English
< Regresar

Gopilal Acharya

-1978-

Nació en Gelephu, Bután, en 1978. Es poeta, narrador, ensayista, profesor y periodista (centrado mayormente en temas de medioambiente y política). Ha trabajado en Bután, Nepal, Singapur e India. Trabajó como editor jefe del primer periódico privado en inglés de Bután, Bhutan Times, y más tarde fundó un periódico semanal, The Journalist.

Obtuvo una maestría en escritura creativa de la Universidad de Curtin, una maestría en periodismo global de la Universidad de Örebro, un postgrado en educación y una licenciatura en artes (con honores) de la Universidad de Delhi. Autor de Cuentos populares de Bután (del este y del sur) y de Bailando hasta la muerte (una antología de poemas) publicada en 2011. Su primera novela, Con una piedra en mi corazón, fue seleccionada para el Premio Literario Man Asian, 2009. Sus poemas han aparecido en varias antologías internacionales como The Quest, Blossoms y Rustling Breeze. Su más reciente publicación es Byline, 2020 (antología poética, ensayos, periodismo).

-Poemas 31º FIPMed

Esta es una muestra de sus poemas:

Llegados tarde

Todas las noches vuelven a casa a las once. Primero
escuchas sus voces, y luego sus pasos.

Un trío parlanchín, ávido de la noche, el tramo
de escaleras los conduce hasta la puerta. En fila única

entran a la sala de estar. Uno enciende la televisión.
El otro revisa el refrigerador vacío. Otro

se para frente al espejo alto. La TV canta.
Agua golpetea sobre la poceta de la cocina. El espejo
se quiebra en una misteriosa sonrisa nocturna.

Falsa llegada

Lo que acabo de ver no eres tú.
Tú estás lejos.

También suelo detenerme en lugares donde no debería.
A veces los perros me ladran,
a veces asusto a gatos sigilosos.

Buscar no es cosa fácil.
Imagina que tienes sed
y no hay agua alrededor.

Adiós, estilo Bagmati 

Las últimas volutas de humo azul serpentean hacia el nebuloso cielo de Katmandú, elevándose como la sombra fantasmal de una vida que fue. La silbante pira está tranquila y silenciosa ahora. Mientras montones de suave ceniza blanca se estremecen con la suave brisa vespertina, el alma se aleja de la fanfarria funeraria, una especie de picnic.

¿Quién fue? El cuerpo sólido acaba de perder su identidad, desintegrado en el vacío. Su nueva apariencia: ceniza blanca. Pronto la ceniza también desaparecerá, porque tendrá que dejar espacio para más cenizas, en parte nacidas de los humanos, en parte nacidas de la madera, un aroma poco fiable.

Hay un indicio del atardecer que se aproxima. El templo de Pashupatinath pronto se bañará en un brillo dorado. La muchedumbre de devotos disminuirá. El Gran Señor habrá despedido otro día piadoso y a miles de buscadores. Los sanos, los ancianos, los enfermos. Los vivos y los muertos.

Un par de perros merodean con pesadez, rastreando la comida: a veces huesos blancos sin quemar, a veces carne humana medio quemada con una pizca de sal. Los perros esperan a que la joven afligida se vaya. Saben que llorará un poco más y le dan el placer de despedir a su amado. Sólo los cuervos ensangrentados son una pandilla molesta.

¿Dónde lo había visto ella primero? ¿Como se conocieron? ¿En qué circunstancia? ¿No dijo él que no se iría sin ella? Ahora él se había ido, solitario. ¿Para quién preparará ella ahora el té matutino? ¿Sobre los hombros de quién recostará sus sueños a dormir?

Niños semidesnudos saltan y gritan en las aguas salobres del poco profundo Bagmati. Sacan monedas de bronce, un rescate apropiado para los muertos. Para ellos, la muerte es como limpiarse el trasero después del baño. Ellos han visto a los muertos y han olido su carne ardiente. ¡Ah, aquí viene otro -era hombre-!

No hay escasez de público entusiasta en el Teatro Final de Pashupati-Bagmati. Hombres y mujeres miran boquiabiertos el último acto mientras santos seducen el alma y condenan el cuerpo. Cabezas afeitadas envueltas en blancos sudarios tiemblan en el frío escalofrío de enero.

El rito de la despedida no es gran cosa, especialmente cuando micos afirman el fin humano, follando descaradamente junto a la pira crepitante.

Esperé en el borde de la cama 

Dijiste que vendrías por la noche
Con llamaradas explosivas de dolores

Y entonces esperé en el borde de la cama
Temblando en las profundidades de la fragilidad

(A veces soñando el fin de mi vida
A veces absorto en mis manos conocidas)

Varias noches han ido y venido
Y he perdido muchas lunas y estrellas

La cama caliente, como la esperanza, se mantuvo
Mientras yo esperaba que llegara la palabra

Está fría ahora, deshecha y desordenada,
Esta cama rechazada de dolores y deseos

Recuerdo 

Mientras el sol se oculta
En el seno de una colina abandonada
Donde viven los asesinos

El camino trillado
luce huellas de muertos
Y de aquellos que desaparecieron silenciosamente

Un par de sombras caminan una junto a la otra
El mismo camino trillado
Que luce sus huellas

Con un sol dorado sobre sus espaldas
Ellas se abrazan con extraña familiaridad
Y lloran por sus asesinos

Traducción de Arturo Fuentes