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Homero Aridjis

-1940-

Homero Aridjis nació en Contepec, Michoacán; 6 de abril de 1940. Es un poeta, novelista, activista ambiental y diplomático. En 1959 obtuvo la beca del Centro Mexicano de Escritores, de la Fundación Rockefeller, y ganó en 1965, por Mirándola dormir, el Premio Xavier Villaurrutia. Ha ha publicado 51 libros de poesía y prosa, muchos de ellos traducidos a quince idiomas. Entre sus reconocimientos se encuentran: Premio Xavier Villaurrutia 1965 al mejor libro del año, por Mirándola dormir; Premio Literario Novedades y Diana 1987-1988, por Memorias del Nuevo Mundo; Premio Grinzane Cavour para mejor novela extranjera traducida al italiano en 1992, por 1492, Vida y tiempos de Juan Cabezón de Castilla, obra que fue declarada por el New York Times Notable Book of the Year; Premio Roger Caillois, en Francia, por su obra de poesía y prosa; el más alto honor literario de Serbia, la Llave de Oro de Smederevo, por su poesía; en 2024 recibió el Premio de Poesía Griffin por "Self-Portrait in the Zone of Silence"; en 2005, el estado de Michoacán lo distinguió con el primer Premio Estatal Eréndira de las Artes; dos veces ha recibido la beca de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation; nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Indiana, profesor visitante en las universidades de Indiana, de Nueva York y de Columbia; distinguido con la Nichols Chair en Humanidades y Esfera Pública de la Universidad de California en Irvine.

-Entrevista en el canal YT de la Revista Prometeo
-Tiempo de ángeles. Videopoema en el canal YT de la Revista Prometeo
-Poemas Revista Prometeo # 57-58
-Poemas Revista Prometeo # 86-87

Esta es una muestra de sus poemas:

Fray Gaspar de Carvajal recuerda el Amazonas

Viejo y enfermo
no tengo miedo a la muerte:
ya morí muchas veces.
Por el río grande he navegado
y he visto sombras colgando de la luz
y ecos brotando del sonido sordo
que provoca el choque
de las aguas con el mar abierto.
De entre las ramas cálidas
de la máscara verde de la orilla
he visto surgir la flecha emponzoñada
y he visto caer del cielo
como aguja y tizón
el rayo y el calor.
Debajo de todo lecho
hay un esqueleto acostado
y en toda agua corre
una serpiente de olvido.
Mas difícil es ser
un viejo que tiene frío
en las horas que preceden al alba
y sentir dolor de huesos
en la estación de lluvias
que seguir en un barco perdido
el cauce del río más caudaloso del mundo.
Como todo hombre,
día tras día he navegado
hacia ninguna parte
en busca de El Dorado,
pero como todo hombre
sólo he hallado
el fulgor extremo de la pasión extrema
de este río,
que por sus tres corrientes:
hambre, furor y cansancio,
desemboca en la muerte.

La infinita melancolía de Dios

Pienso en la infinita melancolía de Dios,
en el Solitario del universo girando en Sí mismo
en su orbe de paredes azules y tinieblas translúcidas.
En su laberinto de seres y soles,
su Consciencia, nunca dormida nunca despierta,
vela en la eternidad del presente y del olvido.
En el aquí lejos y en el allá cerca escucha la plegaria
del hombre, la canción del océano, las sombras de los astros,
los mundos a medio hacer y las construcciones de lo efímero.
Nadar a contracorriente por el tiempo sin orillas,
sopesar en el espacio la luz irrepetible,
sentir en el vacío el reflejo del Ojo aluzinado, es Su saber.
Crear, es el oficio del Miglior fabbro del parlar eterno,
que nadie escucha, pero todo mundo explica,
que nadie ve, pero en Él todo nace y expira.
El hombre huérfano de Dios, pedazo de miedo
rodeado de nada, ciego bajo la luz, no puede concebir
el Cuerpo incesante-mente creándose a Sí mismo.
En la cápsula de tiempo en la que estoy metido,
imagino cómo sería ser el Ser que se expande por el universo
en expansión, el Habitante de cada criatura y cada mundo.
El Ojo compasivo, el Ojo consciente-sensible-vivo
que todo percibe, todo piensa y todo siente,
el Ojo más viejo que el Sol, el Ojo que no se cierra.
El Ser de las auroras lúcidas y de las tardes lúcidas,
el Ser que sobrevive a la soledad de Sí mismo,
el Ser que revela y oculta su Misterio,
El Ser, que en el mundo de las criaturas condenadas
a muerte, embarga una tristeza sin razón ni límites;
el Ser Antiguo, el Ser Último, el Ser Presente,
el Cerebro que siente y el Corazón que piensa,
el Morador del agujero negro, esa bilis
que capta lo mismo el Sol en su cenit que en su nadir,
a la abeja en la flor y al quetzal en su extinción.
Me pregunto cómo sería ser Él,
el Ser de la presente ausencia,
el Ser de la Poesía de la existencia,
el Ser que mirándose a Sí mismo
mira en todo cuerpo y toda cosa
la sonrisa infinita de la Luz.

SOLO SOLO RODEADO DE SOLES DIOS EN SU INFINITA MELANCOLÍA 

Los ríos

NATURALEZA DE LOS RÍOS es correr
y su verbo fluir.
Han caído del cielo,
de la lluvia o del cerro.
Llevan en sus cauces sapos y sangre, sauces y sed.
Algunos fueron concebidos en lechos de amor
por mujeres mortales,
y dieron nacimiento a héroes, a tribus
y a hombres secos de todos los días
que los llevan por nombre.
Son figurados como un cuerpo verde
con las piernas cruzadas y los brazos abiertos,
un espejo cambiante que refleja a un ojo que huye,
un agua dulce que camina de prisa.
En la adoración de las gentes
merecieron un altar, no un templo;
se les arrojó en sacrificio caballos y bueyes, 
doncellas vestidas de los atavíos 
de una diosa con la cara amarillenta.

En este valle verdusco,
antes corrían ríos rutilantes,
cenizos, castaños y cárdenos,
púrpuras, perdidos y pardos;
quebrajosos, vocingleros, berreando
bajaban de la montaña humeante,
salían a los llanos lerdos,
tentaban a la temprana Tenochtitlán.
Hoy van mugiendo entubados, menguados,
pesados de aguas negras, crecidos de mierda;
ríos sin riberas, risibles, con riendas,
rabiosos, rabones, ruidosos de coches;
avanzando a tumbos por la ciudad desflorada,
desembocando en los lagos letales,
y en el marcado mar, que ya no los ama.

Moctezuma y los tamemes

Los pies de Moctezuma no tocaban al suelo
y su camino no tenía puertas;
los tamemes pisaban todos los lodos
y su camino estaba lleno de cargas.

Los oídos de Moctezuma escuchaban los cantos
y su lengua profería las palabras de mando;
los tamemes recogían los insultos
y su voz era la de los cenzontles en los montes.

Para tener a sus esposas y concubinas
Moctezuma sólo se volteaba a su derecha o a su izquierda,
y su progenie sagrada se propagaba luego
por los cuatro rumbos del Imperio y de la muerte.

Las mujeres de los tamemes acogían
a los caciques y a los señores de la tierra,
y sus hijos naturales atravesaban leguas
portando con pies flacos la riqueza ajena.

Sirvientes con bezotes de cristal
servían a Moctezuma perros, pescados y patos;
los tamemes cargaban cacao y maíz, 
con su comida para el camino encima de la carga.

Para conocer el pasado y el futuro,
Moctezuma poseía adivinos y hechiceros,
espejos de obsidiana, animales y aves,
y cautivos que sacrificaban a los dioses.

Para saber su suerte
los tamemes miraban su condición presente,
y consultaban la desnudez y el hambre
en su propio cuerpo.

El día en que Moctezuma supo en la Casa de lo Negro
que su ruina venía a caballo
con los atavíos de un dios,
que se había perdido en el Poniente;

los tamemes no vieron nada
en su día negro, 
sólo cambiaron de dueño 
en la historia de México.

El deseo de ser uno mismo

(Desde Kafka)

Si uno pudiera ser un jinete cabalgando
a pelo sobre un caballo transparente
a través de vientos y de lluvias
constantemente sacudido
por la velocidad de la cabalgadura
si uno pudiera cabalgar intensamente
hasta arrojar lejos de sí las ropas
porque no hacen falta las ropas 
hasta deshacerse de las riendas
porque no hacen falta las riendas
hasta arrojar lejos de sí la sombra
porque no hace falta la sombra
y así viera que el campo no es campo
sino puñado de aire
si uno pudiera arrojar lejos de sí el caballo
y cabalgar solo sobre sí mismo