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Manuel Becerra

-1983-

Nació en Ciudad de México, México, el 8 de octubre de 1983. Es poeta. Fue escritor residente en International Writing Program, Iowa 2019; en la Universidad Stockton, New Jersey, 2019, en OMI Art Center, New York, 2018 y en la Residencia Literaria 1863 para autores del mundo de la Ciudad de Coruña, España, 2025. Es autor de La escritura de los animales distintos (Dogma, 2024); Los trabajos de la luz no usada (FOEM, 2021); Fábula y Odisea (Mantis, 2020); Instrucciones para matar un caballo (Conaculta/FONCA, 2013) y Canciones para adolescentes fumando en un claro del bosque (UAZ, 2011). Recientemente con su libro Estética de los objetos aislados, obtuvo el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2024.

Ha ganado además el Certamen Nacional de Literatura Laura Méndez de Cuenca 2020, el Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2019, el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2014, el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2011 y el Premio Nacional de Poesía Enrique González Rojo 2008, entre otros. Ha participado en lecturas de poesía en Estados Unidos, Canadá, Bélgica, España y Cuba. Su obra está traducida al inglés, francés e italiano. Obtuvo la beca Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía, 2009-2010 y actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

-Poemas 31º FIPMed

Esta es una muestra de sus poemas:

Posada el Cerdo Robado 

Al lado de la casa de mi madre hay un matadero de cerdos. 

—Al morir, cada uno de ellos sostiene en su hocico una flor torturada llamada también Flor del oído—. 

Entre las piletas se movían los cerdos con su imposibilidad para mirar al cielo. Lucían un 
cuello ataviado y una pendular cuchilla sobre la cabeza. 

A veces resultaba complicado trepar a uno en la camioneta del próximo cliente: el cerdo hecho de rosetones caía y se hacía polvo igual que un jarrón de la dinastía Han. 

—Del cuerpo del cerdo no provienen piezas para museos—. 

El pataleo de un cerdo contra el suelo puede sentirse al otro lado del mundo. Eso decían. 

Si una niña colocaba un collar de flores en torno a sus orejas, lejos de ahí otro era servido como almuerzo en hojas de plátano para un día de campo. 

Otro más mordía en la playa el pie de un turista. Si alguno de ellos nacía con alas de paloma, los carniceros se sentían mancillados. 

Mientras mi madre esperaba a mi padre, mataban a un cerdo. Cuando volvía del colegio, otro más era destinado al exterminio. 

Y el tiempo corría de esta forma. 

Como todos los animales, los cerdos sobrellevan consigo la imposibilidad de reconocer sus facciones en los espejos, pero yo notaba que por cada uno que se desaguaba, había otro que se descubría por primera vez en un charco, ciénaga de sangre, como si lo hiciera contra las aguas de Venecia.

        De Los trabajos de la luz no usada

Café Nighthawks

Los ventanales de este lugar inician a la altura de mi rodilla y terminan centímetros antes de llegar al techo. Afuera todo es engañoso. Adentro una luz ahuesada cae sobre las cosas con la delicadeza del manto que cubre a una virgen. Nada envejece salvo yo. Detrás de los ventanales a veces se aprecia una aldea portuaria. En ocasiones es la calle Harajuku que desemboca en una pagoda a los pies de la luna. La cuestión es que el paisaje insiste en cambiar apenas levanto la mirada. El mesero está de espaldas vertiendo leche en un cuenco y aquellos dos clientes recargados en la barra insisten en portar el rostro como una fotografía mal enfocada. Me vuelvo nuevamente hacia afuera y esta vez alguien se acerca y me llama tras el cristal empapado por la lluvia; su cabeza es el enorme ojo de una ballena que agita las aguas profundas de la noche y desaparece.

      De Los trabajos de la luz no usada

Otra canción de la ballena

La ballena es una isla efímera.
Alberga sobre el lomo –como un buey de mar– un cayo de pájaros. 
Dentro de ella un manglar se refocila y se empobrece en cuestión de segundos cuando salta, 
da una contorsión y golpea de regreso la piel del mar.

Su corazón es una piedra calcárea que cada tanto vuelve a su punto de ebullición.
 
Tiene un espiráculo sobre su cabeza igual que un pozo en la colina:
Si el brocal se descoloca, cabe la posibilidad de la lucidez; 
a partir de entonces la luna descubre en el interior a un hombre barbado
con un gorro de papel periódico asando un bagre en torno a una fogata.
El hombre levanta un leño encendido, contra la noche de la ballena, y alumbra sus paladares en cuyos muros está escrita la ordenanza de las estrellas.
Su balada oscura de Silicio es tan antigua como la rotación de la tierra.
Existe otra forma de cantar, pero existe bajo el agua.
 
En otra vida la ballena fue una nube de tordos, un hombre que murió bajo la espada.

         De Fábula y Odisea 

Crónica de la gente que ama los gatos

Pocas cosas sabemos sobre los gatos. Sabemos que su cabeza es del tamaño de una rosa natural y que es similar en peso y volumen al puño cerrado de un niño. Pero también sabemos que el rostro del gato nunca está en un solo sitio.
    Mientras permanece adormecido en las manos de Grecia, mi hija, también está en el árbol de una vida pasada, bebe leche de almendras en una casa en Estambul, cruza a los vagabundos a la otra orilla del Leteo, devuelve con una arcada una bola de cabellos o está donde alguien cincela su rostro para la tumba de un rey.

        De Fábula y Odisea