Raúl Zurita
Nació en Santiago de Chile, Chile, el 10 de enero de 1950. Es poeta, ensayista y narrador. Fue hecho prisionero y fue torturado por la dictadura de Pinochet, justo cuando ésta comenzaba.
Ha publicado más de treinta libros de poemas, entre ellos: Purgatorio, 1979; Anteparaíso, 1982; El paraíso está vacío, 1984; Canto a su amor desaparecido, 1985; El amor de Chile, 1987; La vida nueva, 1994; Canto de los ríos que se aman, 1997; Poemas militantes, 2000; Mi mejilla es el cielo estrellado, 2004; Tu vida derrumbándose, 2005; Los países muertos, 2006; El país de tablas, 2006; Las ciudades de agua, 2007; Los países muertos, 2007; Cuadernos de guerra, 2009; Sueños para Kurosawa, 2010; Tu vida rompiéndose, antología personal, 2015; Verás, antología, 2017; La vida nueva, versión final, 2018; y Verás cielos en fuga, 2019.
Ha recibido múltiples reconocimientos por su obra, entre ellos: Premio Pericles de Oro, Italia, 1994; Premio Nacional de Literatura, 2000; Premio de Poesía José Lezama Lima (Cuba), 2006; Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, Chile, 2016; Premio José Donoso, Chile, 2017; Premio Asan Viswa Kavitha Puraskaram, India, 2018; Premio Internacional de Poesía Alberto Dubito, 2018; Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, España, 2020; Premio Internacional Mario Benedetti por la Defensa de los Derechos Humanos, 2020, y Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, 2022.
Esta es una muestra de sus poemas:
Tres sueños con Shakespeare en una noche de verano
ACTO III, ESCENA II
En nombre de Dios sentémonos a contar historias
tristes de muertes de reyes, aguijones que
remuerden la noche con gusanos y tumbas y
epitafios, como si la carne que amuralla nuestras
vidas fuese inexpugnable a la muerte ¿me oyes?
Reinos hechos polvo sin ninguna esperanza de
nada, cosas antiguas primito sad stories of the
death of kings ¿me entiendes? Y que no le
importan a nadie mira, fulanos, tipos que
terminaron mal con el infierno ardiéndoles bajo
los pies, ríos y ríos y ríos de sangre adensando la
grumosa tierra, reyes asesinados por sus hijos y
estos por sus primos y bueno My Lord o my little
King Richard II mi pequeño Ricardo, primito,
no matter where –of comfort no man speak,
hablemos de tumbas, de gusanos y de epitafios
que los rayos del sol nunca han tocado y de tus
hijos primito que vienen remando por nuestras
sangres desde el inicio del mundo, Ricardito
Rey, tus bastardos hijos los boteros de la noche
ACTO VI, ESCENA VI
Yo que no tengo piedad ni amor ni miedo porque
es cierto lo que el cornudo rey Henry dijo de mí
pues se lo oyó a la cucarra de mi madre que la
comadrona no podía creer porque nací con las
piernas por delante y con todos los dientes y les
mordería y les gruñiría como perro y ya que el
cielo me dio esta joroba, que el infierno le haga
otra a mi mente para responderte ¿escuchaste
cornudo Henry? No tengo hermano, no soy
ningún hermano y la palabra ‘love’ que los
caballeros encuentran ‘divine’ que se la coman
los tipos que son iguales y no yo que soy sólo
yo. Merde! Clarencio no me tapes la luz porque
para ti tengo un día negro como el alquitrán y haré
profecías que el cornudo de Henry VI se meará
por su vida ¿me oyes? Entonces yo seré tu muerte
¿me oyes bien alce? Tiraré tu cornudo cadáver en
otra pieza y en el día de tu derrota verás como
desde el inicio de los tiempos venían remando
por ti, o dear deer Henry, los boteros de la noche
ACTO IV, ESCENA VI
¿Dónde moriste? Dear king Fear, dear king Lear
dónde se llevaron a ese vejete y sus hijas every
inch a king; fie, fie, fie! Pah, pah! Ustedes creen
tiítos que un rey mataría a alguien por adúltero si
el hijo bastardo es más bondadoso con su padre
viejo que mis hijas legítimas, si tiítos, miren a esa
tipas que a juzgar por las caras presagian nieves
en la concha, pero que de abajo tienen más
hambre que un centauro, fulanas que de la cintura
para arriba es puro reino de dios y de la cintura
para abajo es todo de los demonios, allí en la
concha está el infierno, allí están las tinieblas, me
oyen tiítos, allí está el pozo de azufre, ardiendo,
abrasando, hedor, consunción ¡puah, puah! Mejor
tiítos denme un poco de almizcle para endulzar la
imaginación. Hijas de la decrepitud, de mi mente
malhadada. ¿Cómo estás aquí ahora hijita mía?
Oh sí, tú eres un espíritu, lo sé, ¿dónde moriste?
¿dónde te llevan? ¿dónde nos llevan cruzando o
dear Rey Lear o Rey Fear los boteros de la noche?
Los boteros de la noche
1
La silueta del primer botero emergió poco antes del
alba, huracanado, recortándose sobre la inmensa
aridez del cielo. Debajo se alcanzaba a distinguir el
flanco de un bote y encima su figura se alzaba en el
momento de girar hacia atrás como si algo lo hubiera
hecho volverse abruptamente. Había levantado uno
de los remos como si se dispusiese a golpear con él y
el gigantesco vacío blanco de su cara parecía
escudriñar las corrientes. Más atrás se dibujaban los
contornos borrosos de una orilla y sobre ella el
tramado también borroso de lo que podrían ser unas
ciudades y luego unas montañas suspendidas en la
aridez infinita del cielo. Fue un segundo; había
alzado uno de los remos y yo grité escondiéndome.
Un instante después las ciudades y las montañas
hechas añicos flotaban como si fueran minúsculos
pedazos de papel en las corrientes. Hacia el fondo se
condensaban las primeras nubes altas y al descender
entre ellas las olas habían comenzado a oscurecerse
como coágulos. Al tocar el horizonte el río era una
sola masa sanguinolenta, ha amanecido y Abel
acaba de matar a Caín por celos del amor de la madre.
2
El cielo caía sobre el horizonte y la silueta del segundo
botero se recortó suavemente contra él como si fuera un
enorme manchón blanco. Estaba agachado, con la
cabeza vuelta hacia abajo y sus brazos parecían haberse
petrificados en el instante de recoger algo. Más adelante,
también a grandes rasgos, se distinguían los contornos
de un muelle de tablas, los reflejos del agua y hacia
abajo lo indescriptible: ríos y ríos de sangre, infinitos
torrentes de sangre, caudales y caudales de sangre. Esa
vez me había despertado gritando, afuera recién había
comenzado a aclarar y me volví a dormir casi enseguida.
Al levantarme ya era mañana y sólo pude retener esas
imágenes: un muelle y la silueta de un botero recogiendo
mis restos en las orillas de un río de sangre. Su figura se
decantaba sobre el cielo, un cielo indefinible, que podía
ser de mañana o de tarde y al principio no me di cuenta
que soñaba.
Tú tampoco sabes si sueñas, te das vuelta en la cama y
dormida buscas a tientas mi mano. El cielo negro de la
madrugada se recorta tras la persiana y los boteros de la
noche esperan también el amanecer: los infinitos ríos
de sangre de la tierra en que tú y yo despertaremos. Es
15 de octubre y ya es tarde: tú veías televisión en un
cuarto de adentro y yo me acuerdo que gritaba, pero que
volví a dormirme de nuevo, casi en seguida. Lo recuerdo
y escribo estas líneas P en la amargura frontal de la noche.