Guadalupe Pastrana
Nació en México. Pertenece a la Nación Náhuatl. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación y pasante de la maestría en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado poesía, cuento y minificción en revistas digitales e impresas como Retruécano, Periódico Poético, Revista Raíces y Albores. Ha colaborado en las antologías de poesía Una guerrera llamada flor, de Editorial Impruuv Feministas, y Voces emergentes de la literatura 2021, de Ediciones Alborismos. Actualmente es productora de radio en la emisora pública mexicana Radio Educación y en la ONG Cultural Survival. Forma parte del grupo de poetas elegidas mediante convocatoria, para participar en el 34° Festival Internacional de Poesía de Medellín.
Esta es una muestra de sus poemas:
Origen
Palpitar en el lago primigenio,
racimo de células danzando en el útero,
hormiga que anida en el ombligo del monte,
mujer pechos de maíz tierno.
Mujer hierba
I
Guardo parentesco con los sauces,
echo raíces a la orilla de los ríos,
mi saliva es néctar de la tierra.
II
Soy mujer lengua de monte,
mujer que camina con dignidad de hierba,
mujer de oloroso follaje,
colibrí que vuela bajo el amparo de un sol verde.
Mujer alada
Por las noches,
pies fríos, descalzos.
Los brazos, abanicos de carne y hueso
que a la altura de los hombros se tiñen
con mi plumaje de quetzal.
Los senos desnudos, pequeños, impuros.
El sexo tibio y oloroso.
Vuelo sobre mi casa,
sobre los bosques
que habitan estas montañas,
configuro nuevos mapas,
desde arriba
el pueblo de mi vida terrestre y diurna
es más callado y misterioso.
Soy mujer alada,
flexiono los hombros, los giro,
en la espalda tengo nuevas vértebras
que sostienen mis alas de pájara inexperta.
Esta noche voy a volar a otros territorios,
no es suficiente rondar los caminos
de mi cotidianidad bípeda,
mi corazón desea el sur
y su latido de selva.
Volaré hacia la costa
y sobre el oscuro mar seré luciérnaga,
me prenderé de una ola y danzaré con ella.
La luna, nuestra única vigía,
agitará los mares y las caracolas de mi cuerpo,
la brisa y la espuma anidarán en mi cabello,
salarán mi rostro, mi entrepierna.
Cerca del amanecer,
antes de que el primer rayo de luz
se pose sobre la piel de la noche,
recitaré el conjuro heredado
por las antiguas mujeres
que ensoñaron este vuelo.
Mi canto se encontrará con el suyo, será uno.
Mi vuelo se fundirá con el suyo
y será todos los vuelos.
Por un instante tendré todos los colores y tejidos,
seré todas las mujeres,
hasta las que he negado ser.
Cuando el sol me encuentre sobre la cama,
los pies tibios, descalzos,
habré reavivado el vuelo
de mis ancestras nahuas,
las que fueron coyote y venado,
las que trenzaron su cabello con hilos de fibra de maguey
y perfumaron su pecho con nardos,
las que en la negrura de sus vuelos juveniles
─cuando yo no tenía nombre
y mi esencia palpitaba libre en una lejana estrella moribunda─
me soñaron llovizna, nube, árbol y rayo,
las que me regalaron este sentir de pájara,
este vuelo nocturno y exquisito,
las que miro y son mi espejo,
las que siguen soñando a través de mi sueño
y siguen volando a través de mi vuelo.
El día extenderá su abrazo,
despertará a la otra que soy,
a la de carne y huesos,
mas mi caminar no será el caminar de quien escribe,
piensa y habla sólo con la carne y la memoria,
en mi aliento de mujer terrestre permanecerá la que vuela,
la que no sabe de tiempos, de futuro.
A consciencia la otra y yo seremos una:
la mujer esencia y la mujer materia.
Mamoxca
En mi pueblo habitan fantasmas de una guerra
que se peleó para tener la tierra.
En nuestras noches de aullidos de coyote
hay mujeres que dejan
a sus hombres sobre el petate,
sus piernas junto al fogón,
y salen a volar sobre los campos.
Mi pueblo me tiñó de oyamel y encino,
y la larga lengua de su viento
me limpió el espíritu.
Cuando mi sangre dejó de ser río,
regresé a la cueva
donde fueron paridos los Momoxco.
Sin nombre y sin rostro,
fui tierra y nube.
Majestuosa,
como andan los astros,
florecí entre cerros,
lloví entre barrancas
y fui perfume de hojarasca.
Arrebol
Canto para ahuyentar
a los comedores de jilotes,
el lugar que habito
es mi cuerpo-arroyo.
Atardecer de arrebol,
olor a tierra.