Esmeralda Torres
Nació en Ciudad Bolívar, Venezuela, en 1967. Es poeta y narradora, licenciada en literatura por la Universidad de Oriente. Es promotora de lectura con 30 años de ejercicio. Formó parte de la delegación de escritores venezolanos invitados por la Universidad de Salamanca a la cátedra de literatura José Antonio Ramos Sucre, en España, 2011.
Ha recibido las siguientes distinciones: Premio Internacional de Poesía Ciudad de Mérida, Yucatan, México 2023; Mención Honorífica en el Premio Casa de las Américas, 2023; Premio Nacional de Literatura Solar, mención Poesía 2022; Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2021; Bienal Nacional de Literatura Orlando Araujo 2018; Bienal Literaria Julián Padrón 2012; Bienal Literaria Ramón Palomares 2011; finalista Concurso de Cuentos Ciudad de Pupiales 2019, Colombia. Bienal Literaria Gustavo Pereira 2011; Bienal Literaria Eduardo Sifontes 2004.
Publicaciones: Historias para Manuela, 2009; Cuentos de última noche, 2010; Un hombre difícil, 2011; El canto de la salamandra, 2013; Diario para una tormenta, 2013; Callejones sin salida, 2019; Resplandor de pájaro, 2020; El libro de los tratados, 2022; La noche de los tamarindos, 2023; Diario de ceniza, 2023; Mudar la casa, 2024; y Orfandad, 2024.
Esta es una muestra de sus poemas:
Infanta
Conduélete de la herida,
hermana,
como en los tiempos en los que hacíamos conjuros
para espantar a la llorona.
Conduélete del llanto
y deja sobre la mesa la palabra que me falta
no confundas la mano rota con el gesto que azota
tus recuerdos.
Conduélete del grito,
mi alma,
y no llames a la muerte.
No le des forma entre nosotras.
Puedes decir risa, lámpara, hielo
pero aleja el embate del frío.
Conduélete del silencio
¿acaso escuchas los pájaros?
¿acaso las nubes han dejado llover?
No olvides que existe el desamparo
de unos ojos pegados a los techos
y cúbrete los brazos.
Conduélete de la oración
que grafito en las paredes
de las grandes ciudades donde no iremos nunca
a dejarnos la piel en jirones,
a desollarnos vivas bajo los puentes.
Conduélete de la existencia,
alma mía,
de esta historia sin canto, ni madre
de este salto mortal, payasada fúnebre
que obligó el viaje, te hizo sola
y te gravó de la boca el gesto.
Conduélete de junio sin flores
sé puntual y justa con el perdón
retoma del tejido el medio punto.
Ajorca tus tobillos con hilos y luciérnagas.
Haz como si olvidas el infame ruido
de nuestra orfandad.
Ella no sabe
Ella no sabe
que la estuve soñando en la vigilia.
Yo no quería que me viera
con mi falda de flores de cortina
y mis zapatos de tela ennegrecida por el lodo.
Tal vez sea este el paisaje de los pájaros asustados.
Tal vez yo haya venido a ovillarme a los pies de la noche
para ocultar las heridas que deja la memoria.
Ella no sabe
que es esta la hora de las preguntas terribles,
de las palabras prohibidas.
Esas palabras inventadas por los hombres para hacer daño.
Para calar en los huesos las peores derrotas.
Pero también la palabra pájaro puede herirnos.
Ella no sabe.
¿Cuál es el color interno de una hoguera?
Un heliotropo es una flor
para dibujar la letra H en las cartillas.
Ella y sus sueños justicieros
ya no me toma de la mano para cruzar.
Por eso he venido esta noche con mi falda de flores de cortina
con mis zapatos sucios, con mi memoria herida,
con un pájaro en el pecho, esta derrota.
Ella no sabe
que retrasó mi partida.
Al salir rompí la puerta y sus candados,
por eso la herida que en mi mano dibuja una flor,
al fin un heliotropo.
Voy a la deriva, ella no sabe,
a juntar mis pájaros con los peces del río.
Del libro Resplandor de pájaro
La desesperación de los relojes
Madre, afuera ya no se ven los pájaros
me he asomado y el cielo está limpio de vuelo.
El malabar se secó y el pan es agrio, como de esponja.
Los huesos de la casa crujen cuando los golpea el Siroco
solo persisten la frágil transparencia y las blancas paredes del olvido.
Pero yo he venido a buscarte.
¿Te acuerdas cuando por las tardes nos mandabas recoger
la piel de los lagartos y la culebra blanca?
Hay en el farallón una hoguera que solo alumbra el frío
y ahora ya nada es nuestro.
Junto a tu memoria se detuvo también la desesperación de los relojes.
La quebrada no moja las piedras altas del cauce
la tierra se abrió y se tragó lo que sobre ella habías mandado amontonar.
Todavía, cuando quiero decir la palabra noche
me brota un lirio.
Cuando el sol no se oculta
me tajo los brazos con el filo de la palabra miedo.
Por eso he venido a refugiarme en el cuarto de los trebejos
donde prohibías entrar para dejarme tan bellamente sola y sin perdón.
Aceite de ceniza
Sueño con los monstruos de la noche.
En el borde de la cama se sienta mi hermano
con su mirada hueca.
Ha cruzado por el limbo y la penumbra.
No sabe a cuál hermana va a escoltar
en el descenso.
La madre, a nuestro lado
se inquieta en su espejismo.
Se mueve, como si corriera en el aire.
Mi hermano en su duda
frota entre sus palmas salivazos de ceniza
y se aclara.
Unge cada planta de pie de mi hermana
y con un zapapico le saca los ojos.
La toma de la mano y se van por el espejo
que es un río de mercurio.
Inmóvil, con mi madre delirante
coloco una flor entre mi boca y enmudezco.
Hay afuera un rumor de pijotero.
La habitación se torna más honda y sombría.
Vago un rato por ella.
Nadie va y reza en un basural.
Mi madre sobre la cama, desnuda, se estremece.
Sus pechos agazapados y tristes.
Sufre que la esté soñando a mi manera.
Es un súcubo con las mejillas amoratadas.
Me alcanza con sus dedos alargados.
Arrebata de mi boca la amapola.
El grito, apenas un murmullo
descorre el cerrojo.
Silbidos en la noche
En el cuarto de los trebejos no se escucha tu llanto
Macarea, ni tus pisadas feroces.
Es la hora en que el abandonado está más solo
y en que el enfermo siente que va a morir.
Ha llegado la inevitable noche de los tamarindos
la que no se repite.
No deben temerle al silencio de lo oscuro, nos dijiste.
Va a llegar para cada uno la noche más negra, sentenciaste.
Tienen que ponerle un nombre y prepararse para transitarla.
Estarán solos y de esa oscurana no se vuelve.
Si escuchan un silbido esa voy a ser yo.
Al fin lo que anunciaste se ha cumplido.
Pero desde afuera solo me llega un rumor sofocado, madre
semejante al de la soledad y al del olvido.
Del libro La noche de los tamarindos