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Poetas invitados al 25 Festival Internacional de Poesía de Medellín: Jorge Eliécer Ordóñez (Colombia, 1951)

Poetas invitados al 25 Festival
Internacional de Poesía de Medellín

Julio 11 al 18 de 2015

Poetas de América

 

 

Jorge Eliécer Ordóñez   nació en Cali, Colombia, el 16 de abril de 1951. Es poeta, ensayista, editor y profesor universitario. Realizó estudios de filología, lingüística, idiomas y literatura hispanoamericana.

 

Ha publicado los libros de poesía: Ciudad Menguante, 1991; Vuelta de Campana, Premio Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá, 1994; Brújula Insomne, 1997; Farallones, 2000; El Puente de la Luna, 2004; Desde el Umbral, poesía colombiana en transición, antología y estudio introductorio, 2005.

Al referirse a sus inicios en la poesía, nos dice Jorge Eliécer: “Fueron variados, más vitales que librescos: desde muy niño, asombrado viendo correr un río a pocos metros de la casa. Elevando cometas, bailando trompos, leyendo las historietas que sacaban los periódicos todos los domingos, jugando el mundial de fútbol en una cancha de tierra, donde las porterías eran los cuadernos de la escuela, algún ladrillo, piedra o zapallo que crecía silvestre en el potrero. En esa épica callejera, sin saberlo, me empezó a visitar la poesía. En la adolescencia descubrí a Aurelio Arturo, sin haberlo leído, porque un amigo me invitó a su finca donde descubrí "el verde de todos los colores”.

Tiempo de segar 18 Festival Internacional de Poesía de Medellin. Canal Youtube Revista Prometeo
Antología Revista Prometeo # 81-82
Poemas y biografía Revistadepoesiaclave.com
Llanto de luna: entre el bolero y la poesía Por Jorge Eliécer Ordóñez. Publicado en pendientedemigracion.ucm.es
Me inicié en la poesía elevando cometas, bailando trompos y leyendo historietas Por Jorge Consuegra. Librosyletras.com
El beso de la noche por Jorge Eliécer Ordóñez Pablomontoya.net
Exiliados del arca de Jorge Eliécer Ordóñez Por Carlos Fajardo Fajardo. Confabulación

 

 

Poesía: premonición y testimonio

 

 

 

Por Jorge Eliécer Ordóñez

 

En la antigüedad al poeta lo llamaban vate, vale decir, el que vaticina, el que avizora el porvenir. Aquí ya se insinúa un acto ético, emparentado con lo sagrado. No cualquier palabra podía circular en el pueblo; era preciso que la historia comprobara, a futuro, la validez o falacia del enunciado. Los poetas-profetas de la Biblia eran ungidos con ese privilegio, por eso las voces de Jeremías, Isaías, el simpático Jonás, Ezequiel, Juan, David, además de su eficacia estética, llevan consigo la potencia de ser palabra en circulación, palabra corroborada. Muy fuerte la impronta: acto premonitorio de observar, analizar y juzgar los actos humanos, en su doble connotación de esplendor y caída, para preparar un magno evento: la recepción del Hijo del Hombre, anunciado con antelación en un palimpsesto textual de varios siglos. Lo escrito, escrito está, fue la sentencia dicha en la culminación de la tragedia, que otros llaman la pasión. Palabra poderosa, cincelada en la cantera de los actos sencillos y genuinos a la vez. El homenaje más contundente se lo escuché a un ateo: no soy creyente, pero debo aceptar que el sistema de signos y símbolos que desemboca en la teología cristiana es impecable.

Jesús, Hijo de Hombre, formidable poeta en sus parábolas y sentencias, en sus oraciones y en sus juicios cotidianos, ofrece ríos de agua viva a sus seguidores. Querría pensar en un fluir íntimo, en un paradójico Heráclito, de aguas móviles, en un Jorge Manrique y sus corrientes hacia el mar, que es el morir, en unas fuentes que trabajan día y noche –como los sueños- en un Bachelard, que siguió la corriente, a ritmo de palabra poética, anclada en la orilla como una hoja, una canoa, una ensoñación.

Ante tanta turbiedad, ante tanto mensaje vacío y estridente, los poetas, hijos de hombre, tenemos el compromiso estético de escribir bien, o por lo menos intentarlo, arando con rigor y paciencia la tierra del lenguaje, conociéndonos y respetando nuestras propuestas artísticas, para que no se cumpla el aforismo que dice: los poetas no se leen, se vigilan. Aparejado a lo anterior, el compromiso ético de abrazar palabra y acción, con nobleza y probidad humana. Escribir a la altura de nuestro tiempo para que la palabra no sea simple artificio, sino puente que acerque las orillas. Leer el presente, cifrarlo con honestidad, es dispersar los granos en el bosque para que los nuevos hijos de hombre puedan deletrear sus propios días, intuir el futuro, con mayor certeza y menos desesperanza. Ese fue el legado de Jorge Gaitán Durán, en su prosa y en sus versos:

Las palabras están en situación. Sería vano exigirles una posición unívoca, ideal. Nos interesa apenas que sean honestas con el medio en donde vegetan o se expanden, triunfales. Nos interesa que sean responsables. Pero de por si esta lealtad fundamental implica un más vasto horizonte. El reino de los significados morales. Para aceptarlas en su ambigüedad, necesitamos que las palabras sean. (…)No es anticonformista el que reniega de todo, sino el que se niega a interrumpir su diálogo con el hombre. Pretendemos hablar y discutir con gentes de todas las opiniones y de todas las creencias. Esta será nuestra libertad.

Suelo buscarme

En la ciudad que pasa como un barco de locos por la noche (Si Mañana Despierto)  

Y de Aurelio Arturo, en su breve y notable poesía:

Pensad también en las aldeas abandonadas a la noche
mientras los hombres se odian  (Balada de la guerra civil)

De Luis Vidales, en su intuición de las vanguardias:

Estoy en la mañana sangrienta de los pitos
alto de libertad junto a la huelga de los humos (Paisaje junto a las fábricas)

De José Manuel Arango y su rumor contundente:

Mientras el viajero
se calza para el camino

la muerte
se esconde
en los espantapájaros (La Emboscada)

De Héctor Rojas Herazo, quien nos recuerda “Cómo hicimos la historia”:

Unos altos señores con bigote
asomados al cielo
hablaban del deporte o la patria

y llegaba la luz todos los días
con sus sueños y moscas, puntualmente (Cómo hicimos la historia)

De María Mercedes Carranza, que cansada, agotada, de diversos dolores y agonías, se pregunta:

¿Los muros de la patria mía
cuando los van a limpiar?  (Los muros de la patria mía)

O Juan Manuel Roca, transeúnte, observador infatigable de nuestros pasos inciertos:

Como a todos los habitantes del país, cada mañana me abofetea el espejo. Pero una vez pongo los pies en la calle no hacen caso de la afrenta: mi olvido es Rey y no admite vejaciones. (Mi olvido es Rey)

Vigías, vaticinadores en el péndulo de nuestra historia, conciencias lúcidas en un entorno de simulaciones y traiciones; voces sinceras, críticas, en medio de fuegos abrasadores que nos tuvieron en el umbral de la disolución nacional. A ellos volvemos de cuando en siempre, como quien se acerca a un oráculo para pisar la roca en medio de arenas movedizas. Lo ético y lo estético, cara y sello de una  moneda invaluable que un día debe circular de mano en mano, como una hogaza de pan tibio, como un amuleto: La Poesía

Enero-2011

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Publicado el 20 de mayo de 2015

Última actualización: 10/06/2021