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Nguyen Quang Thieu

-1957-

Nació en la Provincia de Ha Tay en 1957, ahora vive en Hanoi, donde es editor en jefe del magazín literario Van Nghe Tre y presidente de la Asociación de Escritores de Vietnam. Autor de cuatro libros de poesía, cuatro novelas, y dos colecciones de historias cortas, Nguyen Quang Thieu es considerado por muchos como el poeta más prominente de Vietnam del Norte, emergido desde la guerra con Estados Unidos, que terminó cuando él estaba en el bachillerato. Su libro Insomnia of Fire (1992) ganó el Premio de la Asociación Nacional de Escritores para poesía, uno de los más prestigiosos premios literarios de Vietnam, ya sea evocando la aldea de su infancia o explorando las complejidades urbanas o rurales de su vida adulta, Thieu enraíza sus poemas en una tradición vietnamita que reverencia el entorno. Su respeto por el paso del tiempo transmitido a todo lo largo de la colección de poemas es tradicional, pero él se mueve fluidamente a través de paisajes del pasado, presente y futuro con distintas metáforas y yuxtaposiciones contemporáneas. Mientras pocos de los poemas mencionan la guerra directamente, sus efectos son a la vez sentidos y trascendidos en estas hermosas piezas algunas veces tristes pero siempre atrayentes.

-Poemas Revista Prometeo # 70
-Poemas Revista Prometeo #84-85
-Nguyen Quang Thieu. Diálogo con la poesía. Canal YT Revista Prometeo
-Participación en el 19º FIPMed Canal YT Revista Prometeo
-La taberna del alcohol de serpiente. Canal YT Revista Prometeo

Esta es una muestra de sus poemas:

Las mujeres portan agua del río

Los dedos de sus pies son huesudos, con largas uñas negras:
Se extienden como las patas de los pollos.
Desde hace cinco, quince, treinta años, he observado
A las mujeres ir al río por agua.

Su cabello anudado cae en torrentes
Sobre la espalda de sus suaves, húmedas blusas.
Con una mano sostienen las varas en el hombro,
Con la otra llevan nubes blancas.

Al subir las aguas del río en una curva
Los hombres llevan las cañas de pescar y sueños del mar
Mientras los peces mágicos se alejan y lloran,
Los corchos flotan quietos en la superficie del agua
Los hombres, airados y tristes, se van lejos.

Desde hace cinco, quince, treinta años, he observado
A las mujeres volver del río con agua,
Montones de niños desnudos corren tras ellas.
Las muchachas llevan varas al hombro y van al río,
Los muchachos llevan cañas de pescar y sueños del mar,
Mientras los peces mágicos se alejan y lloran

Movimiento

Como una ciudad antigua sepultada bajo tierra por miles de años que apenas está empezando a despertar, los caracoles se arrastran a través del jardín bajo una luz de luna tan enceguedora como la del sol en el verano. La cresta de su concha brilla como diamantes en la corona de una reina en festival nocturno. Sus suaves, húmedos cuerpos se deslizan, temblando con ternura. Sus antenas se alzan hacia el cielo para percibir las ondas de extraños sonidos. ¿Qué lenguaje secreto, feliz o triste, llama a los caracoles?

La luz de la luna está tranquila, los árboles están tranquilos. Los caracoles se arrastran sobre hierba durmiente y hojas caídas. Su cuerpo se desliza sobre agudos y fríos pedazos de vidrio. No sé si lloran o maldicen. Lo que oigo es el sonido del agua, subiendo para llenar la noche iluminada por la luna.

Los caracoles se han escondido en matas de plátano, en matorrales espinosos. Despiertos ahora, se escurren en silencio. ¿Es mi jardín su tierra nativa, o el jardín que está más allá, o incluso un jardín más lejano?  ¿Están escapando de su tierra nativa, o encontrándola? No importa: Esta noche canto porque su partida es tan maravillosa como un sueño, o un festival nocturno.

El último caracol repta sobre el muro que rodea mi jardín. Al desaparecer la cresta de su concha, el último destello de diamante de la corona de la reina se desvanece, y las soñadoras estrellas cambian de posición en el cielo.

Tras la ventana de mi casa esta noche, me despido de los caracoles con un susurro.

Las estrellas

Ni tú ni yo nos podemos mantener
Con la luz de las estrellas, te digo, por favor no llores.
Tu cabello ha caído sobre mi pecho
como raíces de árboles abriéndose paso en tierra pedregosa.

¿Cuántas noches han pasado?
Inspirados, nos abrazamos ante las estrellas,
Las estrellas lejanas que nunca podré alcanzar,
Que nunca podré recoger para tí.

Te pedí que volvieras, no podía dejarte ir
—eres tan joven y tan temerosa.
Te apoyas en mí, yo me apoyo en mi dolor,
Y la tierra se apoya en distantes constelaciones.

Estamos solos en esta noche extraña,
Temblando, sin comida, sin ropa, sin refugio.
¿Qué haremos cuando despierte el alba?
¿Navegar hacia el mar abierto? ¿Volver al bosque?

¿Dónde está nuestra tierra esta noche, un millón
De años en el pasado, o un millón de años en el futuro,
Con vientos polvorosos y nubes amarillas?
¿Somos los últimos humanos, o los primeros?

¿Cuántas noches han pasado?
Somos bebés que olemos a leche,
Respiramos como enfermos acabados de despertar.
Nos abrazamos, miramos hacia arriba, llamamos a las estrellas.

La música 

Mías son las torcidas cornetas fúnebres,
Míos, los tambores con el parche rasgado,
Míos, los violines con sólo dos cuerdas y el mango doblado.
Su mágica música se oye distante,
Madre, veo a a mi abuela sonriendo
Detrás de una nube de humo.

Una carroza fúnebre avanza en mi sueño,
Dragones amarillos serpentean en el aire,
Suenan cornetas y tambores.
Voy de puntillas entre flores de mayo de Co
Y alguien que no puedo ver se empeña en alzarme.

Quiero esconderme en esas ropas fúnebres
Quiero cubrir mi tos con esas cenizas calientes.
Ahora veo a mi abuela vestida de seda
Con miles de velas en torno a ella
Está vertiendo agua de lluvia en una jarra
Está esperando que yo vuelva.

La espléndida carroza fúnebre es mi juguete, me pierdo en el juego.
Madre, ¿oyes mis risas?
La soledad y yo somos niños con muchas cosas qué hacer.
Estamos descansando bajo el domo de la carroza,
Estamos volando tras las banderas fúnebres,
Estamos volando hacia mis colinas nativas.
¿En dónde me puedo poner una camisa amarilla
y dormir sobre un fragante hoja de betel?
¿Pero cómo puedes, madre, lavarme allí la cara?

Amo las cornetas, los tambores,
Los violines de dos cuerdas con mis sollozos,
Y ellos me aman con su tristeza, su zozobra.
Nuestra canción resuena, me trae de vuelta a la tierra,
De vuelta al camino con blancas flores de mayo de Co,
De vuelta a la casa donde me esperas para lavarme la cara.

El tiempo

Estoy sentado con mi hijita en las piernas.
Ambos estamos enfermos
Hablamos con accesos de tos.

Las hojas secas crepitan:
Las llamas sagradas se agitan y avivan.
Pasos invisibles rodean el fuego
Levantando rachas de cenizas calientes.

Más atrás, en un otoño rojo,
Serpientes ocre se deslizan por un jardín.
Más atrás, llorando con el verano, veo
Otro yo caminando, volando en el jardín.

Más atrás, más atrás aún,
El tiempo es un lugar donde me siento junto al fuego
Una fiebre que contiene otra fiebre,
Nuestras toses, ahora una sola, esperan separarse.

      Traducciones de Nicolás Suescún