Lucía Estrada, Colombia
Por: Lucía Estrada
PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 94-95. Julio de 2013.
¿QUIÉN ME HABLA con las voces del viento?
¿Quién a través del polvo, bajo la herrumbre,
en la fría superficie de las cosas?
Todo cuanto he olvidado se resiste a la muerte
y abre con suavidad los pliegues del aire para rozarme con sus dedos.
¿Qué silencio me rescata en esa orilla?
¿Qué pequeño aguijón me descubre lo invisible?
Secreto laberinto que despierta en la palma de la mano.
***
AHORA QUE TU CUERPO se dispone a cruzar la frontera más solitaria, dime:
¿A qué grito, a qué palabra te aferras?
¿Qué silencio abres en la semilla que mañana será tu sustento?
Las piedras que guardas en tu memoria
son las ruinas de un altar construido
para que alguien más ofreciera en él su corazón.
Pero ya nadie se detiene bajo los árboles
que se han despojado de su sombra.
Sin amor, el paisaje incierto de otras tierras
los arrebata definitivamente de nosotros.
Queda entonces el vacío donde resuenan mejor nuestros pasos,
oscuro rumor que nos obliga a permanecer despiertos.
¿Quién vigila más allá de ti mismo el movimiento de tu sangre?
Cada noche te prepara un abismo
en el que te dejas caer sin espanto
pues en ti llevas tu lámpara,
esa que también te ha descubierto la intemperie
y el esquivo secreto de su nombre.
Un canto de sirenas te guía en el blanco laberinto de la rosa.
¿En qué antiguo reino se apoya tu mirada?
***
EL SILENCIO ME TOMA del brazo
y como al niño ciego me conduce.
Algo en mí percibe su brillo de abeja misteriosa,
su enorme cuerpo invisible en el que palpitan
la sangre de antiguos dioses, los árboles de la infancia,
el mar de lo desconocido.
Queda su temblor en el aire.
Puedo tocarlo,
palpar sus formas, escuchar el sonido que produce
al entrar en el cuerpo vivo de una palabra,
la oscura vibración del silencio
cuando mi corazón
pulsa sus cuerdas.
Fuegos nocturnos
SERÁ NUESTRA LA VIDA en el temblor de una palabra,
la que se aferró a la piedra como si se tratara de un cuerpo infinito,
la que avanzó en su noche contra todos los pronósticos sin volver la mirada,
sin sentir compasión por lo que dejaba atrás. Ella,
la que arrojó el corazón a una jauría de perros hambrientos,
la que cruzó el cerco de sus propios límites con la cabeza en alto,
la que ahora espera –sin tiempo- a que alguien diga su nombre
cuando todas las bocas han sido sepultadas.
TODAS LAS VOCES están huérfanas de sí,
y en esa orfandad se asisten, se acompañan.
Ahí está el misterio. El que no podemos tocar,
para el que no existen las manos.
Las manos.
Esa región desconocida que nos acerca y nos aleja al mismo tiempo.
Me pierdo en la penumbra de lo que quisiera gritar y no puede.
El deseo nos rescata del abismo,
pero también se yergue lo que no admite consuelo.
Palabras como pájaros en la soledad del aire.
EL SILENCIO ME TOMA del brazo
y como al niño ciego me conduce.
Algo en mí percibe su brillo de abeja misteriosa,
su enorme cuerpo invisible en el que palpitan
la sangre de antiguos dioses, los árboles de la infancia,
el mar de lo desconocido.
Queda su temblor en el aire.
Puedo tocarlo,
palpar sus formas, escuchar el sonido que produce
al entrar en el cuerpo vivo de una palabra,
la oscura vibración del silencio
cuando mi corazón
pulsa sus cuerdas.
TANTO CAMINAR en el mismo laberinto
y todavía no se reconoce la piedra
en la que tropezamos una y otra vez.
El olvido llueve sobre los ojos,
y simulamos dar un paso adelante.
Alguien sostiene con su sombra
el peso de lo que un día, una noche, volverá a repetirse.
No hay una máscara para el miedo,
tampoco para la muerte.
Todos los muros que nos rodean
están siendo escritos por el paso de las horas,
por nuestras largas vigilias, por el secreto deseo de la sangre,
por la insistencia del amor y el fracaso,
por la oscura ceniza que una vez fue nuestra casa
y que nos obliga a permanecer.
Pregunto entonces con la boca de los muertos:
¿qué de ti quedó entre las rosas?
Del libro Fuegos nocturnos (1998)
Fuga
Arremeter, resbalar, hundirme, resurgir, salir del poema, adentrarme una vez más en él, clausurar una puerta, abrir una ventana, bajar un peldaño o dos, subir de nuevo, permanecer a la intemperie, abrigarme cuando sea necesario, cerrar los ojos, abrir las manos, reconstruir en un segundo el misterio y cubrirme con su ala cósmica; conjurar el vacío, nombrar la soledad, despojar el tedio, asir la sombra, rodear la luz, conciliar el silencio, la palabra, recrear la noche, recuperar lo blanco, ofrendar el sueño, perpetuar la vigilia, mantener el fuego, redimir la demencia, renovar el tiempo, desear la memoria, aceptar el olvido, acaudillar el amor, asumir la vida y celebrarla como un acto piadoso, considerar la muerte y aguardarla como a la única heredera de mi cuerpo y sus estaciones, abrir los ojos, cerrar las manos, abandonarme, adivinar el vértigo, experimentar la náusea, purificarme luego, reencontrarme bajo la lengua púrpura del día, saludar al extranjero en el bosque del extravío y rectificar uno a uno el número de sus huesos.
Poemas en Prometeo # 67
Poemas en Prometeo # 74-75
El deseo nos rescata del abismo -Video-
Lucia Estrada Nació en Medellín en julio de 1980. Ha publicado los libros de poesía Fuegos Nocturnos, 1997; Noche Líquida, 2000; Maiastra, 2004; Las Hijas del Espino, 2006, Premio de Poesía Ciudad de Medellín 2005; El Ojo de Circe, Antología, 2006; El Círculo de la Memoria, selección de poemas, 2008; La Noche en el Espejo, 2010, Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá; Cenizas de Pasolini, 2012 y Cuaderno del Ángel, 2012, Beca de Creación en Poesía, otorgada por el Municipio de Medellín en 2008. Sus poemas han sido publicados en varias antologías virtuales de México, Argentina, Brasil, España y Estados Unidos y han sido parcialmente traducidos al inglés, francés, japonés, italiano y alemán. Actualmente hace parte del comité editorial de la revista literaria Alhucema, Granada-España, y se desempeña como coordinadora de eventos culturales en la Corporación Otraparte.
Actualizado en agosto de 2013