ruedan bajo mi lengua.
Intensidad de almíbar despierta mis poros preparándome otra vez para el amor.
No hablaré del amante que me escribía sus cartas en hojas negras y tinta dorada, no osaré pronunciar las letras de su abecedario.
Porque él y otros se han ido para no volver, y sólo el recuerdo de sus dientes nacarados cruje cariñosamente bajo mis orejas.
Sus imágenes pueblan mi camino en este lugar tan lejos de casa.
Puedo ser tan feliz aquí, pero no quiero.
3.
Tampoco mencionaré el poema que años atrás el príncipe pronunció con temor de labios levemente entreabiertos
como un capullo asimétrico y joven
henchido de timidez.
4.
Porque todo ocurre solamente en la imaginación y en el recuerdo.
La opulencia de los besos y la embriaguez de la poesía.
La dulzura de los secretos.
La placidez de la tarde cuando la sonoridad de su voz desgranándose como un tango, corroía mi calma.
¿Por qué no decir el nombre del amigo que se acostumbró a dormir abrazado a mi espalda?
Murmurando tras mis orejas, respirando sus pesadillas en medio de la noche se daba media vuelta y observaba mi leve susurrar.
Yo sabía pero podía más el laberinto del que no quería regresar, no todavía, hasta no hallar el sentido de la promesa.
5.
Hablo de otro hombre que amé durante varias noches temiendo averiguar su nombre.
Sabía todo de él.
Su rabia
su aliento de ron para aromar sus historias y peregrinaciones
su mirada despectiva, su incredulidad
su falta de persistencia en su amor por mí
su desidia.
Pero yo le abría mi alma como sé hacerlo, para poder soñar que vivo un amor verdadero.
6.
Sólo espero que esta escritura alivie mi corazón.